Mis días en un hospital 9

¿Cómo se sentirían dos oyendo a la vez? El que está escuchando, y aquel a quien obligan a oír. Eso es de locos. Son enfermos mentales porque ponerse a hacer esos trabajos de manera gratuita a nadie le cabe eso en la cabeza. Que el Estado lo haga, tal y como según decían en su tiempo algunos amigos que ahora son abogados y que estudiaron en la universidad Nacional, al fin y al cabo es su obligación para protegernos de los que atentan contra el derecho de expresión confundidos en esos laberintos en que aparentando tener sus causas justas, lo que en realidad están es impidiendo que la educación sea la que resarza con los años las desigualdades económicas en la que muchos ciudadanos de los países tercermundistas no teníamos derecho. Pero que mediante estas argucias, aprovechando esos recursos tecnológicos se usen para sus fines personales, no se puede entender. ¿Qué se iban a ganar con ello? Nunca lo he entendido ni jamás lo comprenderé, pues los villanos acechan por montones. Así me pasó a mí.
Estaba muy joven, cuando un amigo de la Anapo me dio a guardar una lista que era la de los simpatizantes que colaboraban con éste pecuniariamente, en el año y en el día en que Lleras Restrepo nos mandó a dormir muy temprano a las casas, pues las huestes anapistas amenazaban con tomarse las calles, porque según ellos les habían robado las elecciones. Hay que decir, que lo había conocido a raíz de la última huelga que hubo en el colegio San Simón,  donde precisamente otro amigo(Patas Planas) que prestaba su servicio militar en el colegio me daba a guardar un revólver con el cuento que se lo podían quitar en el colegio. No sé si me entiendan. Por alguna razón, que pudo ser por mi autismo, o por gozar de la sinceridad que uno en esos años demostraba, o por la inocencia al creer que el mundo y las gentes que nos rodeaban eran tan buenas como uno, los acepté. La lista que me dio el amigo ni la leí ni tampoco la consabida arma duró bajo mi resguardo más que un día. Al uno, un primo me contaría muchos años después, que   había muerto por allá en esas tierras donde con el tiempo se fueron imponiendo otras violencias diferentes a las que ya teníamos, y que eran precisamente para combatir a lo que llamaban la delincuencia de izquierda. El otro nunca lo volvería a ver después que me lo encontré en una manifestación en solidaridad con Nicaragua donde iba con emblemas alusivas a ella, y a participar, a pesar que sus pensamientos eran diferentes porque creo que estaba más del lado gubernamental, y más bien iba a ellas posiblemente como un mercader. Y en mi caso solo estaba de paso por la carrera 7a. muy cerca donde estuvo el periódico “El Tiempo”.
Y es que durante esos años muchas cosas sucedieron. A otro amigo, un tal Lozano que lo habían invitado a trabajar en Costarrica unos familiares de éste; al llegar por el susodicho empleo resultó de buenas a primeras metido en toda esa parafernalia de la guerra, porque ni los familiares aparecieron en el aeropuerto, y solo había sido una farsa la que hizo que llegara hasta allá.  Así resultó metido en una guerra que no era suya, siendo obligado a unirse con los famosos contras  de Nicaragua. Sería deportado un poco tiempo después desde Panamá a donde por su buena ventura y huyendo por esas selvas que nunca había visto, algunos resultaron ayudándolo para que se salvara de morir. Un amigo que era tan amarrado, que cuando invitaba a los suyos a tomarse un tinto, siempre nos mostraba un billete grande. Y como en el negocio no lo cambiaban, entonces obligaba a alguno de sus invitados a pagar la cuenta.
Ni el uno ni el otro los volvería a ver, mientras que a éste último siempre me quedó la sospecha lo mismo de su familia que algo tenía que ver conmigo, pues era hijo de un abogado que tenía su oficina donde hoy funciona el centro comercial "El latino", en la carrera 10 con 11, y  que tenían un familiar detective del D.A.S. que conocí en Ibagué, y que en alguna ocasión salió a amenazarme. No sé si por autista.
