El arte de enloquecer 15

Escrito por: jesusantog el 17 Mar 2011 - URL Permanente en El País.com

Publicado en ea época en El País.es  

Ahora bien. Un amigo que conocí en esas tertulias de jóvenes adonde teníamos que reunirnos en pleno campo abierto de el Espinal en el Tolima(Colombia) para recibir las explicaciones de política sobre nuestra sociedad, comentaba hace unos cuantos años en los días que quedé además de ido de la cabeza con los nervios crispados y aturdidos por los medicamentos formulados por los médicos que me operaron de la columna vertebral en en el hospital de la Hortúa en Bogotá, y cuando quise presentarme a un concurso para los empleados de la justicia, me dijo:
-¿Es que ahora quiere vigilar a los policías?

Me lo decía de una manera seria, como si se tratara de algo cierto. Aunque a lo último con sorna se sonrió. Su padre en el Espinal, cuando en la camioneta de Cuchumina (el amigo de infancia del que he hablado en más de una ocasión en estos blogs) nos llevó en varias ocasiones a esas reuniones secretas, y en la que  todos escuchábamos la cátedra del profesor que daba clases en un colegio gubernamental y famoso en aquella región sobre las teorías materialistas de karl Marx o de Engels, éste  muy al estilo de un campesino que no había cursado su escuela primaria, sino que había vivido entre el campo en los cultivos de los dueños de aquellas tierras que recorrió por aquellos territorios que hicieron fama de la violencia, explicándome los conceptos que tenía de Dios y el mundo. Sin embargo, en esas reuniones de logias aquel  profesor costeño egresado de la universidad Libre simplemente confirmaba lo que decía el padre de mi amigo:
-Somos materia. Y cuando nos muramos dirán lo que dicen los padres católicos  cuando vamos a que nos coloquen la cruz de la ceniza en la cuaresma: "Polvo eres, y en polvo te convertirás".

Aquel joven que sería más tarde abogado de la universidad Nacional y quien por la amistad terminaría siendo asesor de mi papá, y quien se daría cuenta como fui cayendo en ese camino del alcoholismo, porque también nos conocíamos desde niños por esos menesteres de la amistades entre contertulios que soñábamos con un mundo mejor. Bajo ese paradigma, ante unos litigios que el viejo tenía con un Yerno en uno de sus locales, se lo presenté. Quería un abogado honesto. Y la verdad que si lo era.

Unos años, muchos años después que fui y regresé de Venezuela, éste me tenía otra historia. Su padre había muerto, La amistad con mi papá lo llevó a hacer parte importante en alguno que otro negocio jurídico que seguramente tuvo en esos años que estuve en Venezuela, y que también consultaba con Memín (Guillermo), un muchacho que con sus hermanas estudiaron derecho en la Universidad Libre, y de  cuyos padres tan solo conocí a su mamá. Habían cursado su carrera con una beca de medio tiempo por haber sido éste miembro de la policía rural, y un amigo entrañable entre sus coetáneos que terminó con esfuerzos en el ejercicio del cumplimiento de su deber la profesión de abogado.  Su madre mientras tanto trabajaba en una notaría del centro de Bogotá  en el  pasaje Hernández, y que curiosamente en esos años de mi completa desestabilización sicológica terminaría después de pensionada trabajando en otra notaría en Soacha. Cuchumina, el supuesto amigo de Ibagué, en los días que hubo la toma del palacio de justicia se aparecería en Bogotá con otro personaje, cuyos padres en su momento eran los dueños, de una cacharrería en Ibagué. Ese mismo día, me tocó ir al centro a la empresa Velotax, a recibir una encomienda que este me envió y que contenía una porción grande de lechona tolimense, en agradecimiento a que mi papá le compró unas tarjetas hechas a mano por él. Así son éstas locuras. Nací en un día veintidós de un mes once, y así bajo esa estela  escribí en la Leyenda del Dorado un cuento, cuyo personaje es José Onécimo. El muchacho, claro está, que por esa época estaba muy niño, y el amigo abogado, tenía su oficina en el Tía de la séptima, muy cerca de donde se sucedieron los hechos de aquella famosa toma del palacio de justicia. Para completar, como para redondear el cuento, yo vivía en aquella casa, y la abuelita por parte de mi madre que  fallecería debido a un derrame cerebral, y que por esas olvidadizas circunstancias la tía con la que vivía no reclamaría sus restos,  terminaría en aquella fosa pública adonde supuestamente estarían los once restos de los desaparecidos del palacio de Justicia en el cementerio del sur. En la misma casa adonde un perro que según Primorov era gozque (que bien pudo haber sido amaestrado) y parecido al de de Damián del que ya hablé en otros blogs. Perro que según medicina legal me dio 22 días (de pronto más) de incapacidad, y muy curiosamente el día en que yo nací en un mes once. Así son estos fantasmas de la manipulación sicológica en que cualquiera puede salir enloquecido en la creencia de que un brujo le está haciendo su trabajo. La denuncia sobre esta agresión la haría en una comisaría del barrio Restrepo, y que curiosamente cuando quise poner otra en la misma comisaría que ahora queda en el barrio Quiroga, a raíz de que me pasó otro  hecho dentro de la casa y al igual como en aquella ocasión toda una cantidad de personajes, vecinos del mismo sector me esperaban, mientras la secretaria de aquel comisario, me dijo:
-¡Ah! Sobre su prima viene a decir.

