El arte de enloquecer 23

Escrito por: jesusantog el 26 Abr 2011 - URL Permanente escrito en El País.com

Publicado en esa época en el País.es
Anoche, tuve una pesadilla. Es normal en las mentes angustiadas. Soñaba que “El Embrujado” gritaba con furia:
-¡Imaginarios! Regresen a la hija del Arca porqué sino el diluvio les va a arrasar sus tesoros mal habidos !

Era un grito patético. En medio de ese malestar que uno sufre en la mitad de la noche, cuando queda despierto, anhelaba ver el rostro de aquel personaje, y solo veía a otro que muchos años antes estando muy joven, apenas había visto en un momento. Había sido posiblemente en los billares de "El Xandú” en Bello horizonte en pleno centro de la ciudad mientras charlaba con un amigo. Estaba en ese entonces en Patio Bonito, adonde por esas extrañas coincidencias el jefe de esa seguridad privada se me parecía también a aquel encargado que vi cuando fui detenido con el amigo que primero dije en el D.A.S. en una de esas persecuciones que estos hacían contra una organización política, y adonde en esos últimos años una amiga me había dado la información de un contrato con el “Bienestar Social”, quien con su revólver entre el flanco izquierdo de su pecho y camisa, y muy bien vestido me preguntaba a qué me dedicaba.
 
Unos mese antes, Pedrín, un primo hermano muy sutilmente había buscado la manera de sacarme del empleo en una cacharrería que antes había sido de mi papá, y que ahora a éste le pertenecía, al frente de lo que fue el teatro Ponce en la calle once de San Victorino. Yo había quedado como su dependiente.

Además, como lo conté en www.unautistaencolombia.blogspot.com vivía en el barrio el Trinidad de Bogotá. Estudiaba en el bachillerato nocturno de la universidad Gran Colombia frente al mismo sitio a donde quedaba en ese tiempo aquel organismo secreto. Y claro que ya me habían sucedido muchas cosas, incluso unas donde casi pierdo la vida. Aquel personaje que vi por unos instantes con el amigo en la ciudad musical de Colombia, iba con unas yerbas de esas que se consiguen en cualquier plaza de mercado aporreándose las espaldas con ellas, con su sombrero antiguo de media vuelta y blanco, como si en verdad me estuviera informando algo, pues estos personajes siempre utilizan la inteligencia para ponernos a pensar o a enloquecer. Al frente del colegio de la universidad que digo, quedaba una comisaría donde trabajó un hermano de uno que después fue Fiscal y que  me dio clases en la universidad Libre. 
 
Mucho antes había salido de un cafetín antiguo que es frecuentado por abogados y rebuscadores en la calle 15 con carrera 10, haciéndose el desentendido. Se sentó muy tranquilamente en la misma mesa, y entre charla y charla resultó invitándome a una cerveza. Durante esos años también lo vi por allá en aquellos sitios que hay muy cerca del San Andresito y todos aquellos negocios antiguos que tienden a desaparecer cerca de la Plaza España, y donde por muchos años allí fue el centro del comercio de ropa de segunda en Bogotá. Ahora con los años, me pregunto de dónde salió este personaje. Cuando lo vi en Bello Horizonte, y yo tenía como 18 años de edad, iba de traje completo con una corbata y su inconfundible sombrero que fue lo que me llamo la atención. El mismo se propuso en aquel establecimiento que digo en Bogotá en la vitrola(¿?) moderna que allí tienen, colocar una canción en homenaje a Julio Rincón, un personaje de leyenda que existió en esas tierra de esmeralderos, pero que en esas equivocaciones frecuentes de esos imaginarios que tienen por costumbre jugar con los cerebros de los bienaventurados que caen en sus arpías redes, se equivocó como siempre. Nunca supe qué habló con el amigo. Y sin embargo aquellos recuerdos le quedan a uno flotando cuando se encuentra con otros que posiblemente fueron amigos en secundaria en un colegio, y sus nombres y apellidos rondan como si le estuvieran informando de un complot. Algo así me pasó con Gallegos, un amigo que conocí en la misma ciudad que veía por aquellas calles Bogotanas y otro que fueron condiscípulos del mismo colegio, que se burlaban al darse cuenta que estaba todo ido de la cabeza por esas calles. Y en verdad no estaba tan ido como ellos lo creyeron. Embobado, digamos más bien abstraído en mis pensamientos cuando en esos avatares de la vida Ud. sufre golpes y golpes de la vida  donde los ladrones bien informados buscan saciarse de todo lo que puedan conseguir. Y como son unos personajes mitómanos, para lavarse sus manos se inventan otras historias para justificar sus alevosías, en una cadena que cuando termina resulta siendo el rufián del momento. Se ufanan delante de uno, y de los demás contando sus picardías.
 
