Sobrevivencias


Tal y como nos lo cuenta en  sus canciones Serrat, y lo mismo que nos dice Miguel Hernández sobre su experiencia como pastor de rebaños, que muy al estilo de Pablo Neruda nos habla no solo del amor y su pertenencia sobre lo que fue su país; sino que hasta nos enseña que todo lo que lo rodeaba hasta la cebolla y los manjares que produce la naturaleza, también son poesías, como si la propia vida fuera éso.
Así también aquí existen otras sobre vivencias, que vienen  de la época rural, pero que nos llaman la atención.
Imagínense estar en una ciudad cosmopolita como lo puede ser Madrid, Bogotá; o una de esas ciudades intermedias que deben de existir en su país, adonde la modernidad desbroza unas nuevas formas de vida y de culturas, y donde en esa lucha por sobrevivir, los campesinos tienen que acomodarse a estas nuevas realidades.
Pero… He ahí el dilema. Muchos migran hacia estas ciudades presionados por la violencia, o porque el urbanismo obliga a nuevas vivencias para sobrevivir entre el tráfico de los carros, y el deambular por esas calles de cemento los obliga a que tienen que sobrevivir de cualquier manera.
En esos rebusques a los que nosotros llamamos productos del desempleo y de la miseria o la violencia, muchos de estos antiguos campesinos que tuvieron sus cabras, su ganado, sus cultivos de hortalizas, que nos recuerdan a algunos de los poemas de Miguel Hernández;  estos nuevos desarraigados de sus tierras, terminan haciendo el mismo papel de sus antiguos oficios en esas ciudades inhóspitas.
Hace pocos años en Bogotá eran normales los mataderos clandestinos de ganado,  en casas que con solo pasar cerca de ellas, uno podía sentir los malos olores. Sobre todo en la parte oriental adonde la cordillera de los Andes de aquel altiplano que todavía nos refleja el antiguo mundo rural sobre el cual se ha ido extendiendo la construcción de Casas y de barrios.
Se podía ver el peregrinar de muchos cuidanderos de estos hatos, que al no tener sus propias tierras para cuidar el ganado, durante el día los hacen deambular por los senderos adonde todavía hay vegetación; y por las noches los encierran en algún garaje rural o de barrio que queda en los aleros de la gran ciudad.
Incluso en esos mataderos clandestinos, muchas veces eran demandados por sus vecinos que no soportaban el mugido  de las vacas que mataban en las noches, ya que para ellos era una pesadilla que venía desde tiempos inmemoriales; y que solo hasta hace poco, los ciudadanos del común han descansado de semejante martirio.
A cambio, en esos rebusques que uno ve en estas ciudades intermedias, Ud. puede plácidamente comprarle a un pastor no de ganado, sino de patos; a los que que aquel campesino que llegado a la ciudad, se inventa otra forma de sobre vivencia. Los hace marchar en fila india, y diestramente los dirige entre la multitud, por entre las aceras para que los peatones los miren y los admiren. Los niños se enamoran de ellos. Otros cual más, comerciantes del sector, también deciden hacerse a uno de ellos. Serán quince o veinte polluelos de esta especie, los que irán ver menguando a sus compañeros de viaje, mientras los compradores de uno en uno se los van llevando para sus casas.
Aquel pastor, dejará uno de verlo por algún buen tiempo, hasta que haya amaestrado a otros de aquellos congéneres.
O por qué no a un vendedor de leche de cabras, que mientras los alimenta con los desperdicios de las plazas de mercados, va vendiendo su producto; mientras sus compradores ven cómo las ordeña.
Claro que son rebusques raros, por no decir que trabajos tan especiales, donde solo sobreviven los mejores. Mucho más de lo que puede hacer un escritor frustrado que solo quiere contar sus historias.

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