Amores malditos 4


Escrito por: jesusantog el 29 Jun 2008 - URL Permanente Publicado en El País.com
Publicado en esa época en El País.es

Y bien. Arturo Cova vive su infierno con la que fue su compañera (de cuyo nombre no me acuerdo) enredado no solo en la manigua sino con sus congéneres que en lo personal cualquiera terminaría por enloquecerse. De esos amores son los que he querido tocar. En mi vida tuve una serie de amistades que con el tiempo he terminado por comprender que algo hubo de por medio para que aparecieran en mi vida. Si bien es cierto, aunque tuve una vida placida hasta determinado tiempo, mi aislamiento se debió a algo que supuestamente sucedió muy niño. Un temor a lo social. A lo desconocido. Que con los años, cuando surgieron los amigos con los que compartimos nuestras inquietudes juveniles, era como si mi vida y mis relaciones familiares ya fueran conocidas para ellos, a sabiendas que mi madre con la que me crié, tal vez ni siquiera la conocían. De mi papá mucho menos. Con el tiempo he comprobado lo contrario. Este fue un comerciante acaudalado que según parece construyó su emporio en base de sacrificios personales, pues según me dijo en alguna ocasión que como todos los días no caza el tigre, siempre se debía de guardar algo para las épocas malas. Que si no se ganaba nada, era preferible no comer. En fin, creo que en cierta medida terminó por volverse avaro. Como comerciante también me comentó unas pocas cosas sobre cómo se volvió contrabandista y terminó trayendo mercancías desde Venezuela. A mí se me antoja, que esa marca fue la que produjo que al ingresar a un grupo político juvenil comenzaran a salir amigos, que con el tiempo terminé por entender que tenían sus relaciones policíacas. Es curioso, que durante años y años me sucedieran situaciones bochornosas sin que los familiares cercanos no se enteraran o terminaran por justificarlo aduciendo que era normal. Que por alcohólico. Que por política. Etc. Canalladas por cuenta de fulanos que parecían estar mas bien detrás de su botín. Y que para que esto sucediera debería existir también algo oculto que no sabía, pero los amigos sí. Cuando vine a Bogotá conocería a otros personajes, pero que con el tiempo entendí en cierta medida se conocían o había una relación tan familiar que todos de una u otra manera no solo eran conocidos sino que a la mayoría de estos. mi papá los fue aglutinando en su provecho. Estaban detrás de mí. El poder del dinero. Y como dato curioso, parecía más bien que yo fuera un enemigo de la autoridad, cosa que se vino haciendo de manera sutil, como si en realidad mi papá o los familiares lo fueran. En la medida que fui encaneciendo con los años, fueron sucediendo cosas atorrantes y desgarradoras como si todos estuvieran participando de un festín. Supongo que salieron gananciosos. Cómo es posible que durante todo este tiempo todos los que salieron incluyendo familiares, que ni siquiera se enteraron al extraño drama en la que mediante artilugios el autor llegó al extremo de enloquecerse; y al llegar de nuevo a una casa, le fueron sucediendo las peores villanías aunque había vivido otras, éstas eran de carácter sicológico y muy personalizadas; gracias a que el que cuenta esta historia terminó por comprender que de lo se trató no solo fue un calvario sino un intento desenfrenado por llevarlo al manicomio o al suicidio. Todavía está vivo para contarlo. Es lo que yo llamo los asesinatos perfectos. Y todo gracias a que mi corazón resultó más fuerte de lo que parecía. No sé, si a Ud. le hayan salido granujas desconocidas en la calle, o a donde Ud. va a comprar o a vender. Que le salgan agentes del orden a amedrentar, y que además de manera muy sutil, vecinos hubieran salido a solidarizarse y a hacer que lo perseguían para amedrentar. De verdad que esos trabajos que intuí hace años cuando lo vi en otras personas, no me lo creía. Son los lavados de cerebro en los que fácilmente permite que otro, o lo mate a sustos, o le provoque un accidente. Yo terminé con varillas en la columna. Y durante todos estos años de manera manifiesta fui provocado por gentes de calle, comerciantes y cualquier cantidad de personajes a los que se me antoja llamarlos informantes o viciosos y ladronzuelos, y por qué no aventajados de ley a los que llamo imaginarios. Afortunadamente todavía estamos vivos. No sé si Arturo Cova con su compañera y el niño, y los demás de los que nos narra magistralmente José Eustacio Rivera están vivos. Deben de estarlo por lo menos en los imaginarios de sus lectores. Son los fantasmas mentales de los cuales el autor así ha sobrevivido.

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