Calles de sobevivientes

Hace algunos años era frecuente escuchar por la radio, o leer en los periódicos sobre el abandono de los mejores amigos del hombre por parte de los españoles en la temporada de vacaciones;  a muchos de los que leíamos o escuchábamos dichas noticias nos daba rabia y dolor, cuando  ellos han sido  nuestros compañeros de ruta en la vida, incluso si no me equivoco hay una canción de Roberto Carlos a su mejor amigo.   Y sin embargo, también en nuestras grandes ciudades en Colombia sucede lo mismo. Son millones de estos animalitos que deambulan en las calles, y hace poco por esos infortunios que he tenido que vivir durante estos últimos años, una crónica que leí en otro periódico homónimo al de Uds. aquí en Colombia, nos informaba de cómo con éstos a manera de sevicia grupos   de vigilantes de calles, los usaban contra ciudadanos inermes para amedrentarlos, y  para exigirles alguna contraprestaión económica.
En esos años yo estaba demasiado ido de la cabeza por circunstancias que durante años me han pasado, y que algunos han confundido con el cuento del alcoholismo, como si por éso yo anduviera así tan extraviado de este mundo, tal y como lo cuenta "El Embrujadoe" en " Crónicas Gendarmes" 
Yo estuve demasiado ido de la cabeza, y mis vivencias fueron algo parecidas. Unos vecinos tenían su propio perro. Un boxer. En una de esas mañanas de un domingo,  pude observar cómo otros en una camioneta opaca me esperaban a la salida , mientras se burlaban. Dentro de mí, yo pensaba sobre el porqué éstos se reían. Unas cuantas cuadras mas tarde, en un barrio de Bogotá llamado Veinte de Julio, adonde miles de fervientes seguidores católicos van a orar en la Iglesia del Dívino niño, en un andén muy cerca de un poste, así como se ve a este pastor alemán, estaba botado y exangue en la acera por donde iba, muy  parecido al de éstos con el ismo aorno en el cuello que sus amos le colocaban. Enseguida creí que era el de los vecinos, y que me lo habían arrojado allí, pues parecía que estuviera muerto. Afortunadamente yo ya lo había leído en el periódico que antes dije, y aunque tenía miedo y andaba loco y solitario  por aquellos días consumía mucho licor para soportar el miedo a que estos personajes me tenían sometido. Si  pudiera contar todas las situaciones sicológicas que he vivido nadie me creería, pero son ciertas.
Era cierto lo que decía aquel periódico que digo. Yo ya lo estaba experimentando en la vida real. Ya que todos estos personajes andaban taimadamente enviándome sus mensajes que yo solo les entendía, y así de esta manera me apabullaban diariamente. Venía después el regreso del trabajo en las calles a la casa, y uno tenía que pensarlo nuevamente, pues en otros sitios, en mi misma casa, ya me habían intentado matar, una historia que creo que ya conté en otro blog.
En otra ocasión, otro perro de otro vecino me lo dejaron botado en otro andén , en otro barrio bien lejos de donde vivía. Primero me había estado esperando Wilson, como si supiera a qué horas iba a salir, y curiosamente en un carro parecido al que un día me arrojaron otros en la 10 con primera y que me partieron una pierna  en el tiempo que trabajaba en el distrito como educado . Me miraba feo, y en tono amenazante. Después comprendí que era utilizado y que tenía intereses sobre la casa que yo habitaba, eso creo porque  mancomunadamente todos ellos, ya que  además de ser empleados al servivicio de diferentes organismos policiales del estado, estaban muy interesados en constreñir sicológicamente  de una u otra manera, pues a veces pasaban y timbraban en la casa a altas horas de la noche. Todos los habitantes de las calles se habían convertido en mis verdugos, y en más de una ocasión habían salido a provocarme como si con ello se fueran a ganar algo.
Otro muchacho, me seguía como si en verdad estuviera recibiendo una orden. Era uno de esos extraños seguimientos en donde Ud. se da cuenta de todo.  Como para que lo notara. Vivía muy cerca en una casa medio abandonada, y frecuentemente los había visto consumiendo vicio, con sus ojos extraviados con otros muchachos del barrio.
Yo, que había tomado un bus hacia Fontibón,  un barrio que queda al occidente de Bogotá, quise bajarme tal y como lo había heho en otras situaciones muy parecidas porque desde luego así me habían llevado a la paranoia. Y como había estado loco, a quién le podía pedir ayuda,  pues parecía que eran estos mismos los que me seguían. En aquel carro que dije que mee esperaba el chofer en una camioneta en tono burlón al frente de la salida del callejón donde quedaba mi  casa, pude ver el chofer, y su kepiz me permitió entender que se solazaba  cuando iba por otra avenida cerca del mismo barrio, y con su carro había dado vuelta por la misma avenida y hacía el intento como de seguirme  por la calle. Sabrán que este es un barrio populoso, que hizo parte de esas ciudades que se fueron anexando a la actual metropoli del Distrito de Bogotá. También pude  ver cómo aquel muchacho malacaroso hablaba frecuentemente desde su celular con otro en el bus que iba a Fontibón. Decidí  en esta ocasión seguir hacia donde iba,   ya que  me estaba  acostumbrado a estos tipos de seguimientos descarados y maliciosos, pues durante los once años que viví de nuevo en aquella casa, siempre las provocaciones estuvieron a a la orden del día por cuenta de estos vecinos que parecían ser los amos del barrio y de aquel sector.