Con los años aquellas historias que comenzaron de niño, que no sabía porqué estaba inmerso en esos mundos que aparentaban ser de discordia y de policía, mucho más cuando solo los había conocido a través de esos movimientos sociales que se dieron entre los jóvenes estudiantes que hacían sus protestas, pero que por simples amistades se fui creyendo que en realidad había una persecución policial, que duraría toda una vida. Y no. Máxime porque siendo un autista estaría la mayor parte de mi vida tratando se sobrevivir a los embates   de la situación económica, mientras los pocos amigos con los que anduve ni eran perseguidos ni tenían nada que ver con la política, a excepción de unos pocos que aunque hablaban de ello, más bien le parecía que no eran más que las opiniones personales que cualquiera puede tener sobre la sociedad, así como ha sido el caso mío. Y sin embargo, fui el que resultó perseguido. En las calles, en los negocios donde entraba, y aunque estudiaba en una universidad, en las calles comencé a sentir el peso de persecuciones de carácter policial, como si en verdad yo fuera su enemigo. En realidad, estaba marcado, y lo sigo sosteniendo, por más que nos digan que todo fue por el alcohol. Según mis cuentas los amigos con los que anduve en los últimos años no eran más que hijos de detectives y de policías, aunque uno los valora porque dan su vida por la defensa de nuestras instituciones, e incluso de uno mismo. Y sin embargo cuando regresé a “La Casa Embrujada“  parecía que fuera el enemigo de todos estos vecinos, y además los rufianes de calles y su sanedrín de vividores que no eran más que dueños de tiendas, de negocios todo de todo tipo, trabajadores que se confundían entre esos colaboradores con la información y la ley, que de manera grotesca no fueron más que cómplices de los que me han intentado matar, incluso a punto de sustos y de amenazas . Algo parecido a lo que me pasó aquí, después de haber vivido más de un año en “El Caracolí” en Ibagué, pero que donde vivo ahora todavía se da  esa grotesca persecución de malandrines de calles y de vigilantes de carros, que quisieron convertirme en su chivo expiatorio. Todavía lo hacen.
-Miserables, les diría el Embrujado.
Así en medio de esos embates que estoy contando, en aquel tremebundo hospital sucedió lo mismo. Quisieron hacerme oír voces mediante un transmisor que del anchor de un dedo, y un grosor de 2 o 3 cms. me había despertado como a las 8 de la noche, y supongo que la operación debió de durar las doce horas, en un lapso en que creo los médicos me colocaron las varillas en la columna vertebral, y las ajustaron con la parte de un hueso de mi pelvis, para ajustar la vértebra que podría romperse, y que estaba achatada por el golpe que sufrí en el Bienestar Social del Distrito, cuando pretendía huir de las voces que me aquejaban. Solo después de muchos años de torturas sicológicas que estos infames han sostenido durante muchos años, y gracias a que he leído, y a las experiencias de otros que han sufrido de otras artimañas, concluyo que fui sometido a una tortura extraña de lesa humanidad.
Cuando llegué de nuevo a la casa que repito tanto, pues es muy triste saber que Ud. ha tenido sus enemigos sin saberlo, y que todo por una posible herencia, o porque en este pais los ríos revueltos de los estigmas de familia alborotan tanto a los mercaderes que se mueven entre la delincuencia y la ley, me permitieron concluir con lo que digo. Cualquiera dirá que estoy loco porque no tengo pruebas.
En esos días, en una de esas visitas que Primorov me hizo en el barrio Centenario, a ver cómo seguía de mis males que no solo eran de la columna vertebral sino de la cordura , porque estos vecinos pretendieron por todos los medios con sus complots, volverme a hacer delirar mediante la amenaza y la cacería que hicieron los delincuentes en las calles, me dijo:
-En Girardot, a un familiar mío le sucedió lo mismo. Quedó loco, y en una silla de ruedas.
Yo ni siquiera le puse cuidado porque estaba entre bobo y aturdido, que con el hecho de que alguien me hablara me daba pánico.
Tuvo que pasar mucho tiempo para comenzar a reordenar mis ideas, a pesar que muchos amigos salieron, y que el rumor de la locura llegara a estas tierras, donde unos imbéciles parecían que sabían todo lo mío, por cuenta de estos felaces.
Y sí. Sabrán todo, menos la verdad. Había sido llevado al borde de la locura y las voces que escuché, tal y como lo dicen los libros que hablan de Delirium Tremens son ciertas. Son voces incoherentes que van y vienen, y que yo lo viví durante algunos años, mientras mis hijos quedaron a la buena de Dios.
Seguramente escribiré algo sobre éso, pues sabe lo que son sus secuestradores que lo hacen para atormentarlo moralmente.
-¿Es éso de ley?
Y claro que al escuchar cuando iba con una familiar el largo discurso que Primorov me echó amenazante mediante su transmisor, estuve a punto de arrojármele a un carro por temor. Iba con una familiar en un bus por los lados de Chapinero en Bogotá.
