El arte de enloquecer 13

Escrito por: jesusantog el 21 Feb 2011 - URL Permanente en El País.com
Publicado en esa época en El País.es
Tal y como lo he dicho:
Contra mí, en ese trabajo sutil en el que resulté ser (y todavía lo hacen) una especie de conejillo de indias por cuenta de unos personajes que más bien deberían estar usando esos recursos tecnológicos en otros trabajos que verdaderamente redunden en el bien de los demás, incluido también el que escribe este blog. La voz de esa madrugada, de la que dije en el anterior blog, era cierta. Yo sentí como un soplido al oído, pero no me impresionó. Enseguida capté que ese tipo de trabajos me lo estuvieron haciendo durante mucho tiempo. No se trataba de lo que también varios de esos nauseabundos cruak, cruaks ,que en términos coloquiales de nuestro país, o en otros se les denominan informantes. Ya sean agentes estatales, o que están haciendo un servicio muy especial y privado al estilo de lo que nos describe Ian Fleming con el agente especial al servicio de su majestad, 007.

Las cosas de la tecnología digo yo. Unos particulares en un interior obedeciendo ordenes a estos personajes, que en cierta medida uno considera que deben ser los baluartes de nuestra defensa personal y privada, pero más bien se parecían a los inquisidores de los que ahora nos hablan los periódicos en el medio oriente. Al utilizar este recurso, me permitieron saber que bien podría ser por las varillas que tengo en la columna vertebral, o por qué no, de pronto en la operación que me hicieron los galenos en el hospital de Hortúa, bien pudieron colocar algún transmisor. Pero no. Tal y como lo conté en otra ocasión, cuando salí de la cirugía de más de doce horas (creo), me instalaron un pequeño transmisor en una de las muñecas en una sutura adonde estuvo instalado el suero dispuesto después de la operación, y en la que escuché las voces de los encargados de la cocina. En medio de esa modorra todo dormido y sugestionado, capté que me querían enloquecer con dichas voces, y que en cierta medida estos personajes supuestamente de ley no querían dejarme salir de aquel hospital. En fin, se trataba de todo un complot. En cuántas no me he visto para llegar de nuevo comprender la realidad y entender que este tipo de trabajos posiblemente se lo han hecho a muchos otros, pero porque como no cuentan con los conocimientos o no están informados de ellos, o porque el miedo, tal y como me lo han hecho mediante amedrentamientos en las calles y con el vecindario que en cierta medida nos refleja un país demasiado devastado por el síndrome de la violencia, donde los particulares por ese prurito de querer ejercer su ley por su propia mano, incentivados porque  también quieren hacerse participes en la defensa de nuestras instituciones, se dejan influir por estas mentalidades malsanas, que les están haciendo un daño muy terrible al imaginario de nuestro país. Uno resulta así, siendo un conejillo de indias. Y es muy probable que si hubiera muerto por cuenta de los delincuentes que me han salido en las calles, o por alguna de las tantas provocaciones de las que he sido víctima, o en uno de los muchos atracos en los que he vivido, o porque cualquier canalla de calle en cualquier momento me hubiera podido matar, tal vez hubieran dicho cualquier cosa.

Un degenerado. Un vulgar embaucador, un vividor al que la familia lo mantenía, un alcohólico, un proxeneta, un homosexual, o un estafador. Cualquier cosa. Y todos seguirían siendo tan campantes, que todavía salen a provocar en la creencia que son dioses absolutos. Y todo ésto, contra un indefenso ciudadano. Y en cambio, cuando uno supone que solo ha sido por un extraño enredo de familia que hasta los ladrones salieron a ver que se conseguían, porque hasta un apartamento que mi papá me dejó como herencia, desató todos los vientos malignos en los que más bien parecían que hubieran querido ganarse todo el oro de este mundo. Otro Aldana, que decía que trabajaba con el ejército, salió a comprarme el apartamento, después que me vi obligado a hipotecarlo, en la que también se involucró una casa toda destartalada que éste tenía en Bella Vista, al sur de Bogotá, adonde otros panjiluchos me intentaron matar a los pocos días de llegar en medio de un contrato que tenía con el Bienestar Social del Distrito, y en el que me demoraban los pagos correspondientes, y que con el cambiazo  de un talonario de una cuenta que tenía en el banco Colpatria que me hicieron por otro, mientras yo enloquecido iba por el despeñadero hacia la locura y al cementerio, perdí probablemente algún dinero mientras perdía mi razón de ser. Ya no sabía, quién era yo.  Y este trabajo ya lo habían comenzado desde joven. Desde muy niño. La clave me la irían dando los mismos familiares, instigados por otros, o no se si estaban instigando al padre que no quería dejarme nada, y porque desde muy joven había sido sometido a esos extraños malabares de sicología en los que mediante los recursos sutiles de drogarme con alguna sustancia hipnótica en un trago, o por ese rumor tan cetrino y  mordaz uno resulta siendo el peor de los congéneres porque no se entiende cómo pudieron suceder semejantes felonías.
 
