Mis días en un hospital 6

Si. En medio de semejante frío en aquel hospital donde llevaba un día, me desperté después de aquella larga pesadilla en aquella noche en que vagué por toda una ciudad sin que nada me hubiera pasado. Anduve convencido que me iban a matar, y escuchaba voces mientras los autos surcaban raudos por esas calles en que había ido hasta los juzgados de la treinta con 19 en Paloquemado en Bogotá, porque dentro de mis pensamientos quería denunciar a los que me perseguían. Para esos momentos las voces ya no las escuchaba, y todavía no volví a a sentir el pánico que sentí el día anterior después de haber comprado un cuchillo en San Victorino. Cuando entré a aquel ente estatal del Bienestar Social en la calle once con octava y novena,  las voces habían vuelto, y yo desesperado no sabía qué hacer. En mi cerebro eran amenazantes, y pasé a otro piso para evitar que me sacaran porque las escuchaba muy cerca. Alcancé a ver  un policía que estaba en la portería y pensé que venía por mí. Desde allí me arrojé al primer piso, y según los galenos de turno en el hospital de la Hortúa me había fracturado una vertebra de la columna, mientras otras dos se habían achatado, y si me movía quedaría paralítico.  Gritaba. Fue entonces cuando apareció el hermano medio menor que iba por mí a recogerme en una camioneta blanca que seguramente le habían prestado, y adonde me arrojaron en la parte de atrás con la ayuda de otros que laboraban allí. Yo gritaba, y pude sentir cómo en aquel hospital que digo, las voces del hermanastro se adentraban dentro de mi cerebro, mientras decía :
-¿Si oye papi?
Alcancé a ver cómo contaba unos billetes a aquel médico de turno (lo cual  era prohibido) y nunca más durante unos cuantos meses, lo volvería a ver. Solo recordaba que este había recogido mi cédula de ciudadanía, pero con el tiempo cuando quise vender la casa destartalada que había permutado con el tal Aldana que trabajaba en la brigada,  a una señora que trabajaba en una textilera, y que era muy parecida a una de las empleadas del tío Carlos, y cuyo esposo se parecía a uno que muchos años antes había llevado a la casa del barrio Centenario en una de esas parrandas que hacíamos con el tal Memín, y a quien había conocido por mediante este. Nunca lo entendí. Solo hasta ahora que refresco la memoria en medio de aquellos años en que perdí la razón por que había sido drogado sin darme cuenta, y por que rayaba en los extremos del alcoholismo desde hacía muchos años, y que desde Ibagué según mis conclusiones lo que se quisieron fue hacerme aparecer como un verdadero degenerado sin que lo entendiera, pues me estaban desestabilizando sicológicamente mediante esos trabajos que el común de los mortales llama brujería, pero que no son más que el aprovechamiento de las condiciones sicológicas en las que salen a amenazar y a robar, a drogar, y mediante las argucias de los seguimientos y los diferentes trabajos  en que le van creando el miedo y el temor, para matarlo muy sutilmente.
Hospital La Hortúa en Bogotá
Ud. anda asustado, y con miedo. En aquella silla de ruedas después de despertarme de los sedantes que me aplicaron los galenos que me atendieron, nuevamente escuchaba las voces en uno de esos pasillos solitarios. No me podía parar de  ella, porque según el médico que me atendió decía que tenía unas vertebras fracturadas, y había una que estaba para romperse definitivamente.
Lloraba, y alcancé a ver momentáneamente a un niño en el campo adonde la vegetación y la espesura del monte así lo demostraba, mientras una mujer me agarraba de las manos. Unos pocos años después en "La casa embrujada",  y sin que  todavía pudiera recuperarme buscaría en aquellas fotos antiguas que tenía en la casa de la tía con la que viví buena parte de mi vida, el por qué de dicha pesadilla, y en donde  pude comprobar que el niño que había visto era yo. En una de esas fotografías aparecía. Habían pasado muchos años para que lo entendiera, aunque nunca había prestado atención a dichas fotos.
En un principio, pensé que la visión que había visto era la del hijo con el que resultó la tía reconociéndolo en una notaría como si lo hubiera tenido en verdad. Había sido registrado en Soacha. Y curiosamente la mamá de Memín ahora trabajaba allí, después de haber trabajado durante toda su vida en la notaría que quedaba en el pasaje Hernández. Primorov me había dicho que era hijo de una dura. Mientras tanto me habían sucedido muchas  bellaquerías porque yo ya no tenía ni la fuerza de voluntad ni mis pensamientos permitían estar entre la razón y la voluntad de ser, porque mis nervios y mis actitudes obedecían a los que me rodeaban, que parecían unos brujos alebrestando a esas fuerzas oscuras que el normal de las gentes llama parafernalios.
Algo parecido a lo que le sucedió “Al Embrujado” cuando quiso contar la historia de su vida en" Crónicas Gendarmes".
Y sin embargo creo que puede  tener la razón. Cuando conviví con la tía, en esos días en que resultó con aquel niño que también sostengo no tiene la culpa de lo que pudo pasar, lo mismo que a mí. No sé. Una noche la llamaron por teléfono.
Antes, unas monjas habían ido un domingo a mirar la casa que se estaba vendiendo. Por el periódico El Tiempo había aparecido su publicación, y yo ni mi tía sabíamos de ésto. Querían entrar a que se las mostrara. Cosa que nos negamos. Y sin embargo, yo quise constatar pues tenía como costumbre leerme los periódicos todos los domingos. Al revisarlarlo resultó cierto. La publicidad de la venta aparecía en el periódico El Tiempo, y nosotros ni siquiera sabíamos.
Estaba asustada y medio dormida por la medicina que se tomaba:
Me llamó. Y yo alcancé a tomar el auricular para saber con quién hablaba:
-Le vamos a cobrar el secuestro, dijo aquella voz que alcancé a escuchar.
Y fue lo último que dijo. Y así fue como durante años le estuve echando cabeza a lo que dijeron, aunque uno entiende que tal vez por ahí no era aquella historia. Al que querían asustar era a mi. Solo cuando miré aquellas fotos, pensaba que era por lo de aquel niño.
Y no. En ese lapso de tiempo en que ví visiones en aquel hospital, era yo el que lloraba.
Posiblemente fueran  recuerdos, que no sé porque afloraron en esos momentos cuando el pánico quería regresar, pues no estaba en mis cinco cabales.
Así actúan y viven los locos.

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