El arte de enloquecer 20


Escrito por: jesusantog el 21 Mar 2011 - URL Permanente en El País.com

Publicado en esa época en El País.es

No es tan difícil. A Ud. le meten un cuento de la cabeza, y todos los que lo rodean se lo repiten, muy suspicazmente hasta que ya no cabe duda que el cuento es real. Ud. no hace sino pensar en éso. Es más, pueden jugar con su cerebro. Vea:
Va con un amigo, como me sucedió a mí, a un cafetín y hace trato con una muchacha de que al otro día se encontrarán, y así lo hace. Su amigo que lo sabe y que es medio brujo, aunque por esas cosas de la vida con los años tiene algo que ver con otro amigo que resulta detective que sabe mucho de drogas, porque ese fue su oficio cuando trabajó en un organismo secreto, y que parece que lo echaron de allí por su mal comportamiento aunque pueden ser suposiciones mías. Con un solo trago lo drogan. Ellos saben a lo que iban. Lo suben en carro, y Ud. que anda ya lejos de este mundo normal y resulta en una estación de policía. Allí, cuando Ud. recuerda el uso de la razón le ha sucedido algo como para quedar medio chiflado. Lo tienen encerrado con una pobre mujer que también está ida de la cabeza, y allí tiene que ver cosas horribles; tanto que su cerebro no le funciona bien, y siente como su dentadura está como medio dormida, y alcanza a arrojar saliva, y está aturdido porque no sabe cómo llegó allí.

Luego a la vuelta de los años se repite esta historia de otra manera. Ud. no lo entiende. Estos personajes son expertos en jugar con el cerebro de los demás y son capaces de llevarlos a esos mundos imposibles, de donde es muy probable que Ud. no vuelva a ser el mismo. Aquel grupo de amigos, que se le van acercando tienen un negocio con Ud. Le hacen creer que es un vulgar degenerado, pero como se está joven, a la vuelta de los años, por esas raras y extrañas situaciones por las que ha tenido que pasar, comienza a entender que lo estaban enloqueciendo. Suponga que Ud. no quiere comer en la casa. Que no tiene tiempo. Que mejor en el camino se come una hamburguesa. Un cliente suyo, lo acaba de llamar de uno de esos barrios populares, adonde ya en alguna ocasión se ha comido una hamburguesa, y como sabe que aquel le comprará la mercancía que lleva, Ud. alcanza a pasar por el sitio en donde antes ya ha consumido lo mismo. Lo están vigilando. Saben que va a pasar por allá. Ud pide una hamburguesa. Aquel señor lo atiende con tanta displicencia, que se preocupa. Su cara se le hace conocida. Piensa en dónde lo ha visto. Ud. se da gusto. Su anfitrión, lo mira. Ud. se saborea. Lo observa. Ud. sale de aquella caseta de calle, y se va a llevarle la mercancía a aquel paisa que lo llamó. Está rica. Ud mastica y mastica. Siente que la cebolla cabezona no se deja derruir entre los dientes y la siente blanda. Ud. por esa rara intuición decide mirar y tocar con sus propias manos a ver qué pasa con lo que se está comiendo. Mete los dedos entre la lengua y hurga. Algo le dice instintivamente que no es normal. Cuando saca de entre la boca lo que no ha podido deglutir se entera que estuvo a punto de atragantarse, con un pedazo de cable eléctrico que en la mitad tiene el caucho, mientras los filamentos de cobre se ven en la otra mitad. Lo arroja al piso nervioso. Se siente con pánico y con miedo. Además ninguno de los antiguos clientes que antes le compraban ya no lo hacen. Ni siquiera se atreve a devolverse. El instinto le ha recordado que en un restaurante muy cerca de donde vivió durante casi treinta años, otro personaje que vende aguacates por las calles en su carretilla, y que ayuda a la hora de las comidas a atender los clientes de un restaurante en el Murillo Toro, le ha servido un plato especialmente preparado. Ud. alcanza a ver que cuando le llevó el plato hay unos pedacitos de alambres de la esponja que se usa para pulir las ollas de aluminio y que están entreverados con el arroz del seco, y no se los traga; pero disimuladamente mira hacia atrás, y aquel mesero lo está observando junto con otra empleada. Esa fue la sensación que lo salvó cuando comenzó a darse cuenta que lo que parecía un pedazo de cebolla cabezona no la podía derruir entre su lengua y sus dientes.

Al otro día Ud. sale de aquel interior que el escritor de Crónicas Gendarmes ha dado en llamar "La casa embrujada", y se encuentra conque al frente de uno de los vecinos (Voz de Humo), han cortado otros cables en pedacitos, como diciéndole nosotros fuimos. Es terrible. Recuerda que en una ocasión vomitó sangre, y se pregunta si pudo ser adrede o una úlcera que se le reventó. A Ud. lo siguen amenazando por donde vaya, mientras siguen jugando con su cerebro. Cae en la cuenta que esta siendo observado y perseguido, así como el hacker a veces lo bloquea, o cambia de alguna manera lo que escribe. Ahí está. Ud. ya está paranoico, y sabe que durante toda su vida han jugado con su cerebro, y todos ellos resultan siendo unos imaginarios muy recursivos para matar a otro, mientras de paso lo amenazan y le muestran sus caras. Más imaginarios que uno. Es una fortuna todavía no estar loco ni aturdido a pesar que anduvo muchos años sin saber de dónde era. Hay muchas más historias que contar. Ha sido una larga y extraña pesadilla, tantas, que ya perdió la cuenta de otras muchas que le han pasado.

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