El arte de enloquecer 6



Escrito por: jesusantog el 21 Oct 2010 - URL Permanente  en El País.com

Publicado en esa época en El País.es

Digamos que existen muchas maneras para no solo enloquecer a una persona, sino para llevarla al cementerio, en el que se usa la sicología y las diferentes técnicas en la que los medios de comunicación, y la perversidad de las personas actuando mancomunadamente en esos complots, que nos recuerdan esas viejas películas de las que ya he hablado, Escapado sin Salida con Nicholson, o La Naranja Mecánica, y que en nuestro medio son tan comunes que frecuentemente oímos de muertes misteriosas, de suicidios, de delirios que terminan tan mal, ya sea porque el autor es salvado por alguien en particular (un ciudadano o un agente del estado, que es fiel a su compromiso solidario), impide que la persona que está fuera de sí termine en el cementerio o en el manicomio.

El común de los mortales afirma que está loco. Otro dirá que por la vida que ha llevado, ésto se ha dado porque es un castigo divino; y los que hemos sobrevivido a esas extrañas persecuciones en el que los delincuentes participan, ya sea por los enredos de quienes los mandan, o ya porque buscan alguna prebenda ofrecida en un país adonde los sapos de todas las especies abundan por doquier, en un país estupefacto por el miedo que nos dan los medios de comunicación, o simplemente porque en nuestra sociedad cualquiera de alguna manera puede ser presionado por el temor, por la alevosía en la que intervienen estos extraños conspiradores que parecen salidos de los mismos infiernos, en el que la sicología de manera subliminal ejercida por esos expertos perseguidores, lo logran.

Yo en cambio puedo decir que me considero afortunado. Que mi corazón y mis nervios a pesar que he sido amenazado permanentemente, ha logrado que yo pueda estar contando estas historias, y que de alguna manera yo llamo a la realización de dichos complots, como intentos de asesinatos subrepticios o crímenes perfectos, porque cuando se dan no hay una sola persona que diga lo contrario. Decirlo, es una amenaza. En un país adonde uno está marcado, que me recuerda a lo vivido por los judíos en la segunda Guerra Mundial, en  donde como en el caso de la novela corta "Crónica de una muerte anunciada" de García Márquez, se sabe que el personaje se va a morir a manos de otro, y nadie hace nada para impedirlo; porque al fin y al cabo los que lo saben actúan como reos de una sociedad indolente que de paso le esta haciendo el daño a las futuras generaciones con esos ejemplos de perversidad y de odio contra nuestros mismos semejantes.

Y no es por mis propias historias.

Hace algunos años, a manera de ejemplo, a un señor que conocí, y que con los años pregunté por él a una señora adonde de vez en cuando iba a tomarme una que otra cerveza, ésta me contó sobre la muerte de su vecino, quien resultó atropellado por un carro cuando iba con otros amigos suyos cruzando una avenida.

A la que yo le pregunté cuando me dijo lo anterior, que si de pronto alguien lo habría entretenido como para que con los que andaba no le hubieran advertido, o una posible llamada de un celular hubiera logrado que no se diera cuenta de la embestida que le provocaría el dicho carro, está quedó compungida; y me contestó:

-Si, eso fue. Lo llamaron por el celular cuando el carro lo atropelló.

Y entonces a uno le queda la duda.

A mí en una ocasión, al comprar una hamburguesa en la calle, por los lados del Kennedy, después que me habían sucedido cosas extrañas de esas persecuciones que he venido contando en los blogs, o en las imaginerías que "El Embrujado" escribe en "Crónicas Gendarmes", sino fuera porque se me hizo extraño que en medio de aquella carne sabrosa, se me hiciera raro que al masticar y masticar lo que parecía un pedazo de cebolla cabezona, después de haber andado casi una calle saboreando aquella hermosura que no era de las afamadas por la radio o la televisión, al sentir que no podía deglutirla porque mi instinto me decía que debía mascarla y mascarla, y a pesar que pude habérmela tragado; al querer averiguar de qué se trataba al meter mi dedo en la boca, y sacar lo que parecía algo blando, resultó ser un cable de caucho con filamentos de cobre en medio, un cable de electricidad mejor dicho y en donde los filamentos metálicos del cobre estaban destapados por la mitad, que si me lo hubiera tragado ya no estaría contando estas historias. Y claro que el susto y el miedo, lo hacen todo.

Presa de pánico, ni siquiera tuve el valor de devolverme, o acudir ante alguna autoridad o a reclamar a aquel personaje que parsimoniosamente me la preparó convencido que me mandaría al cementerio. Un rostro y una figura regordeta y una vestimenta  que me recuerda a los matarifes que uno ve en las plazas de mercado. Estaba en las manos de estos personajes enloquecedores.

Apuesto a que Ud. ya estaría loco. Y sin embargo en esas calles nauseabundas pareciera que yo estuviera marcado.

Son locuras e intentos de asesinatos bien elucubrados a base de sicología, las que vivimos en estas calles porque seguramente cualquiera podría haber dicho que fue un accidente, y así mi muerte hubiera podido pasar muy desapercibidamente.

Algún tiempo volvería a ver a dicho vendedor de ricas hamburguesas en otro sitio de la ciudad, e incluso en el barrio Marco Fidel Suárez vería a otro muy parecido.

¿Pero quién podría decir que era el mismo?

Solo alcancé a ver su rostro en un instante, porque mientras duró meticulosamente preparando su hamburguesa nauseabunda, se tapó su boca.

Y como para acabar de completar esta historia, después de haberle vendido la mercancía  al cliente que me había llamado por teléfono para que se la llevara, en el barrio Jackeline del mismo Kennedy, otra cliente que me compraba y de la cual nunca me había fijado que se colocaba siempre en el cuello algo para taparse, me mostró una herida que tenía en la garganta.

- Esto fue debido a un clavo que me tragué sin darme cuenta, me dijo.

Para mi no. Mi instinto me decía que estaba vigilado en esas calles, y que me querían matar.

Así digan que son paranoias, u otros que son brujerías. Saben de sicología y de inducciones, y actúan mancomunadamente y a mansalva.

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