Mis días en un hospital 4

deautista | Martes, 10 de enero de 2012 | |

Decía que al despertarme una nueva pesadilla viviría. No sabía qué día era ni desde cuando estaba allí. Había perdido la noción del tiempo. Me dolía la columna vertebral fuertemente, y quise moverme. Estaba con otro enfermos en un amplio salón dispuesto para ello, mientras entraban y salían enfermeras. Recordé que antes había estado en un cuarto con el médico que me aplicó el sedante. Aunque no deliraba, comencé a sentir pánico. Según parece, cuando uno sostiene una larga ingesta de licor, la falta de vitamina B acelera los nervios y así uno queda supeditado a merced del miedo y el espasmo. Mucho más, cuando los que saben de estas cosas deciden matarlo mediante la amenaza y tortura sicológica. Lo había vivido muchos años antes en “La casa embrujada“. En el primer diciembre que estuve allí, quise ir a visitar a unos familiares que según entiendo tenían una fiesta en el Pastranita del Kennedy en Bogotá.
Salí a la media noche, pues creía que allí no había ningún peligro. Nunca me había pasado nada de noche. Al abordar un taxi en la avenida 27 y a donde en ese entonces terminaba la avenida Primera de Mayo, apareció un intruso e intentó abrir la puerta trasera del automóvil que yo acababa de cerrar, con el cuento que lo llevara. Se lo impedí. Pero como el vidrio de la ventanilla estaba abierta, alcanzó a lanzarme su manotazo sobre la cara, mientras yo le gritaba al chófer que arrancará, pues yo no lo conocía. Una noche fatal porque aquellos familiares no estaban en su casa, y debido a éso amanecí deambulando en esos negocios de este barrio que por allí se dan y de los que ahora nos cuentan los noticieros porque son demasiado peligrosos. No para mí.
Menos mal que yo ya había dado la orden al taxista que arrancara, porque si no tal vez algo nos hubiera podido pasar.

En esos diálogos que se dan entre el conductor y sus pasajeros solo alcanzo a recordar que me dijo, cuando vió que el otro se abalanzó con su bofetada:
-Y yo que creí que venía con Ud.
No tenía idea que éste barrio adonde vivía era un sector peligroso , pues durante muchos años anduve sin que me pasara nada dentro de la misma cuadra, o en las tiendas y los supermercados, porque intuía que todos me conocían y sabían quién era.
-¿Quién es Ud. y que hace a estas horas?
Me dijo en otra ocasión uno de los varios gendarmes que iban como para sus sitios de trabajo en el Quiroga, pues todavía no estaba la estación de policía que ahora funciona casi cerca al CAFAM del barrio Centenario.
Había salido en una de esas noches a comprar unos cigarrillos. Tenía ganas de fumar, y ya estaba bien tarde de la noche y de la madrugada. Uno muchas veces se confía en el sector que vive porque cree que todos lo conocen, e incluso las autoridades ya que nunca antes alguno de ellos había salido a pedirme papeles. Eran varios.
Y de manera porfiada, a pesar que les dije que trabajaba con el magisterio del Distrito Especial de Bogotá, y que en mis ratos libres me dedicaba a vender mercancías en los barrios, fuera de estudiar por las noches en la universidad Libre, yo creí que con ésto bastaba.
Me querían llevar no sé para donde. Ya pasábamos por la entrada del interior donde viví más de treinta años, cuando la tía con la que estaba en aquella casa salió muy apesadumbrada y asustada.
-El vive acá, les decía.
Era como si hubiera sabido que algo me podría pasar, y así fue como salió a auxiliarme. En medio de aquel aparecimiento de la tía, los agentes se decidieron por dejarme libre. Aunque nunca le puse cuidado a aquel asunto ni lo relacioné con muchas otras cosas que me siguieron pasando, apenas intuí que había una especie de persecución. Y solo sucedía por lo general cuando estaba solo. En aquellos años, siempre anduve con amigos y amigas convencido que todos eramos de buenas familias que no le hacíamos mal a nadie y que podíamos disfrutar de la vida como nos pareciera.
Y no:
“Estaba marcado”
Ya lo he contado en”Un autista en Colombia” pero otras cosas que me sucedieron hasta ahora las estoy narrando, pues tenía por costumbre muchas veces comer por la calle. A altas horas de la noche yo me iba para la casa a dormir, y al otro día madrugaba ya fuera para irme a trabajar a mis clases en el magisterio, o para ir a vender mercancías. En una de esas noches que festejaba con unos compañeros de estudio, me quedé solo en una de esas cafeterías que quedaban sobre la avenida décima con calle 23. Allí a veces iba a comer.
Estaba sentado pensando qué podría vender al otro día y a dónde tenía que ir. En mi encierro mental no me dí cuenta que otros agentes a esas horas de la madrugada también habían llegado a departir con otras amigas:
-¿Ud. qué hace me dijo uno de ellos?
Era un viernes, y todavía trabajaba con el magisterio.
Insistió tanto que aunque le respondiera yo parecía su enemigo. Menos mal que una de sus acompañantes terció, y fue cuando me dijo:
-Váyase de aquí.
Sus otros compañeros a pesar de todo parecían estar conmigo, pero éste no.
-Sí, es mejor que se vaya, me insistió su acompañante.
Y yo no entendí.
Cuando aquel amigo del Capablanca me quiso arrendar un parqueadero precisamente donde ahora funciona aquel centro policial que digo, yo no lo entendía.
Estaba marcado por los mismos amigos, y solo con los años uno lo comprende. Ni porque hubiera sido un delincuente. Y eso es lo que uno no entiende en este país. Pero será para la próxima, porque en mi delirio nunca entendía que era como una especie de conejillo de indias por cuenta de otros.
En medio de mi delirio en aquel hospital…

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