Los hombres del presidente (Parte 3)


deautista | Domingo, 18 de diciembre de 2011 | |
Publicado en esa época en  El País.es 
 
En esos trabajos de sicología a los que nos hemos acostumbrado durante todos estos años, que entre otras cosas llevan tantos que podría alegar que son casi desde niño, Ud. puede terminar loco o muerto. Son familias enteras consagradas a estos menesteres que nos hablan de brujerías y de persecuciones que a cualquiera convencen, y cuando cae en sus redes malditas se termina mal. Lo presionan físicamente, lo amenazan, lo hacen pasar como un desvalido mental, se burlan en medio de esos clanes de familias que tienen buenas rentabilidades que se asemejan  a las de los burdeles donde las autoridades policiales que persiguen a los malos, y los más malos de los que frecuentan estos sitios se confunden los unos y los otros para hacer sus trabajos donde se droga a sus clientes, o simplemente se hacen los  trabajos sibilinos de persecuciones y hostigamientos.

Lo amenazan en su misma casa. Ud. va a la plaza de mercado de la 21 en Ibagué (valga un ejemplo), y llama a su casa por teléfono. Desde allí le preguntan a dónde anda. Ud. contesta el sitio exacto, y cuando menos piensa algún ladrón del sector le mete la mano en la camisa a removerle los pocos billetes que tiene como si tuviera chuzado el teléfono, y además a recordarle que no tiene libreta militar porque todavía no se ha dado cuenta que la ha perdido o se la han robado en otro sitio, pues anda como bobo. No le roban nada, pero sin embargo termina por darse cuenta que ya no la tiene, y que por la edad ya se perdió definitivamente porque ya no sirve para nada. Son ladrones fingidos porque lo saben todo. Los ladroncitos ahora no son los que uno piensa. Un supervisor amigo mío y del magisterio, me hablaba sobre una de esas historias de agentes encubiertos y ladrones. Que se disfrazaban, pues según entiendo sabía que a veces hacían el papel de drogadictos y no sé qué otras cosas más. A mí, llegando a "La casa embrujada",  un mes aproximadamente  antes de tener que abandonarla definitivamente, y después de durar durante dos noches seguidas deambulando por las calles, mientras los delincuentes salían por montones a reforzar el miedo con el auspicio de esos personajes que a uno cree le protegen su seguridad, resultando  actuando a favor del que me desplazó, uno termina por creerse el cuento de que como es adoptado tiene que ser  hijo de un agente de ley, y aunque un primo le haya dicho que es hijo de una dura (yo no sé que quería decir en su momento) uno va entendiendo que subrepticiamente existe un engendro de familia que quiere usarlo para satisfacer sus apetitos y sus rencores, pero que no entiende cómo pueden tener esa capacidad tan bribona para trabajar con autoridades, y para amilanar a una persona y destruirla, por más que lo pretendan justificar.

A Ud. alguien le sale en las calles y lo amenaza y le grita ofendiéndolo,  y cuando regresa a descansar se encuentra con una moto en la mitad de la puerta de la entrada, o un carro muy parecido adonde por la calle le gritaron en son de amenaza cuando escribió algo por Internet que no les gustó. Se desorienta y le da miedo. Recursos sicológicos que fueron utilizados durante muchos años en “La Casa Embrujada“, sin contar con los físicos mediante agresiones de vándalos. Mucho más miedo se siente cuando en el están  incluidos sus hijos que también sufren por la presión seguramente en los trabajos febriles de estos perseguidores sociales que los presionan mediante los hijos de los hijos y los amigos de los amigos que valga la redundancia que hay que afirmar que en esas vigilancias privadas también están las de la ley. Una ley que solo existe para los que tienen el poder.
 
Yo me sentí así, así muchos años. No distinguía si era realidad o mentira, pero andaba medio loco y asustado. Es probable que me hubieran dado alguna sustancia hipnótica, y que durante todos ese tiempo hubo un momento en que creí que los que me perseguían eran de ley. Policías, o autoridades.  Y también hubo otros momentos, en que debo de reconocer que fluí protegido en circunstancias desaforadas por el licor en las calles, ya que por esos años el autor estuvo demasiado alcoholizado, que muchas veces se sintió protegido cuando había quedado extenuante en alguna de esas calles, esperando el bus que lo podría llevar a la casa. Un delirio que fue creciendo, y que suso dicho por este motivo lo compara con la película que dije anteriormente, y que a cambio ha llamado a este artículo como: “Los hombres del presidente”.

