Entre reyezuelos y pantanos 2

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Hace poco en el barrio Restrepo de Ibagué, cuando iba a visitar a una cliente, noté que una muchacha sentada en el andén y con un niño entre los brazos me miraba feo. La volví a mirar de reojo y seguía haciendo lo mismo.
-¿Le debo algo? Le pregunté intrigado.
-Mucho, me dijo con rabia.
No tuve más remedio que seguir mi camino. En un barrio que fue producto de una invasión, y que ahora ni siquiera ninguno de los que pasan por allí saben de dónde surgió. Una ciudad que ha cambiado mucho. Construcciones que fueron surgiendo de la nada entre barrizales a cuenta de la llegada de más gentes provenientes del campo ya fuera por el resultado de la violencia o la pobreza pero que desde la década de los 70 del siglo pasado dio auge a un crecimiento exacerbado de la ciudad.
Allí, precisamente, una vendedora de dulces me saldría en una de esas noches en que iba para la casa.
Me miraba también feo. Al yo preguntarle por un cigarrillo, como si hubiera visto al mismo demonio me gritó:
-¡Zorra! ¡Zorra!
Y claro que en esos casos uno también decide en contestar porque le da rabia o porque simplemente está siendo zarandeado por una persona que ni conoce:
Lo grité a los vientos, y a los que posiblemente me escucharan:
-¡A ésta señora no le compren!
Y aunque dije otras palabras que no debo de transcribir  porque fue un recurso de respuesta que uno hace ante cualquier agresión, algunos días más tarde la vi en la plaza de mercado de la 21 y muy cerca como si nada hubiera pasado. Y no pasó nada. Otro día me la encontré y socarronamente se burlaba. Y sin embargo, sus palabras me retrotrajeron unos años atrás cuando vendía en Bogotá mis cachivaches de fantasías. No hace mucho. Estaban tumbando las casas en el barrio aledaño a las Cruces sobre la carrera décima para dar paso al transmilenio, y por alguna razón me tocó pasar por una de esas calles solitarias, cuando sentí que un policía motorizado  apareció en el camino en que yo iba por aquella calle que ya casi no existía debido a los escombros que se estaban formando en los alrededores y que ya estaba convertida en un pantano que me obligó a tener que circular por allí para salir hasta la calle tercera, y me gritó:
-¡Zorra!
La mismas palabras con que me arengó aquella vendedora que digo. Debo de decir que por esos días y durante muchos años yo andaba como embobado, y ni siquiera sabía cómo andaba.
Ni le puse cuidado porque al fin y al cabo aquel agente pasó cerca de mi diciendo sus bellas palabras como para ofenderme, que ni le puse cuidado ni a él seguramente le importó que yo siguiera mi camino como si nada. El objeto era pasar cerca de mi y ofender como si mediante ésto pudieran desestabilizarme ya que éste no había sido el único. Así me ha sucedido durante muchos años.
Usted entra a un negocio adonde siempre lo han atendido a tomarse algo, y de la noche a la mañana resultan pidiéndole la plata por adelantado, muy a pesar que lo conocen.
Es más, comerciantes que antes de buena gana le compraban sus productos, resultan con el cuento que no han vendido nada. Y cuando dice que si quieren se los cambia por otros le responden:
-Hubo que botarlos.
Usted resulta un pordiosero sin darse cuenta.
-¿Quién no?
Eso me viene sucediendo en esta ciudad, y uno va por fin va comprendiendo que en este país existen muchos granujas que a uno lo han querido mandar a los mil demonios mediante estas técnicas donde los sapos aúllan hasta gratis para quedar bien con aquellos que los mandan por debajo de cuerdas.
-¿Cuánto se van a ganar?
Presuntamente se ganaron una casa, un apartamento, y otra casa que no era mía, pero que por haber vivido más de treinta años en ella otros se inventaron otra historia para quedarse con ella y para simular el cuento de alguna venganza en donde todo un barrio participó con sus escuálidos sapos donde los vecinos se saciaron hasta más no poder en un país donde las vigilancias privadas parecían que habían terminado por hacer sus propias leyes para apropiarse de bienes ajenos y con el silencio cómplice de los agentes estatales, o con su misma participación donde dentro de la misma casa yo ya tenía el que me iba a zaherir con el cuento de la disputa de la posesión de una casa.    
Pregúntele a un abogado y verá lo que le dice. Yo lo estudié en derecho. La teoría de la posesión sobre un bien inmueble, y que según parece ahora la van a cambiar. Pero claro que de éso no se trataba. Era toda una sucia labor de instigar para mediante amenazas y de provocaciones desatadas en las mismas calles, que fueron y son con las que me han mantenido durante todos estos años. Según mis cuentas a “El Embrujado” también le hicieron lo mismo, y lo dejaron loco y con varillas en la columna vertebral. ¿Quién le responde por éso?
-¿Quiénes?
Para estos personajes su ley es la de amedrentar. Ya se ganaron todo, y todavía pretenden seguir ganando.
¿Ahora qué tal que a usted le toque vivir algunas circunstancias, que para cualquiera pudieran pasar desapercibidas, pero para mi no?
Gentes de calles participando en un extraño complot de miedo y de psicología, mientras se lo repiten donde vive. Y muy cerca. Vigilantes que lo están acechando y se le burlan en la cara ya sea cuidando carros, vendiendo lotería, o uno de los muchos vecinos que según dicen ahora son los que nos protegen de la delincuencia.
Ya otros se robaron lo que pudieron.¿O es que todavía hay más?
Demasiados bribones es lo que hay. Esperen les sigo contando estas historias después que hable sobre otros temas que considero ahora más importantes que las mías.

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