Convidando a papá (2a parte)

Escrito por: jesusantog el 26 Ene 2008 - URL Permanente
Publicado en esa época en El País.es

-  Papi. Y cuando iríamos de cacería?

Presumiblemente le habría preguntado uno de sus hijos.
Era y es, una costumbre en todas las urbes ir de cacería o de pesca, pues están ubicadas en los valles de los ríos de Colombia. La cadena montañosa de la cordillera de los Andes es su entorno. Es una costumbre para los antiguos habitantes de estas tierras. Aquel hombre no tenía necesidades económicas apremiantes, pues era un comerciante que tenía un negocio acreditado y muy conocido no solo por los habitantes de su ciudad, sino por las otras que la circundaban. Vendía al por mayor sus productos. Su poder económico lo había logrado a pulso. Pero los nuevos vientos con el auge del contrabando que venía de Venezuela había abierto en el país del norte un alto consumo de drogas ilícitas, y en esa ciudad como en otras, tras el negocio de la yerba maldita había aparecido el del oro blanco. Ya no se trataba de ir a los Estados Unidos a conseguirse el sueño Americano. Solo era cuestión de suerte, y llevar lo que anteriormente consumían los indígenas peruanos en sus largas caminatas, o lo que hacían los de la Sierra Nevada de Santa Marta con sus poporos para soportar el frío, y adorar a sus dioses. Ahora, así como el tabaco por el consumo, generaría la codicia por parte de comerciantes inescrupulosos que sabedores de este nuevo mercado, comenzarían una nueva aventura, igual a lo que pasó con el opio en los países Asiáticos. Uno de sus hijos, obtuvo gran resonancia en una de estas ciudades que digo, adonde sus gentes además de ser agricultores y trabajadores, amables con toda las personas que visitaban estas tierras, oyeron del nuevo encanto propiciado por el dinero que  había logrado en sus viajes. Presumiblemente así fue como este negocio floreció no solo en Colombia, sino en otros lugares de América. Más tarde, Europa occidental con su alto desarrollo también entraría a participar. Muchos jóvenes, casi niños oiríamos las historias de estos comerciantes, y sería muy común oír hablar de las mulas que eran los que se atrevían a traspasar las fronteras para llevar este producto que con el tiempo terminó por convertirse en maldito.

Tal vez el padre no quiso que su hijo entrara en este oscuro negocio, y así como éste, otros quisieron participar. Pero si ésto les daba muchas ganancias a los negociantes, que ya no iban a colonizar un nuevo mundo, sino a traer los dólares, el consumo de esta nueva droga afectaría también a los mismos nacionales. Es decir que la juventud del mundo entero estaba a disposición de este flagelo.

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