Yo fui sometido al delirio de persecución adonde los autores materiales e intelectuales me fueron creando un trauma sicológico como si en verdad yo fuera un enemigo de la ley, o un descarriado que no merecía vivir. De atracos ni se diga. Si hablamos de “Alí Baba y los 40 ladrones”, yo puedo decir que perdí la cuenta de los muchos que he sufrido. Lo que yo no contaba, era que éstos supieran de tantos ardides y me conocieran tan bien, que difícilmente pudiera haber salido bien librado. Se robaron un apartamento en La Fragua en Bogotá, mientras yo quise luchar por sostener la vivienda. En Bellavista, en la misma ciudad, como si se hubieran leído un proyecto de novela que escribí en Venezulea, y que trataba sobre lo que sucedió con la toma del palacio de justicia,  basado en lo que los noticieros nos dijeron en su momento sobre lo sucedido, y que todavía ahora se discute en los estrados judiciales, me hicieron creer que en verdad yo era  el producto de unos malos pensamientos adonde la ley me perseguía por pensar. Allí a ese barrio llegaría después que Aldana, un personaje de la brigada, me propuso el cambio del apartamento de la herencia que antes dije en esta misma zaga, por una casa destartalada donde un vecino policía ya muy mayor dejaba su revólver en su tienda y me decía quiénes fueron los que me intentaron matar una noche llegando a ella. Un pánico que hizo que la abandonara a los veinte días de habitar en ella, cuando ya antes en el apartamento dejado por la herencia que dije, y que además quise  arrendar una pieza, no se pudo porque una viejecita lo quería para sí, y me dio tanto miedo por que  se me antojó mentalmente que se entraría a media noche a matarme. Estos viles ladrones nunca descansarían porque parecían que eran de ley, y tenían a sus sapos haciendo las veces de esbirros con el fin de quedarse con todo. Ladrones perfectos, digo ahora. Mientras otro Aldana (ajedrecista) me saldría frecuentemente a preguntarme cosas sobre mi vida, que me dieron a entender que unos amigos y un Primorov habían orquestado algo que no se le debe hacer a otro: "Unos personajes dispuestos a matar como si en verdad hubiera mucho dinero de por medio, porque todos los amigos que me rodearon hablaban de política, eran aventajados hijos de abogados, y de detectives como si en verdad estuvieran persiguiendo a un delincuente mientras hablaban de cosas de política".

Cuánto no he sufrido con esos cuentos que se inventaron sobre este último tema, cuando en realidad no eran más que unos ladrones. Y así, fue como  resulté demasiado ido de mi mismo, en la creencia que era un perseguido, mientras los ladrones fueron saliendo; y unos contratos en El Bienestar Social del Distrito de Bogotá que una amiga me sugirió, no fueron más que unos engañabobos,  porque los delincuentes salieron a conseguirse lo suyo, adonde hijos de policías se aparecieron como los salvadores para robarse todo lo que pudieron. Incluso, hubo uno que estaba tan contento, que se dedicó a instalar rejas adonde no correspondían, como si estuvieran feriando lo que no era de ellos, que si Ud. lo viviera no estaría cuerdo ni podría afirmar que algo tendría en el bolsillo.  Una extraña persecución de amenazas que todavía no ha terminado, pero que el autor le place contarlas porque en esos delirios que los delincuentes le hacen, Ud. se cree que en verdad está siendo perseguido por los que dice el titulo de estos artículos.

Porque son lavados de cerebro bien elucubrados con personajes siniestros y con informantes que sabían muy bien lo que estaban haciendo. Yo, por esas desgracias antes de arrojarme de un segundo piso en “El Bienestar Social del Distrito”, estuve en lo que hoy es el Capitolio y en el Ministerio de Relaciones Exteriores de la República en pleno centro de Bogotá, pidiendo auxilio todo loco porque en verdad lo estaba. Creía que hombres de ley me estaban persiguiendo, y en esos juegos que se hacen con los lavados de cerebros, aquella novela que dije antes, y que  proyecté en Venezuela, me hicieron creer que eran de ley. No sé si eran de ley o no, pero me lo hicieron creer. Tengo varillas en la columna vertebral, y todavía los rufianes no descansan porque creen seguramente que algo todavía se pueden ganar. Los sapos en este país se dan gratis.

La novela que digo, con la que me hicieron creer en el título de este artículo, porque en verdad anduve extraviado sicológicamente por esos lugares que digo en pleno centro de Bogotá, también sirvieron a otros para exacerbar sus espíritus de ser los mejores perseguidores. Así muchos, terminan muertos.
Son trabajos bien orquestados.
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