Mis días en un hospital 2


Foto original publicada en Hoy. ES
Antier creo, decía uno de esos personajes aquí en la plaza de mercado de la veintiuna, como para que lo escuchara, y haciendo gestos muy parecidos a los que me hacen en las calles, dijo que:
-La oportunidad, hace al ladrón.
Yo pienso lo contrario: “El ladrón se aprovecha de la oportunidad”.
Y aquel cliente de esa cafetería  a donde entré, que es supuestamente un pensionado, y que muy probablemente como otros que conozco no saben nada de estos enredos de Internet, idénticos a otros que son desechables (muchachos a los que con este argot el común de las gentes quieren dar a entender que andan en el vicio de la droga, que cuidan carros y les hacen mandados a otros para conseguirse lo suyo) y  aunque pueda equivocarme, trataba de decirme o darme a entender algo.
Aquí hubo, uno de esos cuidanderos de carros que me perseguía por las cafeterías cercanas a esta plaza de mercado hace como diez años, cuando regresé de nuevo a Ibagué después de más de quince años, y luego de haber vivido en Venezuela unos cuantos más, y de haber soportado todo un incordio policial sin saber por qué, y que se sentaba al lado mío para hacer su trabajo mandado por otros. Y me salieron tantos, que ya se me perdió la cuenta porque en Bogotá estos parecían estar actuando al servicio de una familia muy pudiente.
Hay que decir, que recién salido del hospital de la Hortùa con mis varillas empotradas en la columna vertebral y con toda una serie de perseguidores que trataron vanamente de impedir que regresara a la realidad en el barrio San Antonio para cumplir con aquel contrato en El Bienestar Social del Distrito, una vecina que alquiló curiosamente el apartamento al lado de donde yo pagaba arriendo, una peluquera (Marta,creo) cuyo compañero sentimental era un tal Rodrigo(con pinta de imaginario), se dedicaron en aquellos días a hacerme la vida imposible. Yo trataba de recuperar la cordura. Aquella tolimensonga que con su familia se dedicó a no dejarme dormir  en un diciembre por los mismos días en que me fugué del hospital que digo, porque me querían dejar allí aquellos mandaderos y desafortunados médicos, mientras trataba de leer aquel libro hermosos de Sophìa, y que trata sobre el origen de la filosofía. En los poco meses que vivieron, allí parecía que vivía todo un pelotón de familiares con los que tuve que compartir el pago de los servivios que en muy poco tiempo terminaron por finiquitarme lo que me quedaba de la venta del apartamento heredado por una casa, y el valor de la hipoteca de ésta, donde estos paisanos viviendo a su acomodó yo tuve que pagarle la mitad de los servicios comenzando por el del agua, cuando nosotros eramos tres, y ellos  ni siquiera uno sabía cuántos eran. Vividores. Solo hasta que me vi obligado a abandonar aquella casa, éstos se fueron después de quedarle debiendo el arriendo  a los dueños. Eso dijeron en su momento las malas lenguas.Para mi fue un complot, pues la tía que acababa de morir  y dejar a su hijo muy niño, cuando fui a recibirlos con mi mamá a él y a mi hija que estaba muy pequeña, en el terminal de transportes de Bogotá, ésta  parecía que estaba secuestrada y con miedo.
-Salude a su papá, dijo el hijo impostor de la tía.
Era como si tuviera voz de mando sobre ella. Aquel niño, o por lo menos los que trabajaron alrededor de aquel incordio sobre un apartamento y la manera de quitarme todo lo que me quedaba después de haberlo hipotecado mientra según una tía hermana de mi papá,  éste estaba muy contento porque lo había permutado por una casa en Bella Vista al sur de Bogotá  con problemas de papeles por su dueño que trabajaba en la brigada que queda cerca de Santa librada, y donde un primo entró a prestar su servicio militar muchos años antes.  Parece que por todos los medios querían enredarme y matarme allí en medio de mi locura. Ya había salido del hospital, y yo pensaba que por haberme fugado todo iba a estar bien. Y no, porque todavía se dan sus mañas entre amenazas sibilinas, estos imaginarios vergonzosos.
