Convidando a papá (5a parte)


Escrito por: jesusantog el 12 Feb 2008 - URL Permanente 

Publicado en esa época en El Pais.es

Sin embargo es un eufemismo decir que su padre murió de tristeza. Cuando por las experiencias que uno ha pasado, se pueden suponer otras cosas. Un padre anciano y solitario. Prestamista de dinero. Ya no podía cultivar la tierra pues su edad y la enfermedad del corazón se lo impedían. Un hijo que dependía del vicio de las drogas y que presumiblemente sus relaciones no eran más que con otros de su misma especie, aunque es mera suposición basada en lo que diferentes amigos de esa época me dijeron; una relación sentimental digamos que basada más en conveniencia o negocio, pudieron ser las causas para que sucedieran tales hechos tan solo en 8 días. El hijo muere, y a los 8 días muere su padre. Quién lo puede decir. Con lo que a mí me ha pasado, uno puede suponer que fue así. Mucho más, cuando los conocí desde niño y después que fui víctima (y lo sigo siendo) de extraños manipuleos sicológicos e intentos de supuestos accidentes mortales, en un país  donde el dinero es lo que importa. Aunque uno sabe que hay más gente buena, al autor le tocaron los malos, sin serlo. Por qué no pensar como me lo dijo un tal Piedrahita que conocí hace muchos años en Bogotá, después que entré a estudiar a la Universidad Libre Bogotá, que lo habían matado.

El personaje que me dijo ésto, amigo del anterior, me drogó también; mientras a base de lengua, y con otros, en una extraña conspiración de la que solo me salvé al irme para Venezuela, creyendo que me perseguía medio país. Paranoia, pueden decirlo.
 
De su muerte dicen que murió gracias a la susodicha comilona que se pegó a escondidas en el hospital. Para mí que estaba loco, y otro se aprovechó. Por qué no decir entonces que su padre tras la muerte del hijo, alguna amenaza, algún susto a esa edad muy avanzada y en manos de personajes oscuros, hambrientos por el dinero, lo ayudaron para que muriera. Yo lo he vivido, y no creerán que soy de los mismos. Por el contrario. Desde que tengo uso de razón, sino fuera porque escribo, o porque leo, por pura suerte, digamos, no les estaría contando esta historia.
 
Claro que son solas suposiciones. Todavía recuerdo una mañana, casi de madrugada, después de compartir con varios amigos de tertulia, cuando todavía no se había convertido en ese otro del que estoy hablando, nos decidimos por ir a un desayunadero (amanecedero, se decía en esa época), y nos tocó sentarnos a compartir la mesa con otro que estaba en peores condiciones alcohólicas (telúricas). Una bandeja con pollo llegó para aquel cliente que con su cabeza y sus brazos se apegaba a la mesa en una dormitada mañanera sucumbido ante el trasnocho. Nosotros mientras tanto pedimos la consabida sopa campesina. Caldo con leche, papa, y una suculenta presa de pollo.
- ¿Quiere pollo? Me dijo.
- No. Le respondí, esperando a que nos sirvieran lo que habíamos pedido.

Sin más ni más, y en medio del susto y pena de mi parte, éste procedió a tomar la presa asada del ave servida al comensal que dormía. Yo que me quería salir rápido, tuve que soportar la tensión de comerme lo que nos trajo el mesero. De pronto, el parroquiano aquel, se despertó sobresaltado al ver que solo los  huesos quedaban de su presa.
- ¿Y fue que yo me comí ésto? Preguntó.
- Claro que sí, contestó Cuchumina.

Hay que decir que nunca más volví a dejarme convidar por éste en Ibagué. Algunos años más tarde en Bogotá reaparecería de nuevo. Desde ahí supé que no era el mismo muchacho que había conocido desde niño. Y aunque uno hubiera querido ayudar a reformarlo, tal vez su manera de pensar fuera el producto del medio social en que nació, o de una mentalidad del entorno familiar que lo rodeó, como en la de aquellos personajes que una vez vimos en una de las películas  de Luis Buñuel, y de cuyo título no recuerdo, cuando el esposo de la dueña de casa que era como una santa, sale a sus labores, o se dirige a la ciudad, no recuerdo muy bien; y se le da por darle de comer a unos menesterosos, y a donde son mejores atendidos que a su  mismo esposo. En agradecimiento, éstos no sólo estuvieron a punto de robarla, de violarla y de matarla, sino fuera por que éste regresó en su salvación.
 
Es entonces cuando uno piensa diferente. Tan diferente como cuando alguien lo quiere matar por cuenta de otro y le dice:
- ¿Y cuándo vamos de cacería?
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