El arte de enloquecer 5

Escrito por: jesusantog el 26 Jun 2010 - URL Permanente en El Pais.com
Publicado en El País.es
 
Hace poco en Ibagué, por la avenida Guavinal en el romboid que hay para entrar a otro barrio antes de llegar al que tiene el mismo nombre de la susodicha avenida, escuché:
-Denúncieme.

Su sonido era claro, conciso, pero muy bajito como para que otro lo pudiera escuchar. Era como si yo pudiera captar en medio del susurro del aire aquella voz. Aunque claro que estaba sólo, y al escucharla traté de mirar hacia atrás a ver qué pasaba. Tal vez mis varillas en la columna vertebral hagan las veces antena, y yo pueda captar algún tipo de frecuencias que otros no escuchan. Eso lo saben los imaginarios dueños de esos secretos, y que seguramente ya lo han usado con otros. No sé, pero de éso estoy casi que seguro. Ya lo he vivido en innumerables ocasiones.

Un taxista había decidido devolverse para retomar el romboid, y seguir otra ruta. Le alcancé a ver que tenía su micrófono de su radio transmisor en una de sus manos mientras éste se devolvía y tomaba su ruta hacia el Salado. Entonces me recordó otras historias que me pasaron en Bogotá, y en especial en la casa embrujada adonde todos esos vecinos salieron a provocar y a conseguirse tal vez algún premio, alguna lisonja en un país en el que en medio de tantos informantes, se parece al que seguramente los judíos lo vivieron en su momento, y que muy probablemente éstos ahora lo practican con los Palestinos, o lo que hacen ahora los Húngaros con los gitanos . Un país muy enredado de imaginarios que le recuerdan a uno esas novelas policíacas. Entre éstas, a "El espía que surgió del frío".

Muchos años antes en San Victorino, cuando tuve la oportunidad en los años 70 de trabajar con mi papá en la Cacharrería Amiga, que quedaba al frente del teatro Ponce, adonde existió una cafetería adonde se daban cita permanente los culebreros de aquella época; por la carrera 12 hubo un café en un segundo piso adonde el garitero según me lo contaron hace pocos años fue un personaje muy perseguido por sus negocios de droga, y que terminó mal, pero que hizo tanto dinero que hace pocos años utilizaron hasta brujos para buscar sus caletas en su residencia. Según lo dijeron las noticias en su momento, a su hijo le colocaron un trasmisor en su garganta después de haberlo soltado de una cárcel, chip que era rastreado por vía satélite, y que mediante éste pudieron ubicar a su papá, y con ésto acabar con su leyenda. Claro que en esos negocios turbios, uno sabe porqué se es perseguido. 

Fue entonces cuando recordé que yo fui víctima de una situación parecida en la que terminé ido de la cabeza, y después de intentarme suicidar por no poder soportar las voces, trás ser operado de la columna vertebral en el Hospital de la Hortúa por unos médicos que parecían conocerme muy bien, e incluso tener que escapar de dicho hospital gracias a una mano caritativa de una señora desconocida que me ayudó a salir subrepticiamente de dicha institución porque parecía que ineludiblemente me querían llevar para el manicomio con el beneplácito de unos familiares muy prestantes, y que podría constiuirse en una novela muy buena sobre este tipo de trabajos sucios; ya que en una casa en Bellavista al sur de la ciudad ya había sido intentado asesinar por unos lánguidos ladronzuelos, que parecían más bien ser mandados por otros centenaristas, pues de antemano ya eran conocidos por un vecino que había dado en colocar su arma de dotación en una tienda vecina, además de decirme cómo eran, y cómo eran sus maneras de actuar, porque sabía de ellos; y de asediarme en la casa que yo había cambiado por un apartamento que mi papá me había dejado por herencia en la Fragua en el centro de Bogotá con un tal Aldana (emblemático personaje que sería pensionado por la Brigada) acusándome que yo había roto las tuberías de su casa, mientras un tapicero vecino se robará un trabajo que le había mandado a hacer para unas puertas, en medio de todo un derroche orquestado en un organismo estatal con un contrato de construcción de unas rejas en "El Lago Timiza del Kenedy", contrato en el que me ayudaría una amiga . Cabe decir, que según supe algunos pocos años después, y en medio de la locura impuesta, mi papá, según me dijo una tía hermana suya, se había complacido mucho por el intercambio.

(Pero será para la próxima en la que pueda seguir contando esta historia imaginaria).

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