Un tío en San Victorino, me comentó una extraña historia. Mi papá todavía no había muerto. Se trataba de un sobrino suyo, y un primo mío, que recién que yo salí del hospital, había dejado abandonado el apartamento que la madre de éste tenía. Una tía mía, mejor dicho. Y que murió en esos extraños años.
-Cómo va ser posible, que teniendo un apartamento, hubiera sacado los corotos y lo dejara porqué sí. Nosotros tenemos a un paisano que le pudo ayudar. Mientras me nombraba a un famoso policía amigo de la familia.
 
Algunos pocos años después vi al primo por las calles del barrio Galán todo ido de la cabeza y bien vestido, muy cerca de donde vivió de niño con la tía. Estaba gordo. Obeso como me lo dijo en alguna ocasión un familiar y un amigo (Memín), como un marrano. Con el tiempo, uno se vuelve mal pensado, ya que discierne otra cosa. Lo querían matar de una forma sutil. Y claro que lo digo por lo que me ha pasado a mí. Cualquiera se conformaría con lo que dijo el tío.

Es de entender que el amigo del tío era una persona encumbrada, o lo fue dentro de esos círculos policiales, pero como no se si sea cierto lo que me dijo, lo único que hizo fue retrotraerme a mi época de juventud en Girardot, en donde un agente que parecía más bien drogado, hace casi cincuenta años, casí nos mata a un primo y a mí en el interior de una de esas mal llamadas casas de lenocinio. De eso ya lo conté en otro blog, Un autista en Colombia) . Y sin embargo los amigos que me rodearon con el cuento de la política, y que no fue más que durante  unos pocos años, fueron los encargados de los encantamientos mentales mediante los cuales me creí el cuento de que era un perseguido, y con el que durante todos estos años fui sometido a una extraña persecución debido a los escarceos de estos vigilantes de calles. Aunque Ud. no me lo crea, cada que escribo algún blog, siempre, casi siempre, pasa cualquiera de esos personajes  a gritarme desde algún carro. Lo que no saben estos imaginario, es que esto me sucedió cuando viví en la mal llamada "Casa Embrujada", y de la cual éste ha hablado tanto, que creo que ya se convirtió en una especie de personaje quasi literario, por no decir más.

Y claro que lo que el tío no sabía, era que yo ya sabía cómo había sido desalojado aquel primo del apartamento que le había dejado su mamá, en los Bosques de San Carlos. Según, una señora que trabajaba haciendo el aseo, este había salido llorando del apartamento con los pocos corotos que le dejaron sus familiares. Había ido toda la familia a quitarle cuadros y todo lo que la tía tenía. Es probable que muy poco le hubieran dejado. Cuando este me lo dijo, constaté en aquella historia, que de alguna manera lo habían sacado casi a la fuerza o con pánico, tal y como lo hicieron conmigo. Pero mi historia es todavía más larga. Las frecuencias hertzianas que utilizaron con sus aparatos en dicha casa y en las calles, la diatriba de los provocadores, y la de todos aquellos que también me han hablado a los oídos, las de los maleantes que me han salido, no son nada de lo que probablemente pudo pasar a este muchacho. Y hay que decir también que nunca tuvo un trabajo estable porque era como el mandadero de la casa. O como en el caso mío salieron tantos a dañarme los trabajos, que muchos creyeron que yo era millonario. Valiente cosa.
 
Lo más curioso del caso, es que este no era su hijo carnal. Había sido adoptado mediante la apariencia que la tía lo tuvo en una edad muy mayor mediante testigos. Y presumo, que todavía debe de andar todo ido de la cabeza por esas calles frías y tormentosas de Bogotá. Es probable que del apartamento no le hubiera quedado nada, y también que ni siquiera intuya todavía lo que le sucedió, en esos laberintos infernales en donde uno puede perder el sentido de la realidad, o de la misma vida.

 
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