El día anterior, creo que por la 26 adonde se pagan los servicios del agua, muy cerca de los apartamentos que fueron de los estudiantes de la Universidad Nacional, en El Antonio Nariño para se más exactos, mientras hacía la cola otro sapo de esos falaces que en aquel barrio contrataban para sus satisfacciones y gratis, por detrás rozaba sus rodillas contra las piernas mías, y se burlaba. Ahí volvería a oir las voces, mientras la familiar me dejaba su cartera para irse a pagar la cuenta del agua.
Quise mirar por dentro a ver qué llevaba. No lo hice. Con los años y el tiempo fui recordando lo que había estudiado de electrónica, y recordé aquel trabajo que hice en “El Lago Timiza”, y los hijos de aquellos policías que creían haberse ganado conmigo la lotería. Y se la ganaron porque ayudaron a enloquecerme. Y se robaron lo que pudieron porque además instalaron rejas adonde no tenían que colocar. Comencé a entender que estaba siendo víctima de estos personajes, y así recordé cómo de joven con un amigo político de izquierda fui detenido en el barrio Santafé por unos agentes estatales. Detectives del D.A.S. Justamente cuando acudí donde aquel amigo para que me prestara para pagar los intereses por el préstamo hecho sobre  un reloj. No solo lo perdí, sino que terminé detenido en aquel organismo estatal y al frente del colegio adonde cursaba el último año del bachillerato nocturno: el colegio Julio César García de la universidad gran Colombia.
En Ibagué, cuando vivimos con mi mamá cerca de la Brigada en el barrio Ancón, siempre tenía que pasar al frente de aquella institución que digo, y que hace gala de la probidad por sus trabajos, aunque creo que justos han pagado por pecadores. En Bogotá me saldrían otros, y solo cuando encuentro mis relaciones de familia con aquellos comerciantes que en su tiempo traían mercancías de contrabando, creo deducir que allí está la respuesta, aunque resulta muy baladí porque he vivido otras circunstancias de amenazas y de rencores de supuestos familiares y vecinos. Estaba marcado, y detrás había salido toda una jauría de perseguidores a conseguirse lo suyo. No sé que se conseguirían , pero sus fantasmas todavía me rondan. Las voces eran ciertas. Las habían hecho mediante las ondas hertzianas, y también lo hacían de frente con sus aúlicos.
-¡Váyase de la casa, vago!
Así me acaba de gritar uno de esos verduleros desde su camioneta blanca muy cerca de donde vivo actualmente y también otro que entre medio loco también estuvo saliendo a amenazarme. Y claro que hay que recordarles que este trabajo me lo hicieron muchas veces en el barrio Centenario en Bogotá, en aquella maldita casa adonde me salieron muchos granujas. Gentes que quisieron ganarse algo conmigo.
En el hospital unas enfermeras me aplicarían el suero al revés, que me provocaría un tumor en una de las muñecas, como si hubiera sido adrede.
Una enfermera de turno, me raparía aquel transmisor que digo, y que me hacía escuchar las voces desde la cocina del hospital de la Hortúa, cuando lo descubrí en medio de mis suturas en aquel momento en que estaba todo trastornado y mareado por los sedantes que me habían aplicado para la operación. A mi con los años me quedaría aquel recuerdo amargo, tanto como muchos otros que he tenido durante casi toda la vida. Las voces fluían de aquel diminuto parlante transmisor, que se parecían a lo que conté en uno de mis cuentos que escribí en Venezuela, respecto de aquel niño que había aparecido en la casa como adoptado por la tía. Y parece que con ésto, querían contarme otra historia.
Y claro que todavía falta muchas cosas que me sucedieron en aquellos días que estuve en aquel hospital. Existen demasiados locos desaforados en este país tan hermoso. Y es muy triste saber que el daño que se le haga a otro, ese que lo está haciendo también lo estará sufriendo.
Todavía me faltaban otros sufrimientos dentro de aquel hospital.
Torturadores sicológicos. Seguramente así pensaba "El embrujado" cuando estaba pasando los cuentos que escribió en Venezuela, que terminó extendiéndolos a lo que estaba viviendo, cuando los estaba publicando por Internet.
Definitivamente creo que en este país muchos andamos locos.
Blog hackeado Ver en Ibagué y su gente del Tolima

Entradas populares de este blog

Asesinatos perfectos

Asesinatos perfectos

Convidando a papá (5a parte)