El arte de enloquecer 12


Escrito por: jesusantog el 06 Feb 2011 - URL Permanente en el País.com
Publicado en esa época en El País.es

Qué tal salir en una de esas madrugadas en donde el frío de Bogotá lo obliga a ir a un tomadero de tinto, en donde durante toda la noche se apostan los choferes para descansar un rato de su trajín, o simplemente porque cerca existe algún lavadero de carros. Son lugares muy comunes en nuestro país. Y de pronto. como en esas películas de suspenso Ud. oye la voz de un ser querido.

Seguro que Ud. anda mal de la cabeza porque en los libros que nos cuentan los siquiatras así lo dicen. Eso me pasó a mi en una madrugada de ésas en que cogí la costumbre de salir a tomar un tinto, a sabiendas que lo podía preparar en la casa. Pero me sentía allí, muy mal. Constantemente estos vecinos se habían ideado la manera de estar frecuentemente amenazando, y cuando no, en aquel interior todos parecían los Dioses que habían llegado con todo un con fin de sapos y truhanes a zaherirlo a uno en las calles. Era tal vez una especie de hostigamiento tan sutil, que entre risas y risas, toda una serie de pelambres provocaban de lo lindo. Cosa curiosa, pues allí viví durante casi treinta años sin pagar arriendo, y éstos de alguna manera querían que dicha casa se entregara después de haber muerto la tía en un accidente de tránsito en Ibagué. Como dato curioso las facturas del agua eran tan exorbitantes que un vecino, el que originariamente vendió esta casa, pagaba una suma módica en comparación adonde solamente vivíamos mi mujer y yo. Era como si su casa que colindaba con la que vivía, consumiera de la misma agua, y nosotros tuviéramos que pagar el consumo total ya que anteriormente ésta le había pertenecido al vecino, que en la repartición de aquel inmueble la del lado ahora era suya. Nuestra casa había sido la casa primitiva de dicha familia que fue vendiendo el resto de las viviendas que se fueron construyendo allí en un sitio considerado años antes como una casa quinta. Un desenglobe, como se dice en derecho. Incluso, en algunas ocasiones los cables de la luz, a veces parecía que éstos desde el segundo piso de su nueva casa, los movieran a su antojo.  Y eso que el consumo mío era poco porque simplemente llegaba bien tarde de la noche y salía al otro día muy temprano. A veces me imaginé que este vecino tan esmerado en conseguir sus casas baratas de pronto tenía una tubería subrepticia que de alguna manera todos los habitantes de los apartamentos que tenía arrendados, el agua la sacaba hábilmente, para que las deudas recayeran en la casa que yo vivía. En los cafés internet, desde el Bravo Páez, El Quiroga, El Manuel Murillo Toro, El Santander y otros aledaños de alguna manera me bloqueaban, tanto que me hicieron tan popular en todos esos negocios, que hasta los que vivían consumiendo droga por las calles también salían a amenazarme.

En muchas ocasiones cuando comencé en serio con estos blogs, después que infructuosamente trataron porque no cursara los cursos en el sena virtual, fui objeto muchas veces de ese extraño maniqueo, en los que muchas veces una vecina se aparecía después que habían impedido que publicara un blog, se  reunía en toda la veinticuatro en la acera de Oscus con todos los vecinos de la casa siguiente, como si de esta manera estuvieran amenazando, o también un Noé me contaba historias tan fantásticas que cuando no podía entrar a internet a hacer el curso virtual, se aparecía con una botella de cerveza, y desde lejos me llamaba. Mi perseguidor virtual. En una ocasión que quise denunciar esta situación en ese organismo virtual mediante el contacto, impidieron que lo hiciera, y cuando salí a la calle un intruso intento robarme. De algún lado había salido. En la plaza de mercado del barrio Santander, un señor que según tengo entendido salió pensionado de uno de estos organismo policiales, y a quien conocí porque resulté vendiéndole libros a su señora que tenía un restaurante en aquella plaza muchos años después que la había conocido, cuando fabricaba y vendía fantasías recién llegado a Bogotá en 1973,me contaba cómo había tenido que matar hasta con sus manos, mientras pegaba gritos para apoyar sus gestos que no eran más que un dramatizado de los muchos en que seguramente participó. Sabía que mis nervios estaban convalecientes, y seguramente se creyó que podría sugestionarme, pues así fue en otros lados a donde llegaba, como si estuvieran haciendo el mejor de los trabajos. Eso lo entendí algunos pocos años después cuando fui recuperando la cordura, pero allí en aquella casa fantasmal no hubo día que no me sucediera algo, y nunca he visto ni he sabido en mi vida que a una persona se le haga este tipo de trabajos permanentemente, y que lo hicieran familiares, vecinos, desconocidos, en un vano intento por desquiciarme. Eran amenazas sutiles.

