El arte de enloquecer 11

Escrito por: jesusantog el 11 Ene 2011 - URL Permanente en El País.com
Publicado en esa época en El País.es

Ser un conejillo de indias por cuenta de estos personajes que rondan entre El Estado y la delincuencia, es lo peor que a uno le pueda pasar. Y todo por ese extraño enredo de familia que he venido contando, y que ha sido desde niño. Que no nos hablen de esquizofrénicos ni de distraídos o enajenados mentales, porque precisamente por esas circunstancias a uno le ha pasado muchas bellaquerías. Ser conejillo de indias es como el personaje principal de "La Naranja Mecánica", con la diferencia que uno no ha sido ladrón ni pervertido, y que lo que ha sido es víctima de estos expertos en montajes. Seguro que si hacen una película, se ganan un Oscar con el solo guion. También muy parecido a "Escapado sin Salida" con Jack Nicholson, con la diferencia que éste con sus personajes de turno intentan escaparse de un manicomio, mientras en el caso mío desde que tengo uso de razón ha habido toda una cadena de familiares, vecinos y amigos, orientados a un mismo fin en el que aparentemente resulté siendo el peor de los peores, mientras los delincuenticos que me salieron resultaron siendo de los mejores en este país, y donde el imaginario policíaco es lo que ha primado porque todos estamos como encarcelados en medio de una sociedad que se encuentra enajenada de sí misma. Para no ir más lejos, uno termina siendo un perseguido porque seguramente es un rufián, y a cuenta de estos veleidosos personajes que como Dioses se le burlan a uno en la cara, mientras con los años después de tratar de subsistir por todos lo medios, e impedir que lo enloquezcan o lo maten, uno termina entendiendo que la Ley es lo que dice el refrán popular: "Para los de ruana".

Yo estuve escuchando voces, y sé que otros también. A todos nos dicen que estaba loco, que se era un drogadicto, o que simplemente andaba en las calles con su vicio. Y no. Por lo menos ese es el caso mío. Se echaron su cuento, y como en el de Tomás Carrasquilla, a la Diestra de Dios Padre, uno tenía que terminar al lado de él. Y el cual más en las calles lo dice:
-Es que están haciendo limpiezas sociales.

Y eso qué tiene qué ver conmigo. Y aunque lo fuera, eso no es de una sociedad democrática. Pero que a uno lo confundan durante muchos años, que a uno lo droguen en medio de un trago, que otros más inteligentes e informados en este país de cacerías de brujas al estilo de lo que sucedió en Estados Unidos, sepan cómo hacerlo aparecer como un depravado o maníaco, y que en la calle estos personajes siniestros en esas infernales cadenas en la que uno termina marcado ante otros para que sea víctima de provocaciones y de intentos de asesinatos, mientras sus dolientes victimarios se reconcilian con sus Dioses, a ver qué estipendio económico se pudieron ganar, mientras uno desfallecido y con la columna vertebral fracturada, sigue siendo víctima durante años de estos prestos e inteligentes guardianes de la Ley.
-Pruebas. Pruebas. Me decía un obcecado personaje que además de ser abogado trabajaba en un organismo Estatal en el barrio Quiroga de Bogotá.

Burlonamente claro está, pues durante años de años fui víctima de esos personajes de calles, que más bien se parecen a los ladronzuelos que vemos robándose un par de aretes de oro, o la de aquellos drogadictos e idos de la cabeza por sus vicios y sus miedos creen ser los dueños de las calles, y porque en verdad están siendo amenazados por otros que tienen un mayor poder tras bambalinas para que a uno lo amenacen.
 
Las amedrentamientos sicológicos y en las cuales participan más de un confín de "Cruac Cruacs", no valen nada, porque entre vecinos y comerciantes se han acostumbrado a que esa es nuestra ley. Nuestra sociedad. Una sociedad de informantes y falsarios, por lo menos en cuanto a mi respecta. 

Y en medio de semejantes argucias sicológicas Ud. resulta escuchando voces. Unas son impostadas y ventrílocuas por los personajes de turno que seguramente se ufanan de ser los mejores servidores de la ley, y así fácilmente uno pudiera terminar muerto o ido de la cabeza. Así ha sido su intención. Yo lo llamo inducción a la locura, pero en el Hospital de la Hortúa según reza el dictamen hecho por el médico que me atendió después de que fui llevado loco desde las oficinas de lo que fue la antigua alcaldía de Bogotá en la once: "Esquizofrenia paranoide". Y después que me operaron aquellos médicos, éstos sabían más de mí de lo que yo sabía, tanto que alguien muy bien informado de esas técnicas de información, me pondría un pequeño transmisor en una sutura adonde tenía el suero que me colocaron  en la muñeca de una de mis manos, recién salido de la operación de casi doce horas. Se parecía en la realidad a una de las películas de las que antes nombré, y en la que participaron mancomunadamente todo un vendaval de rufianes , por no decir otra cosa. Extraños trabajos. 

Somnoliento, salido de aquella operación delicada en la que pude haber quedado muerto o en una silla de ruedas, y que gracias a la preparación de estos galenos todavía puedo andar, escuchaba los ruidos de las ollas de aquel hospital, a pesar que la cocina estaba lejos, y oía las voces de los que allí estaban. Como en una película de Sean Conneri el que hizo durante años el papel de 007, y cuyo nombre se me olvida, porque se trata de un escritor que tiene una locura, y que para solucionar el problema de su mal, deciden operarlo; y cuando ya lo hacen, este se acuerda de sus escritos que se los quieren robar, y regresa a ser el mismo que ha sido, asiéndose a ellos para que no se los quiten. Algo parecido. No recuerdo. Aquellas voces mediante ondas hertzianas, no eran más que la aplicación real a un cuento que elucubré en "Crónicas Policíacas" en Venezuela a raíz de la persecución a que fui sometido en aquella Casa Embrujada años antes, cuento que escribí a manera de resarcirme del daño que me hicieron sicológicamente dichos vecinos, pero que a la vuelta del tiempo, al regresar recién salido de aquel Hospital, estos tratarían por todos los medios de evitar a que recobrara mis facultades mentales, fuera de otras cosas que me sucedieron, y que serían largas de contar.Al escuchar aquellas voces de la cocina del hospital, me dí cuenta que provenían de la sutura que tenía en una de las muñecas adonde me habían colocado el suero. Lo alcancé a tomar entre mis manos, pero una enfermera de esas que rondaba por ahí  haciendo algo, inmediatamente se abalanzó y me lo quitó. Se trataba de hacerme creer que escuchaba voces. Voces susurrante y amenazantes.

Hay otras. Tendría primero que pasar durante más de un año siendo provocado y amenazado cada que salía del apartamento que tuve en arriendo en el barrio San Antonio, y en la misma casa por un tal Rodrigo que resultó el compañero de una señora tolimense que tenía un salón de belleza, y que mediante la sugestión con su carro casi que al frente de la entrada de la vivienda mía, y su bulla y sus juergas, porque este apartamento estaba apenas separado de ellos por unos vidrios de una ventana.
 
Cuando regresé a aquella casa, hubo otras.

Trabajos extraños, para una persona que no le debe a nadie, y que además, seguramente con el cuento del Autismo, el autor resultó convertido en un rufián. Un perseguido. Dicen los que saben de estos temas que es esquizofrenia. Yo sostengo otra cosa, a pesar de todo.

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