Convidando a papá (4a parte)



Escrito por: jesusantog el 11 Feb 2008 - URL Permanente Publicado en El    País.com

Publicado en esa época en El País.es

Y así como en los personajes de Dostovieski en sus novelas, o la manera como Balzac pasaba las noches hablando con los personajes que creaba, uno puede suponer que Cuchumina imperceptiblemente iba cambiando, y que por lo menos los amigos que lo rodeábamos nunca nos dimos cuenta. A través de los años, se puede deducir que un joven que lo tenía todo, que con el dinero que su padre le daba, podía haber estudiado una carrera profesional, o haber triunfado en la vida; pero no. Pudo ser que el medio en que se crió, o quizás la falta de su madre que fue una especie de tabú para los que compartimos con él aquellos años, y nunca supimos de ella. O que la influencia del padre hubiera coadyuvado a que cayera en los malos pasos. Tener el dinero suficiente para malgastarlo en la edad que éste tenía, o conseguirse los amigos que tuvo por este motivo, pudieron ser inexorablemente el camino de su perdición. Es más, creo que ni se dio cuenta.

En esos años juveniles, cuando los vientos de la revoluciones sociales influían en el continente, tras la violencia aciaga a que nos tenían sumidos dos tendencias ideológicas irreconciliables en su momento, la del socialismo y el capitalismo, serían las alicientes para los que comenzábamos el inicio de una vida.

En medio de todo ésto, el Cuchumina que conocimos se transformaría, e inexorablemente se prestaría para comenzar a hacerle diabluras a sus amigos. Invitaba a tomarse unos tragos con él, y en el momento oportuno se desaparecía misteriosamente. En una ocasión, en aquellas que se tejían alrededor de la crisis que vivían los países socialistas con el paro de los obreros polacos, y el que más tarde serviría para que Pablo VI llegara al papado, le dio por prender una cerilla y pasársela por detrás de la cabeza de un amigo, lo que provocó a que su pelo se tornara en llamas, mientras nosotros afortunadamente logramos impedir que el escaso fuego en su cabello se pudiera convertir en una tragedia. Con los años, supe de sus robos a los amigos, para paliarse el consumo de su vicio alucinógeno, y sólo así entendí que yo había sido drogado por éste, y que con su lengua había quedado marcado para siempre, pues se había prestado para que otros inteligentes (intelectuales sofisticados) de por vida, me la dañaran miserablemente. Claro que éste no vive para contarlo, pues su mentalidad se convertiría aviesamente en un melodrama en la que todos los que lo conocimos, sabríamos de las picardías a las que pudo llegar sin ninguna necesidad, tanto que al morir después de que un carro lo atropelló, su padre, ya anciano moriría de la tristeza o de un infarto provocado por algún susto a los ocho días de haber muerto este, siendo el único hijo y no tener heredero alguno.

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