El arte de enloquecer 2.


Escrito por: jesusantog el 22 May 2010 - URL Permanente en El País.com
Publicado en esa época en El País.es
Hace casi más de 50 años estando muy niño, yo vivía en Ibagué, en una empinada calle que hoy es la 17, en la que correteaba permanentemente desde la carrera quinta hasta la cuarta en una bajada peligrosas en una patineta hecha por mí, en esas jugarretas que uno se  inventaba por no tener patines. Al llegar a la cima me deslizaba frecuentemente en esos días que hoy se nos antojan largos como si el tiempo hubiera cambiado. Un recién llegado del norte del Tolima, de Santa Isabel, que después tuvo la fortuna de ser médico y trabajar en el congreso de Colombia, para ser más exactos se dio a la tarea de contarme historias sobre sus vivencias en el campo, como las historias de los de los Europeos y las de todos los pueblos  donde la magia y el encanto de la imaginación terminan por convertirse en leyendas. En aquella calle adonde ahora existen unos negocios comerciales de música y de bolsas plásticas, existían unas plataneras que en las noches cuando hacía viento el ruido de las hojas nos hacía saber que todos proveníamos del agro, y que la ciudad era apenas unos lugares de encuentros en esos avatares en que los humanos hemos plasmado nuestros sueños mediante los descubrimientos que vienen desde la revolución industrial en Inglaterra. Ciudades que se estaban convirtiendo en unas moles de cemento que terminaron transformando nuestras vidas. Como digo, aquel amigo campesino me hablaba de un personaje que hoy es leyenda, una leyenda que para unos simboliza la violencia y para otros posiblemente sea el heredero de la defensa de una causa social, pero que en aquel momento sin intuirlo me contó cómo este que a pesar de las persecuciones de la ley,  las evadía transformándose en una de aquellas matas de plátano. Hasta ahora la radio era la que nos acompañaba en nuestros largos días de descanso colegial en nuestras casas. Con aquella historias yo le cogí miedo a arrojarme juguetonamente en la patineta en los atardeceres ya llegando casí la noche, por que presentía que aquel ser pudiera estarme esperando. Así son nuestros imaginarios. Estando allí en esa calle, moriría León (un detective policial) a manos de una banda delincuencial en el monte, y a los pocos meses como en aquellas maldiciones de los Dioses, Jorgito, el niño que me protegía de mis acuciosos perseguidores del colegio. Todavía no sé porqué. Un estigma como en las comedias trágicas griegas. Me pasaron muchas cosas. La única manera de evitarlas era quedarme encerrando leyendo libros que en su momento no entendía, y las caricaturas de los cuentos que a todos los de esa época nos ilusionaron, fuera de la radio y sus comedias teatrales que siempre nos embelesaron. 

Como decía, esos imaginarios de la violencia en la que nuestro país se ha sumido durante años, y que nos recuerda ahora con la que vivimos a las de los Europeos, y en especial a las de los Italianos que en sus luchas para constituirse en nación, y después en Estado, terminaron por heredar eso imaginarios que asumieron con su rol, y en la que hoy llamamos mafia; y que en los Estados Unidos fueron los artifices de muchas leyendas que los estigmatizaron. Así nos pasa con los nuestros. Nuestros imaginarios han llegado al extremo de convertirse en los cómplices de las muertes que a diario vemos, no precisamente por las de las armas, sino por la imposición de una nueva forma muy sutil, muy perversa y dañina, muy parecida a las de las tablas Weija que antes mencioné, y que en nuestro tiempo las confundíamos por las creencias en los espíritus que rondan nuestros espacios, en la que los mediuns sentados con varios participantes, nos indicaban qué ser y por qué causa su alma estaba en pena. Y en esas creencias, nuestros instintos animales se han visto subliminizados por unos nuevos personajes que han convertido la vida en un festín de la muerte por parte de estos Makiavélicos que persiguiendo a las personas, escuchándolas dentro de sus casas con sus aparaticos transistorizados, utilizando los más nefandos metodos de amedrantamiento dentro o fuera de sus casas, usando a familiares y amigos, tal vez por ese temor que todos tenemos en medio de esta crisis social en la que permantemente se nos amenaza con guerras y desastres, y en la que parecemos estar viviendo esas oscuras noches de los que nos han contado en el cine y en la literatura sobre las guerras mundiales, terminan porque nos enloquezcamos, e incluso nos suicidemos. Qué Ud. hable de una persona, y al salir, ella lo esté esperando; que diga que va a escribir algo, o que simplemente lo sugiera por internet, y entonces le aparesca  un personaje que si acaso lo ha visto una o dos veces en treinta años, se le aparezca con otro y le de una patadilla muy sibilinamente en un tobillo, en una amenaza sutil y dañina, mientras en las calles adonde llevaba años y años sin andar, en una ciudad de la que tuvo que emigrar porque unos amigos secretos que hablaban de política y de otros que no son más que unos vergonzantes ladronzuelos, como queriendolo retrotraerlo a uno a los años juveniles para amenazarlo, como si tuvieran un pensamiento ovnubilado y demencial de que son los dueños de este mundo, y que a uno lo único que le queda es morirse. 

A diario lo vemos. Yo lo viví, y afortunadamente estoy cuerdo. Pero ha sido una larga pesadilla de casi toda una vida. Cuando uno comienza a entender, que esas películas de las que he hablado en otros blogs, de los locos que uno ve con sus morrales en las calles (a pesar que se diga que la mayoría son drogados), de los muchos que a diario escuchamos de personas que se suicidaron o los mataron, de los infartos que seguramente les han producido; estos personajes expertos en el arte de enloquecer existen. Yo los he vivido, y espero si la vida me da la oportunidad contarlo.

Tienen muchos recursos técnicos y económicos, y no son improvisados. Lo están haciendo a diario. Nos tienen sugestionados.

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