El arte de enloquecer 4

 



Escrito por: jesusantog el 23 Jun 2010 - URL Permanente en El País.com
Publicado en El país.es
 
El amigo del que me contaba esas historias en Ibagué, terminó trabajando en la cámara de representantes de Colombia (en el congreso), y finalizaría trabajando como médico de la Cruz Roja gracias a una beca que le consiguió el fundador de los folclores de la misma ciudad. Sus historias mucho más tarde las reflejaría otro escritor tolimense en una época en la que se hablaba tanto de
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política e igual que hoy, y de cambios que a muchos nos entusiasmarían en la creencia que todo sería mejor, un profesor de la universidad del Tolima y que escribiría un libro que hizo fama por estas tierras: "Las Muertes de Tirofijo". Una serie de relatos que en cierta medida se parecían a la leyenda que el amigo en otrora me había contado, y que seguramente en medio de esa leyenda surgirían estos cuentos. Pero de eso no se trata lo que estoy contando. Aquel escritor, como muchos otros, y como otros muchos que conocí en su momento, demostraron que nos engañaron con estas personalidades que para muchos representaban cambios, cuando yo en la casa embrujada, y después de haberme hecho muchos trabajos de sicología por cuenta de esos personajes macondianos que abundan en nuestro país, pero que desgraciadamente uno termina entendiendo que no eran más que unos farsantes , comencé a sentir el pánico tras demasiadas agresiones físicas y sicológicas; y que intentando asistir a un centro de literatura que tenía en la Universidad Autónoma de Colombia, practicara conmigo de manera histriónica, como para pulverizar mis nervios. Yo lo llamo inducción a la locura, y en el caso de los alcohólicos, al delirium tremens. Aunque no es de culpar, pues a mi me han salido gentes de bien, orquestados por otros a hacerme sus teatringos para burlarse, pero en medio de esos juegos han habido otros que han salido a matarme. Y claro que el autor durante la mayor parte de la vida fue víctima de esas extrañas circunstancias, en la que además de ser agredido físicamente, sicológicamente con el bla blá de los que me rodearon, contaban sus historias, como si fueran perseguidos, cuando en realidad con los años después de sucederme muchas cosas, ellos nunca lo fueron. Una amiga, prima de este renombrado escritor, me contaría muchas otras historias, y andaría conmigo muchos años, seduciéndome con sus melodramas en el barrio de Santafé, contándome de persecuciones iguales a las que otros en mi juventud me contarían. Persecuciones que a mí se me parecen extrañas historias como las de un Caballero anapista que cada que me veía hablaba de casas en la montaña adonde estaban los secretos de un grupo político, y otros que se reunían en el tertuliadero del café Nutibara a hablar de política en donde por último uno creía que estos personajes podrían transformar el mundo, y con los años uno termina entendiendo de que se era víctima de un extraño complot de lenguilargos, entre los que los agentes estatales como dioses, se creían los amos y señores del mundo de los incautos. Yo lo fui. Y no me pesa. Mientras estos hablaban de persecuciones, yo fui abordado por estas mentes inquisidoras, y como si fuera un conejillo de indias, fueron saliendo desde todos los lados a conseguirse su botín. En su momento creí, que por haber sido hijo de un contrabandista que de manera ilegal traía mercancías para su propio provecho, con la anuencia de personajes que seguramente se parecían a las de los que nos cuentan las películas, estaba enredado. Y no era así. Ahora he entendido que detrás de todo ésto, ha existido una extraña persecución de familiares que quisieron saciarse económicamente, pero que además desde niño había un extraño estigma. Una familia que tenía los recursos económicos como para envidiar, en medio de personajes detectivescos, como los de una familia con los cuales me crié. Aquel médico de apellido Cuervo, con una familia Mira, y unos Vélez, en el que uno que fue contralor de Bogotá, y que trabajó en su momento en la aduana, quien en varias ocasiones, sin yo saberlo y sin nunca haber convivido con él como familia, como casi un desconocido; insistentemente quería que le dijera a dónde estaba la caleta de la mercadería de mi papá en los años que trabajé con él muy joven en Sanvictorino. Y claro que ofrecía el cielo y la tierra; y éso que yo me crié de niño con ellos. No sé si por autista, o simplemente porque ése es nuestro universo. Un mundo adonde se inventan historias, con unas mentalidades tan maquiavélicas en donde todos quieren conseguir sus sueños mediante rapiñas, como en las historias de cría cuervos y te sacarán los ojos. Tal vez por éso estamos signados todos, a pesar que en nuestro país tiene que existir más gente de bien, que la de estos fariseos en la que con los recursos del Estado o no, quieren abrazar el cielo a costillas de otros.
 

Como quien dice:
- Invéntate una historia. Seduce a los bobos. Y consigue tu botín. 

Dá tristeza que estos personajes existan. Que nos hayan intentado llevar durante muchos años a los mismo infiernos, y que como dioses todavía disfruten de lo que no les pertenece. Y aún así todavía le hacen creer a uno, que tienen la razón. Son maniqueos. Disfrutan de las prebendas que otros no tenemos.
 
Y estamos expuestos no solo a que nos pisoteen, y a que no disfrutemos del respirar y de vivir como nos lo enseñan las leyes naturales. Para estos personajes la vida no vale nada. Es ahí, cuando comienza verdaderamente esta historia del arte de enloquecer.

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