El arte de enloquecer 16

Escrito por: jesusantog el 18 Mar 2011 - URL Permanente en El País.com 
Publicado en esa época en El País.es
 
Así como aquel amigo abogado de "El Espinal" me diría que lo que quería era investigar a los policías, en la casa embrujada a donde regresé después de muchos años, tras haber muerto la tía en un extraño accidente, mientras sucedieron muchas cosas en medio de una situación sicológica en la que el apartamento que me había dado mi papá como herencia, lo perdí por cuenta de unos contratos que hice con el gobierno mediante una amiga que había ayudado a que hiciera unas propuestas en el Distrito Especial de Bogotá en el Lago Timiza sobre la hechura de unas rejas en los ventanales de una alcaldía local, que se fueron prorrogando y en el cual unos acuciosos personajes de barrio creyeron que se habían ganado conmigo la lotería. Había tocado hipotecar el apartamento, y lo curioso que aquel soldador que conseguí se propuso instalar más rejas de las contenidas en aquel contrato indiscriminadamente, como si con esto lograra obtener su cometido. Yo estaba completamente ido de la cabeza. No solo Memín, sino otros personajes siniestros que en su momento parece que florecieron como si el diablo los alborotara, estaban detrás de su botín. No había manera de terminar aquellos contratos. Hijos de policías, tal y como el amigo abogado me lo había dicho, y que terminó prestando sus servicios a mi papa, Memín el oscuro amigo que aunque se haya muerto en medio de esas situaciones que aunque parezcan normales a uno le queda la impresión que esos intelectuales de la muerte le ayudaron a sucumbir de esta vida, y sin saber hasta ahora si ésto que digo sea cierto, la amiga a la que consideré mi hermana porque prácticamente anduvimos compartiendo los pocos negocios que propuse, pero que cuando me dí cuenta que la mayoría de mis clientes que conocía porque les había vendido, terminaron siendo de ella, quedé como exangüe. Ni lo entendí ni le presté atención. En esos contratos perdería el apartamento y parte de mi vida. Los prorrogaban estos artistas de soldaduras enrejadas e  hijos de gendarmes que seguramente creían que estaban haciendo lo mejor que podían hacer. Así fue como casi no logro terminar aquellos contratos con el Bienestar Social. No solo se me estaba yendo la vida, sino también ahora entiendo que es esa manera sutil de enloquecer a una persona, en la que terminé perdiendo el apartamento en la Fragua, sino que después de haberlo negociado en un intercambio hecho por cuenta de un aventajado administrativo de la Brigada (Aldana) que funciona por los lados de Tunjuelito del Sur en Bogotá se quedó con este, mientras tuve que irme para una casa destartalada en Bellavista en el mismo sur por donde va la carretera que nos lleva a Villavicencio.Allí sería objeto a los pocos días de un intento de asesinato en horas tempranas de la noche al llegar a aquella casa  siniestra, tanto que me tocó desocupar por el pánico a los pocos días. Ni al mes siquiera de estar viviendo allí. Un carpintero vecino se robaría todo lo pedí que hiciera para colocar las puertas que faltaban porque estaba en obra negra. Un vecino policía colocaba su revólver frecuentemente en la entrada de su tienda y me acusaba de haberle roto la tubería del agua, cosa que nunca hizo con el anterior dueño. Tres personajes que salieron en una de esas noches macabras, recién bajado del bus que me transportó desde el centro de la metrópolis, mientras uno de sus acompañantes le gritó a otro que le dieron en ese momento un revólver:
- ¡Dispárele!