Yo no lo entendí nunca. La casa de la tía había quedado a la deriva con su muerte, y a mi me daba pena por aquel niño  que según dijo se esperó once(11) años para sacarme de allí a estrujones y con golpes, contra una persona indefensa fìsica y sicològicamnte. Sus componedores habían actuado astutamente ya que al ir a arrendarla, pues yo estaba  demasiado ido de mi mismo, resulté siendo el remplazo de su madre por ley; y la que quiso tomarlo en arriendo exigió tanto que hubo que invertirle algo más de un millón de pesos con uno de esos otros  aventajados informantes que me finiquitó el contrato en el Bienestar Social del Distrito,   mientras parece que ésta se quería quedarse con la casa pingüemente. Un negocio asegurado. Con el peculio que me quedaba de la propia herencia se arreglaba su casa, y yo al medio año de ésta haber pagado su contrato de arrendamiento por seis meses, hizo que se la arreglara muy bien. Así somos los autistas y locos, claro está. Los ladrones jugando con el dinero de otros.
Años después, aquel muchacho agradecido me quiso matar dentro de la misma casa(eso creo), después que sus vecinos y sus familiares ya lo habían intentado sin haberlo conseguido. Solo me tuvieron como secuestrado en medio de sus vocingleríos y sus complots, mientras todo un barrio fue azuzado en esos trabajos de particulares que se confunden con los de aquellos imaginarios que hacen un mal uso de las facultades que la ley les da.
Por derecho tendría que reconocerme no solo el tiempo, pues viví allí más de treinta años en total; sino también del cuidado de aquella casa, ya que evité que otros la ocuparan o quedara abandonada y a la deriva, pero según parece mientras estos vecinos hostigaron todos los años que viví allí, parece quetoda una familia ya la tenía como suya, y además actuaban para que yo no reclamara una herencia en San Victorino, pues mientras tanto me tenían sometido a sus canalladas. Así piensan los delincuentes. Enredan y enredan la pita hasta más no poder. Actuaron como  secuestradores sicològicos mientras me dañarían todos  los trabajos que traté de realizar.
Con mi propio peculio para evitar que aquella casa se desmoronara, los vivarachos continuarían complotados.
El tal Noé -un vecino que tenía una fábrica de empanadas-  ya me lo había dicho:
-Y porqué no vende la posesión por cualquier migaja de pesos.
Y yo en cambio, sostengo que la oportunidad no hace al ladrón, sino que éste se aprovecha. Son mentalidades que fueron saliendo durante toda mi vida, y que mediante ellas bajo la presión sicológica y el miedo, la desestabilización económica y el secuestro mental, hicieron que yo resultara en aquel hospital.
Escuchaba voces y sentía pánico. Los rufianes y los ladrones se vanagloriaban al saber que estaban haciendo muy bien su teatringo. Ellos eran los vencedores en esas calles de canallas donde cualquiera resulta loco y corriendo por las calles. Yo gritaba. En esos días de locura y de pavor, arrojé un reloj de pulso que tenía contra el pavimento  en el barrio San Antonio, ya que estaba convencido que de allí salían las voces amenazantes que escuchaba. Me habían drogado. Tendría que pasar  algunos meses en aquel hospital donde las torturas se tornaron más desquisiadoras con una columna vertebral fracturada que me dolía, unos médicos y enfermeras que hicieron muchas cosas, mientras solo tuve una mano amiga a quien agradesco porque sin ella tal vez no hubiera podido salir de aquel encierro infernal con varillas en la columna vertebral y con miedo. Gracias, se lo repito. Aquella señora que le dio lástima de mi situación personal en aquel hospital a donde no tenía a nadie, con su ayuda y el regalo para pagarle a un taxista que se apareció dentro del estacionamiento de aquel hospital, hicieron el milagro, tal y como lo he venido contando. Desde que llegué allí, había tenido que usar una silla de ruedas porque según los galenos por la fractura y el achatamiento de una de mis vértebras al caer desde el segundo piso del Bienestar Social del Distrito, se me podía salir el líquido raquídeo. Había estado a punto de quedar completamente paralítico.

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