Tal y como lo he contado en otro blog, recién llegado nuevamente a la casa, yo no estaba en mis cabales, y así fue como resulté vendiendo tinto por las calles y conociendo mejor sus recovecos. En esos días estos imaginarios se inventaron, o a lo mejor ya se lo habrían hecho a otros, esos trabajos de sicología en donde se utilizan a los ladronzuelos y  a los habitantes de las calles, o a algunos de esos taimados comerciantes que seguramente estaban imbuidos de sus propósitos de hacer justicia, o uno no sabe el porqué actuaban así, pues más bien parecían que estuvieran recibiendo ordenes de otros, e incluso hasta a unas clientes que tenía se negaron a comprarme las mercancías que producía, y en sus ojos se les notaba el temor. Muy parecido a lo que sucedió cuando me presenté en el Distrito para una plaza como educador en el magisterio. Después de haber pasado dicho concurso, en todos los café internets que quise mirar para saber cuándo era la entrevista, curiosamente, dentro de la página del distrito en la que participaba una universidad de cuyo nombre no recuerdo, en el link que a uno le permitía mirar la hora de la entrevista, nunca apareció. Es como si hubiera sido desde allí, y claro que solo después de varios años de estar metido en este cuento, el autor supone que pudo ser no solo de los cafés de internet, sino también desde allí mismo por otras razones de marca de política que existen en este país. Y en medio de todo estos trabajos de sicología se convirtieron en unas especies de pesadillas y de provocaciones. Hubo unos días, en que yo escuchaba voces y voces idénticas a las que oí cuando estuve ido de la cabeza, hubo otras veces en que parecía que cuando alguien me hacía una ofensa personal, su voz quedaba grabada en mi cerebro, y era como si mentalmente yo la continuara escuchando en una especie de grabación, pero que con el correr del tiempo, y después de comenzar a vender libros e informarme de lo que vendía en los ratos de descanso, y de haber vociferado en los buses para promocionar dichos libros, en una especies de conferencias sobre las cualidades de las frutas, entendí que todo esto no era más que un sainete en donde unos intrusos se habían metido en mi cerebro y en mi vida, y me querían muerto; pues en más de una ocasión quise morirme. Y así como continué pude por fin irme enfrentando a mis perseguidores citadinos que fueron apareciendo, y a los cuales también les fui respondiendo sutilmente, tal y como se lo merecían, eso si evitando que se fueran a las manos porque entendí que en esos lances podría resultar muerto. ¿Qué haría si le sale un gamín en la calle a amenazarlo? Se cogían sus nalguitas, me hablaban en voz baja, en cuanto negocio entraba de alguna manera se hablaba de muertos y de amenazas sutiles, y para colmo muchas veces tuve que pagar dos veces el valor de un producto que compraba en esos extraños trabajos en que lo quieren hacerlo aparecer como un olvidadizo, e incluso a veces caía en esos estados mentales de letargos en los que anduve durante muchos años. Pero por fin comprendía que era un trabajo sutil y perverso.

Cuando escuché aquella voz que les digo, sentí como si un aire frío en medio de la oscuridad de esa madrugada hubiera pasado por mi oreja, yo podía respirar mejor y había soportado todos los desmanes sin que mi corazón me fallara, y había aprendido a respirar profundo para evitar que este órgano vital no sufriera daño, pues tal y como lo había escuchado por la radio, en esos estados mentales de ira y de rabia, y en los casos de un montaje de miedo, mi corazón continuaba latiendo. No sé todavía cuantos años me quitaron de los que mi reloj biológico tiene, pero si se que fueron muchos. Vendiendo libros, me leí en unas revistas españolas sobre el sutil arte de la posturas de manos, y de cómo el subconsciente puede tener la capacidad de escuchar voces, con la amiga que le ayudé para que el aparato que hizo su hijo le funcionara para espantar las moscas, al decirle que tenía que aumentarle el vatiaje de la resistencia para que las frecuencias que emitieran alejaran dichos insectos de un trabajo que hacía en un cultivo de lombrices por cuenta del Bienestar Social del Distrito, comprendí que yo había sido también víctima de esa trabajos. Se aunaron en mi otras experiencias con un primo, al que vi loco e ido de la cabeza, entendí que probablemente había sido drogado y que mediante éstas mis nervios se volvieron más perceptivos, y que a determinadas frecuencias alguien con un transmisor podía enviarme sus mensajes sibilinos, tan fuertes y tan instigadores, que casi logran que yo me suicidara, y como tenía varillas en la columna vertebral después que casi quedo paralítico, probablemente éstas permitían escuchar a determinadas frecuencias las voces de personajes que conocí, porque leyendo en algunos libros de la biblioteca Luis Angel Arango en Bogotá, esas voces tan solo concordaban en las que escuché antes de la operación en la columna vertebral eran de desconocidos e incoherentes, y las voces de las personas que me eran tan conocidas y que mediante discursos muy bien coordenados de alguna manera me las enviaron mediante las ondas hertzianas.

Ya había escuchado a Primorov echándome un discurso largo y tendido en plenas calles de Chapinero, y su discurso era tan congruente y amenazante donde me decía que tenía que abandonar la casa. En otra noche escuché en el CAMI del Restrepo, las voces del vecino que había vendido su casa a la tía que digo, mientras había visto por la mañana del mismo día, cómo un chofer de esos carros policíacos que tenía el vidrio muy oscuro, pero que pude ver porque tenía el vidrio bajo, me esperaba a la salida de aquel interior en que vivía. Después vería cómo el carro andaba(¿otro parecido?) por la calle veintidós, lentamente, como siguiédome, y entonces como a la hora vería a la perrita de una vecina toda tendida en la acera, como si estuviera muerta. Ahí comenzarían con toda otra serie de recursos en donde utilizaron perros y gatos que antes conocía, y así pude comprender que la voz había sido grabada, y que en medio de aquella mañana de madrugada yo no estaba loco. Estos personajes si lo estaban. Estaban usando sus recursos tecnológicos contra una persona inerme. No querían que saliera cuerdo de aquella casa. Según me lo dijo el que me obligó a salirme en medio de un complot extraño y de provocaciones, que se había esperado once años. No sé si se refería a unos de mis primeros cuentos que escribí, y que comencé a redactar cuando trabajé como profesor en unas historias que me contaron muy cerca de donde queda la represa de Prado. Hace casi 50 años. No sé.

Lo de las voces eran ciertas. Así se habían metido en mi cerebro. Espero que a Ud. amable lector, no le pase eso, ya que creo que lo que escribo es una lección para otros. Que no se vaya a comer el cuento, tal y como me sucedió a mí. Lo pueden matar fácilmente, y hacerlo pasar de paso como loco.

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