Mi prima era mi señora, y aunque firmé aquel libro, tuve que salir muy nervioso y asustado. El trabajo de la elaboración de fantasías me lo habían dañado dentro de la misma casa, y así durante dos largas noches fui amenazado por personajes de calles. Así cualquiera se muere de un susto por un infarto. El hermano del amigo abogado, según entiendo tomaba mucho licor en el Espinal, y también andaba todo ido de la cabeza. Y seguramente bajo estas circunstancias como en el caso mío estaba siendo abordado de los bribones que en la calles salen a amedrentar, pero como lo conocen a uno tan bien, se puede terminar aporreado por un carro, o alguien los mata en medio de un complot. O se termina en último caso suicidándose, pues existen maneras perversas mediante las cuales Ud. se cree el cuento llegando al extremo de la paranoia, y se suicida. Le han lavado el cerebro.

En Google intrigado por la fecha de mi nacimiento en esos menesteres en que uno quiere averiguar algunas circunstancias que bien pueden ser infundadas, porque son impuestas psicológicamente por estos mercaderes de la muerte, que todo lo saben, y que no son brujos sino conspiradores que van creando el miedo mediante los informantes de raka mandaca, las prostitutas y los maricas; incluso le puede salir todo un vecindario dispuesto a hacer su supuesta justicia por su propia mano. Así familiares que va conociendo que hacen parte de esos cuerpos de seguridad, y desconociendo sus juramentos de ser fieles a las instituciones a los que secretamente pertenecen, se olvidan de los muchos que ofrendan sus vidas por defendernos de los non santos, orquestan sus maquiavélicas comparsas para mandarlo a uno al otro mundo, haciéndolo aparecer como el más desalmado de los villanos. Y no. Yo no pasé en aquel concurso que digo de la justicia, e incluso creí que fue manipulado en mi contra, pues salí muy confiado de dicho examen. Y sin embargo, sus palabras que no tenía porque decirlas  porque cómo un ciudadano puede hablar que es enemigo de los que lo defienden a uno en estas calles de malas pulgas. Pero ese cuento me lo han contado de otras maneras, en otras circunstancias desde joven y muy niño. Yo lo llamo, estigmas. Marcas  donde no importa que Ud. sea el mejor. Hay maneras en que estos personajes non santos le pueden  hacer creer que uno es el malo de la película. Para bien o para mal hay que seguir contando estas historias porque no somos lo que nos pintan otros, si la vida nos da la oportunidad y no caemos en la sugestión de estos dioses de mal agüero.

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