Unas ricas empanadas (Parte 3)



A pesar de todo, allí también cabían los intelectuales que también querían disfrutar de aquel ambiente que se vivía. Llegaban de todos los lados los que pintaban sus cuadros para vendérselos a los esmeralderos, o aquellos que traían los plagiados de las esculturas agustinianas para pescar a algún incauto. Todos los que llegaban soñaban con sus imaginarios, y también había muchos otros que con el tiempo por esas desgracias personales en el que una persona estaba desde niño marcada,  le sucederían muchas cosas. Que  sabían seguramente por sus conexiones dentro de ese Estado corrupto que ha existido en este país, y que mientras se acercaron para compartir una amistad  pudieron con otros orquestar todo un complot que todavía no ha terminado, pero que por lo menos a mí me han hecho mucho daño, y probablemente a otros que frecuentaban también aquel establecimiento.
Un ambiente que invitaba a la discusión, donde alguno de ellos podía soñar con hacer el ponqué más grande del mundo, o los pensionados de esas fuerzas policíacas que allí iban a hablar de patria, mientras entre ojos miraban a quiénes  sus posibles víctimas; que entre otras cosas no eran más que puras elucubraciones porque lo que allí se vivía era un festín permanente de hombres y mujeres que en aquel restaurante, club, establecimiento, o como se le quisiera llamar, todos podían matar el tiempo desde tempranas horas de la mañana hasta el amanecer del nuevo día.
Sus empleadas que eran numerosas llegaban desde tempranas horas a preparar el tinto, los desayunos y los almuerzos, mientras al medio día el ambiente ya caldeaba por que permanecía lleno casi lleno todo el día.
Probablemente su dueño sabía cómo podía hacer florecer un negocio, pues todo el que llegaba al momento quería aprender  cómo se jugaba el ajedrez. Mientras las apuestas crecían, no tanto como para ver millones de pesos, pero sí como para invitar a cualquiera qué tenía que aprender.
Pepino, un maestro de ajedrez, que durante unos pocos años fue a aquel establecimiento, que aprendió a jugar muy bien el Poker, que fue campeón de ajedrez juvenil, qué con los años después de ganarse un torneo de ajedrez contra reloj, que resultó viviendo en la madre patria a cuenta de su juego y de sus apuestas;  y otros muchos jugadores de aquellos años, fueron clientes  asiduos, lo mismo que otros tantos que fueron apareciendo.
En una ocasión de las muchas, cuando íbamos  con unas compañeras de estudio, y otros aventajados estudiantes del derecho en La universidad Libre, por esas casualidades de la amistad que se formó allí, pudimos saber el secreto de las consabidas empanadas.
-Muchachos, nos dijo en una ocasión la administradora de aquel negocio:
- ¿No se han fijado, que aquí no se desperdicia nada en la cocina?
Con su talante y la honestidad  que podía, ya que nosotros eramos como los más decentes del ambiente, adonde a veces a los clientes se les trataba groseramente, comenzó a contarnos otra historia sobre las consabidas empanadas que a muchos nos deleitaron durante años.

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