Al bajarme del bus en el parque principal de aquel barrio(una ciudad pequeña y comercial) éste también lo hizo. Yo no le puse más cuidado, pero  sentía temor. Comencé a trabajar en aquel barrio adonde tenía establecida mi clientela, y en una de esas calles observé trémulo otro perro parecido al de uno de aquellos vecinos que en más de una ocasión,  incluso había ido hasta la casa donde  yo vivía, hacía muchos  muchos años.
Estaba aporreado y drogado. Era una especie de susto, en que el corazón se me agitaba, y debo de decir que al verle el rostro a cualquiera de estos personajes me daba miedo. Y sin embargo, he sobrevivido. Aprendí a convivir con el miedo subliminal que estos usaban, y tal vez lo mismo que a muchos otros que  también les ha tocado soportar semejantes ruindades.  Eran una de esas amenazas sicológicas, en las que seguramente muchos abandonaron sus casas o sus bienes, o terminaron locos, aunque en el caso mío lo han venido haciendo desde que yo estaba muy jóven, y éstas son apenas unas cuantas  historias que he vivido.
En otra ocasión, comenzaron a aparecérceme estilistas del mismo barrio que tenían sus negocios en el sector. Aunque hacía muchos años había vivido en el mismo barrio,  no los distinguía ni sabía quiénes eran.  Uno de ellos frecuentemente se asomaba a una cafetería donde fui cliente, como indícandole al dueño algo.  Y aunque fui allí durante más de treinta años, parecía que yo le debiera algo. Y en todo esos comercios de tiendas y negocios, yo parecía ser el vecino perseguido. También hay que decir que durante los 30 o más años que viví en aquella casa, todos esos personajes estuvieron rondando como si alguien los instigara, y además en más de una ocasión fui esquilmado por ladronzuelos de pocos pesos, como si con ésto quisieran alejarme de la casa donde viví con una tía más de la mitad de mi vida. Pero en esta última olcasión todo un barrio estaba al servicio de unos fulanos que parecían de ley. O tenían su negocio conmigo, o por cuenta de otros.
Pues bien. Una mañana que salí para Soacha, al sur de la ciudad, muy cerca del cementerio del barrio Santander, por donde yo siempre acostumbraba a pasar, estaba aquel perrito del tal estilista, y que éste siempre lucía en su negocio que quedaba muy cerca de la tienda de donde fui muchos años cliente.  El perrito estaba botado en la acera por donde iba, y como en otras tantas ocasiones yo sentí mucho miedo, ya que lo ví como muerto, como si me dijeran:
-A ti también te va a pasar lo mismo.
Cualquiera lo entiende. Me estaban vigilando, y de esta manera me amenazaban. Y aunque han existido otras formas y otros tipos de trabajos de sicología  y otras provocaciones, en más de una ocasión vi cómo cercaban perros que deambulaban por las calles o se los robaban a sus dueños, e incluso en más de una ocasión ví como trataban de enlazar a uno de ellos, mientras su dueño se les enfrentaba abiertamente pues era todo un grupo de jóvenes que iban en motos, como de cacería para escarmentar a algún fulano que les debía algo. Pero yo si puedo decir que no le debo nada a nadie.  Pero aún  así somos y así podemos decirlo, que somos sobrevivientes de estas calles, y que a veces otros nos hacen dar miedo.
Y quién le va a creer a uno.  Cuando tuve que abandonar por primera vez aquella casa en los años que me ui para  Venezuela, en Cúcuta tuve la oportunidad de otra experiencia. Yo en esos meses me dedicaba a vender en las calles bisutería y otros productos. En una de ellas, donde a veces instalaba mi negocio ambulante,   casi  siempre veía cómo aquellos desafortunados personajes que caen en el vicio, que andan todos sucios, como los méndigos de cualquier ciudad, y que creo que también deben existir en España o en los Estados Unidos,  llevaban amarrados del pescuezo a unos perros. Era común verlos. Otro vendedor ambulante me contó la historia.
Yo no lo creía. Estos rebuscadores de calles siempre aparecían por allí con algún perro robado o callejero. Y los vendían seguramente a precio de huevo a un inescrupuloso comerciante que fabricaban salchichón(embutido muy popular en Colombia)y que distribuía al por mayor en muchas partes del país.
Yo nunca le presté atención. Estando algunos meses después en Venezuela, leyendo El Nacional en un domingo (pues siempre he sido lector de los periódicos dominicales)  recordé  aquella historia. Al dueño lo habían cogido las autoridades por este delito atroz, y lo que me dijo aquel vendedor ambulante en su momento era cierto. Todos los limosneros de aquella ciudad intermedia se dedicaron por un buen tiempo a rebuscarse con los mejores amigos del hombre.
Y uno …
Bueno , más bien les contaré otra historia, sobre unas empanadas muy sabrosas que comía cerca de una universidad donde cursé algunos años de derecho, en pleno centro de Bogotá.

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