Después aquel agente de policía y muy mayor de edad, como si los conociera, diría que eran dos muchachos y una muchacha disfrazada de hombre. Años más tarde, en esas extrañas suspicacias de locura, escribiendo y probando en Internet una forma sutil de descubrir a los que me intentaron matar, al reescribir un cuento y enmendarlo de "La leyenda del Dorado" en donde insinuaba que se disfrazaban de noche para atracar, conjeturé que uno de esos podría ser uno al que recordaba por su nombre muy parecido al del personaje que interpreta Peter Otoole en una de esas películas sobre la lucha de los árabes contra el colonialismo inglés. También otro que posiblemente podría ser un medio ciego y con una artritis aventajada, y una muchacha loca que me esperaba cada rato por esas calles y que sabía por donde yo iba a pasar, e incluso muchas veces me amenazó con gendarmes. Estaba ida de la cabeza. Y sin embargo en una de esas mañanas que salí a trabajar, la pude ver cómo abría la puerta de la casa en la orilla de aquel riachuelo que denominan la culebrera entre el barrio Centenario y el Quiroga y casi a espaldas de un instituto de Don Bosco, casi cerca de la avenida 24 y adonde muchas veces escuché voces transmitidas por ondas  hertzianas. Seguramente pudieron haber sido ellos, o probablemente estos conocerían a los instigadores porque lo hacían como si estuvieran cumpliendo órdenes de otros. No hay certeza. Pero sus persecuciones en aquel barrio y en medio de sus celadas nocturnas, con el solo hecho de ser utilizados; y del perrito que aporrearon y me lo dejaron en una acera en el barrio de Fontibón, así lo indican. Era un perrito muy parecido al de aquel muchacho que me recuerda aquella película en que actúo Peter Otoole. Parecían ser familiares y amigos de los sabuesos de la casa embrujada. Locuras, dirá cualquiera, no importa. 

Una casa medio abandonada, pero que yo en medio de mi locura escuchaba voces, y había terminado completamente por tenerle miedo a cualquier persona porque el que me mirara o hablara creía que me iba a matar. Este trabajo sutil ya había comenzado en Ibagué desde muy joven cuando anduve con unos amigos cercanos que siempre anduve en mi vida. Si estos últimos amigos, fueran en verdad los que yo creí, y si por algún motivo tuvieron información de lo que estoy escribiendo, deberían salir a manifestar que lo que hubo fue un extraño complot, y con los cuales  pretendieron desestabilizarme sicológicamente. Ya unos años antes cuando entré al magisterio, unos pocos después que a los profesores se les pagaba con aguardiente porque el estanco era la fuente para el gobierno de sus entradas principales, me sucedió una especie de drogada en Purificación en un encuentro de profesores. Dormido, me tomaron unas fotos y colocaron cuatro cirios alrededor como si estuviera en un ataúd, y los que instigaron eran unos profesores de Prado tal y como estos personajes de calles ahora lo vienen haciendo desde hace más de 15 años de manera sibilina y constante. Antes en Bogotá tal y como lo conté en https://www.unautistaencolombia.blogspot.com/ cuando trabajaba con mi papá en San Victorino en una noche fui víctima con el amigo, hijo del que fuese dueño del colegio Murillo Toro en Ibagué, y otro, después de salir de una fiesta del barrio Veinte de Julio en  un intento de atraco casi cerca de la plaza de mercado cuando regresábamos de ella por otros que nos salieron a impedir que en el carro particular en que íbamos, continuara su camino; y después de haber sido detenido en ese organismo detectivesco con otro excompañero del colegio donde cursé parte del bachillerato por dos agentes secretos que frecuentaban la cafetería El Capablanca en Bogotá. Muchos años después, casi 20 o más, vería a uno de ellos muy cerca de donde Primorov vivía en el Kennedy, y al otro del que presumo debió ser conocido por unos familiares dueños de esas cacharrerías del centro de Bogotá o por qué no de algún otro que conocía. Y todo contra una persona, un joven que en su momento estaba comenzando a conocer el mundo.
 
En la casa embrujada, otro vecino agente estacionaba su carro frecuentemente al frente de la puerta de la casa en que vivía en aquel interior. Un chofer vecino, amigo del hijo del dueño que le vendió la casa a una tía, y después que en una noche durante largo rato escuché sus voces hertzianas en tono amenazante, le diría al agente que digo:
-Ya está el dinero para hacer la vuelta. 

Yo le entendí que iba dirigido hacia mí porque lo dijo en tono duro como para que lo escuchara por que sabía que estaba adentro de aquella maldita casa. Estaban ensañados a hacerse con mi vida a como diera lugar, mediante torturas sicológicas. Ya Ojos Azules, no Frank Sinatra, me había tratado de matar en un extraño accidente provocado que ya conté en otro blog. Ya había regresado de Ibagué después de haber permanecido por más de un año fuera de aquella casa. Si. Aquel amigo abogado en algo estaba en lo cierto. No sé. Me han salido tantos otros especímenes de malas pulgas, que ya ni sé.

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