En realidad aquel nombre del comisario no había surgido en los escritos del “Embrujado” porque tuviera algunos conocimientos sobre éste, sino porque seguramente en esas leyendas antiguas, como a aquel personaje de Agatha Christie, y de otros escritores famosos; con la diferencia que yo no había escrito nada. Absolutamente nada. Solo un proyecto de novela, que en mi cerebro ha rondado, pero en la que estos imaginarios de malas pulgas me hicieron creer que me perseguían en Venezuela, y durante muchos años en "La casa embrujada". La novela que digo, está basada en lo que sucedió a raíz del asalto e incendio del palacio de justicia, pero como ese libro a rodado de mano en mano entre familiares, y en la casa de unos vecinos que a veces creo tenían hasta las lleves de esta, por otras cosas que uno no sabe qué pensar, porque  sí se dice puede ser una calumnia. Solo me queda agregar que mucho antes de llegar a aquella casa, y de que “el Embrujado” apareciera en mi vida, con aquel personaje que creo elaboró sobre una situación imaginaria vivida en” Bello Horizonte” , una ciudad inexistente; que al regresar a aquella casa, allí casi me enloquecen, porque fue como si hubieran practicado toda la vida sobre una historia que solo estos personajes conocen , pero que yo la he sentido. Sus gritos, todavía me producen temor, mucho más cuando reta a esos imaginarios a que cuenten sus verdaderas historias.
 
Pero no. Solo aquellos perseguidores, apenas han demostrado otras cosas, en medio de sus fantasiosas y tenebrosas argucias para asustar a una persona. Y como para decir una de las muchas que seguramente podré contar, hay que decir que yo en la once muy cerca de la plaza España, adonde un vigilante privado y secreto de esos que cuidan aquellos negocios, como medio paisa; en una de esas tardes en que fui a buscar a un medio hermano, se colocaba sus manos detrás de su espalda, y con una de ellas me hacía el signo de la   pistola. A veces creo que me quería alejar de aquel sitio, aunque debo de decir que por muchos años yo anduve comprando mercancías para vender en los barrios al por mayor, pero que para este y otros que allí me salieron como el del que acabo de describir, les parecía que fuera la misma peste. Trataban de amedrentar. Allí, mientras a aquel hermano no lo encontraba, lo vi que iba muy delante de mí. Traté de acercarme, pero cuando se percataba se iba alejando más rápido, cosa que nunca lo alcancé. Sin embargo, en una de esas ocasiones, entre la Caracas y la Plaza España, cuando volteé a mirar, muy campante y muy veleidosa iba en un automóvil particular una supuesta cuñada, esposa de otro hermano medio, que se burlaba de mí. Algunos de los que la acompañaban y que alcancé a ver me miraban y me mostraban sus lenguas, como diciéndome:
-¿Y qué hace por aquí?
 
La verdad es que durante mucho tiempo estuve en ese estado de abstracción mental, en la que no me daba ni miedo ni hambre, sino que mis recuerdos flotaban, tratando de buscar alguna ayuda. Allí solo encontré personajes como éstos, y muchos más de otros que iban en el mismo estado mental mío. Ellos estaban drogados, y seguramente muchos de ellos eran personajes de no fiar. Yo estaba solo en este mundo. Y andaba y andaba. Así les pasa a los que se enloquecen. Y sin embargo…
 
Más bien será mejor que les cuente otras historias vividas en otras partes, y en la misma casa embrujada, para demostrar que estos trabajos son tan comunes, que incluso pasan desapercibidos para el común de las gentes. Solo caben en el arte de enloquecer. Sólo por eso, por aquella pesadilla que digo, vale la pena que continúe con esta saga.  
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