Los hombres del presidente (Parte 2)

deautista | Viernes, 16 de diciembre de 2011 | |

Publicado en esa época en El País.es
Así como en “Todos los hombres del presidente”, de la película que vengo diciendo, durante más de 50 años, me he sentido perseguido. Y claro que para contar esta historia tendría que escribir un libro sobre todo lo que me ha pasado. Qué no nos vengan a decir con los años que fue que fue. Persecuciones extrañas, que con los años uno comprende que estaba marcado. Hubo un Ortegón en San Victorino, que peluqueó a presidentes de este país, que conoció a mi papá y que con una sobrina suya abrí una cuenta bancaria en el Banco del Comercio, quien me peluqueó durante muchos años y siempre mantenía diciéndome que el estrés se manejaba con una buena dosis de sobada sobre el cuero cabelludo y así podía  gozar de una nueva vida. En esos tiempos memorables que solo hasta ahora recuerdo, yo ya estaba zaherido por el miedo de las provocaciones de particulares y el alcoholismo, mientras a diario me pasaban extrañas persecuciones de policías que se aparecían dentro de mi vida como si en verdad uno fuera un delincuente.

Estaba muy joven cuando fui detenido con un amigo de Ibagué por unos detectives que nos pasearon un buen rato por esas calles bogotanas e hirsutas del barrio Santafe en un jeep, en el momento en que juntos salíamos de una organización política juvenil, y que  nos llevaron precisamente a aquel organismo detectivesco que quedaba coincidentemente al frente del colegio del bachillerato de la universidad Gran Colombia donde cursaba el último grado de bachillerato, después que en el año anterior, un curita (Hidrobo) me hizo perder el 6 año de bachillerato en San Simón, y del cual ya conté en “Un Autista en Colombia“. Había ido a donde éste a que me prestara para sacar un reloj que tenía empeñado en una prendería de la avenida décima con calle 11 en pleno centro de Bogotá en San Victorino.  Justamente en el mismo colegio donde la sobrina del peluquero que digo que era oriundo del Espinal,  estudiaba economía y donde otra amiga que conocí poco tiempo después en Ibagué en la Universidad del Tolima, adonde quedaba una comisaría dentro de aquel recinto investigativo, y donde también se rebuscaba con los presos  otro compañero de esta última amiga que era hermano de una persona que fue mi profesor y fiscal de este país. Coincidencias tolimensongas. La última amiga también estudiaría en la universidad Libre conmigo.

Y el hermano de Anita de la que escribí en el anterior blog, y quien también estudió conmigo en aquel colegio llamado Julio César García, como si fueran todos conocidos en un ciudad tan grande , me contaría otra historia sobre un cuñado suyo - hijo de una familia muy pudiente en Bogotá - quien todo alcoholizado presuntamente después de haber pertenecido a esos grupos de izquierda que le crean sueños e ideales a los jóvenes, se suicidaría con su mismo revólver. A uno le queda el síndrome de los trabajos psicológicos de los cuales fui sometido por cuenta de unos vulgares hombres que ni son de bien ni nada que se les parezca porque lo hicieron por dinero(eso creo), que son rufianes, y que seguramente tienen sus formas de matar. Yo quedé con varillas en la columna vertebral, y doy fe cierta de que esos trabajos existen porque tienen la capacidad de exacerbar a los delincuentes, y quienes mediante risas no solo lo constriñen a uno, sino que fácilmente uno se cree un delincuente,  o lo hacen aparecer así, por que si se muere mediante esos sustos o por las manos de sus vulgares y degenerados rufianes que tienen bien trabajados, cualquiera se come sus cuentos.

Es una desgracia que esos imaginarios subsistan en este país, cuando pretendemos acabar con esa violencia interna que nada nos ha dejado. Si no fuera así, este país y nuestras gentes seguramente serían los mejores ejemplos del desarrollo humano. Ejemplos hay. Pero desgraciadamente los colombianos estamos marcados en el mundo por el estigma de la droga a pesar de ser considerados como unos de los mejores trabajadores  en el contexto internacional, fuera de contar con la fama de ser inteligentes.

Si Ud. se lee la historia de la esquizofrenia o cualquier otro libro de este tipo, o si lee algunos libros sobre alcoholismo y delirium tremens, le darían la razón. No a mí que lo he vivido; y que muy probablemente aquellos siquiatras que han escrito sobre estos temas parece que están muy equivocados, o la ciencia simplemente como en la historias de las guerras, se escriben basadas en lo que los triunfadores dicen. No seré un triufador, pero puedo afirmar que hubo, hay, y ha existido un vulgar negocio de policía conmigo  que concuerda con lo que una cliente me dijo en Bogotá:
-”O hay una herencia, o tiene una familia de imaginarios”.

No lo entendí en su momento, pero la realidad tal y como me la han contado a base de supercherías y de provocaciones me dan la razón. Me sentía en aquellos años que regresé de nuevo a “La Casa Embrujada“ perseguido en las calles, y por el mismo vecindario, que seguramente ahora ya no van a poder tapar todas las picardías a las que fui sometido por cuenta de delincuentes. De pronto ni lo son. Pero yo si. A Ud. otro lo aporrea en su misma casa donde se considera seguro, y lo obliga a salirse , mientras todo ese vecindario trabajaba como si fueran los dioses,  y uno apenas aparentemente para ellos se es un vulgar y degeneradito (eso decían), y hasta hamponcito. Yo que sé. Cuando los delincuentes y los ciudadanos de bien estaban actuando mancomunadamente contra una persona de bien, a cualquiera le puede parecer eso que digo. Y si no, qué lo digan por estas tierras donde  también están haciendo el mismo trabajo muy sutilmente y bien elaborado. Seguro le gritarán por las calles porquerías. Tal y como lo han hecho durante estos años desde que regresé de Venezuela. Que lo cuenten por que no han sido más que los verdaderos desestabilizadores, a favor de una posible herencia, de una casa que muchos creyeron conseguirse mediante amigos que resultaron ser unos mediocres hijos de imaginarios. Con esas mentalidades, qué se puede esperar.

En “Todos los hombres del presidente”, hay un momento en que uno de los personajes representados por Dustin Hoffman, o Redford , no recuerdo bien, un carro casi lo mata. Era de noche, y ya Garganta Profunda había comenzado su labor de verificación de lo acontecido en Watergate. Así me pasó a mi una noche. A un ciudadano del común. Cuando durante la mayor parte de mi vida, por ser autista, o yo que sé, por esos entuertos de familias adonde los delincuentes se aprovechan, ya estaban tratando de enloquecerme aquellos expertos en el manejo de la droga y la imaginación, que pueden jugar con su mismo cerebro, repitiéndole lo que Ud. dice, o hace. Aparentan ser  de ley. Pero no. Si Ud. cree en brujerías lo embaucaran porque lo hacen a sabiendas que  todos sus esbirros estarán actuando como compinches.

Si no se muere, se la tratarán de repetir durante toda su vida para tapar sus verdaderos delitos. Afortunadamente el Internet hoy permite, que los que hemos sufrido las consecuencias de estos villanos, uno las cuente. Los siquiatras también se equivocan. Yo no creí el cuento de que estaba loco, y que para ello tenía que estar tomando medicinas para andar como bobo, arrojando babaza por la boca.
La realidad es otra.

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