Convidando a papá (3a parte)

Escrito por: jesusantog el 03 Feb 2008 - URL Permanente
Publicado en El País.es 

De la muerte de aquel comerciante, solo supe hasta hace unos pocos años. Tal vez habrían pasado unos 20 años, y así como en Manhattan Transfer su historia se entrelazaba con otra que me atañía. Posiblemente lo habría visto más de una vez, y su rostro no me recordaría nada, incluso la historia de su hijo la sabría por las noticias periodísticas que en esos años se publicaron. A mí memoria llegaría el reflejo de otros acontecimientos que sucedieron gracias a un amigo con quien compartimos desde muy niños las aventuras de estudiar las primeras letras en un colegio, y las de jugar como todos lo hacemos desde pequeños. A éste terminamos por decirle Cuchumina. Su padre, era un comerciante que a fuerza de empecinarse en ser alguien en la vida, terminó por conseguir dinero, y sobrevivir holgadamente hasta su vejez, Por su forma de vida terminó siendo avaro, que es como le dicen los psicólogos a aquellas personas que teniendo todo en lo económico se abstienen de muchas cosas, de malgastar su dinero, y de lo cual me recordaba a mi papá que cada rato decía que era preferible no comer con tal de no gastar más de lo que se ganaba. Cauteloso en los negocios, harían de él un personaje que ni siquiera sus más allegados conocerían de sus pensamientos y aptitudes. Convivió con una señora casi unos treinta años; y cuando decidió que aquella relación debía de terminar lo hizo como con cualquier otro negocio en la vida. Todo lo medía con el dinero. Ella, que tenía unos hijos de otra relación, sufrió un golpe terrible. Sus hijos que eran como hermanos del amigo, terminaron por odiarlo. Este en cambio tasó su convivencia con ella por unos cuantos pesos, a pesar que en ello se les había ido mucho más de la mitad de sus vidas.

Al final de sus días terminaría con otra mujer que había trabajado en aciagas aventuras de amor, y una hija, que ni lo querían a él ni a su hijo. Según parece sólo el dinero permitiría esta extraña relación, hasta que padre e hijo morirían. Tal vez se  quedarían con todo. Casa y dinero. O por qué no, otros se aprovecharían de lo que quedó como legado. Y la mujer con la que convivió casí toda una vida con rencor los seguirían recordando.

- Fueron sus hijos los que lo hicieron, me lo comento en alguna ocasión un desconocido que me hizo recordar a lo dicho por Cuchumina.

Así me lo dijo aquel parroquiano que ni siquiera conocía, sino que como aquel adagio muy popular que dice que cuando el río suena, es porque piedras trae. Estaba todavía medio ido de la cabeza, y acababa de regresar, obligado por otros imaginarios que quisieron acabar con mi vida a punta de sustos, atracos y amenazas en Bogotá, en la que los vecinos de "La Casa Embrujada", tal y como lo ha venido contando "El Embrujado" participaron de manera siniestra.  Yo que vendía mercancías al por mayor, muchos años después sabría que esas personas tenían algo que ver con mi historia. El tal Cuchumina por esos años, así como el hijo de aquel comerciante habían caído en el laberinto de las drogas. Mientras el padre de uno moriría según el rumor de las gentes que lo conocieron, moriría por las ambiciones de los suyos, mientras el padre de Cuchumina y éste último morirían en medio de esas desgracias familiares que se suceden cuando de por medio hay drogas y dinero.

El amigo del que hablo, además de conocerlo desde niño, y después haber compartido de su amistad gran parte de mí vida, comenzó a cambiar irremediablemente cuando su vicio se convirtió en la sombra siniestra que lo acompañaría hasta la muerte. Lo fuí sabiendo por otros en medio de las picardías que hacía, pues todavía no entendía como sicológicamente, su alma se fue convirtiendo en el transcurso de los años en una aviesa e intemperante tragedia para los que lo rodeaban. 

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