El arte de enloquecer 8



Escrito por: jesusantog el 15 Nov 2010 - URL Permanente
Publicado en esa época en El País.es
Leyendo libros en la biblioteca Luis Ángel Arengo en Bogotá lo pude comprobar. Quería saber qué había pasado conmigo en semejante situación. ¿Por qué? Y ahí encontré la respuesta. Había sido víctima durante años de extraños montajes en el que se jugó permanentemente no solo conmigo psicológicamente, sino que también se parecía a toda una conspiración que venía desde niño. Comencé como se dice a gatear en estos terrenos desconocidos para los neófitos, porque si a Ud. le suceden cosas y cosas, y después no entiende, tiene que haber alguna explicación. "Conócete a ti mismo, y te diré quién eres." Dice un viejo proverbio. Lo que comenzó desde muy niño, parecía no tener ningún sentido. Y sin embargo se trataba de un complot en el que siempre eran esos personajes extraños que tienen su origen en la política y en autoridades policiales. Se me hacía creer que yo era un perseguido por ésto. De todos esos amigos que conocí de joven muy pocos han quedado, y tengo la certidumbre que a ninguno de ellos les sucedió una mínima parte del sufrimiento sicológico a que he sido sometido. Es más, creo que muy pocos se pueden ufanar de haber sido zaheridos sin saberlo. A veces he creído ser peor que un pordiosero o un delincuente de marca mayor, y además que casí tuve que llegar a la situación de locura, y salir de ella, mientras esos perseguidores trataban por todos sus medios de amedrentar sin lograr sus propósitos. Todavía me amilanan. 

En esos libros se dice que el esquizofrénico está en un estado mental que no entiende por qué hace lo que hace. Qué puede matar, qué puede matarse, y que incluso su situación puede llegar hasta un estado en el que se muere porque se le arroja a un carro, o alguien le ayuda muy subrepticiamente. Según los médicos que me atendieron en el Hospital de la Hortúa, y en sus archivos están sus conclusiones, yo estaba paranoide. Es cierto. Desde hacía como medio año o más, había comenzado a sentir hasta el ruido de un insecto desde varios metros, en unas situaciones  que no son normales. En Bellavista al sur de la ciudad, cuando llegaba me parecía escuchar voces que normalmente nadie escuchaba, pero que yo sí. Me daba miedo. Claro que agréguele a esto el caso de un autista que lleno de temores, aquellos temores infundados que amigos de antes le habían enquistado haciéndole creer que se era un perseguido, y que ellos también. Añádele a una familia que por más que uno mirara e incluso a toda la familia suya, uno se sintiera como aislado, y además con la incertidumbre de no saber qué iba a pasar, cuando delincuentes salían de sus madrigueras a conseguirse su suculento y preciado tesoro. Que no era una  mayor cosa porque al fin y al cabo era una herencia que el padre le había dado mediante un apartamento, y aunque no era una fortuna parece que éso les despertó sus vulgares apetitos de conseguirse con otro lo que no habían podido conseguir. O más bien, podrían ser esos instintos ladroniles que en ríos revueltos salen a aprovecharse de las oportunidades. Yo no me merecía semejante regalo, mucho menos sin trabajarlo. Eso lo decía Primorov, y curiosamente mi papá como si estuvieran hablando el mismo lenguaje. A veces creo que me habían instalado algún micrófono, como si esos vulgares personajes se fueran a conseguir conmigo todo el oro del mundo. 

Leyendo esos libros en medio de semejantes pensamientos que no eran claros, y que todavía no lo son, en "el delirium tremen" uno termina escuchando voces y voces diferentes de desconocidos, y yo sin embargo llegué a dicha situación, y hasta donde recuerdo creo que fui drogado porque me fueron llevando casi hasta el delirio. Es decir no es que fuera lo que digo, sino alguna sustancia exótica, que seguramente me llevó a esa circunstancia. Pero que las provocaciones, los diferentes acosos a que fui sometido en la que los robos me obligaron a dejar de trabajar, cosa que ya había hecho hacía muchos años en otras circunstancias y con los mismos amigos me indujeron a creer que estaba siendo perseguido.

Todavía recuerdo que en esos años yo le comentaba a mi papá sobre el asunto. A lo que éste me respondió:
-Si quiere lo averiguamos. Todo tiene su precio. Eso se arregla.

En esos años yo le comenté a una amiga, y ésta me dijo que no.  La duda queda. Mi papá y todos los que conocí en esas relaciones de cacharrerías y de comerciantes se conocían tanto, que incluso ahora sé que no era extraño. Su negocio y la mayoría de éstos, siempre los había tenido en pleno centro de San Victorino, justo  adonde antes funcionó en los Mártires lo que antes fue una institución policial de civil.

Uno así va comprendiendo que esas marcas además de ser de familia también podría ser por cuenta de alguien en un país donde no se respetaba ni respeta la privacidad de las personas ni mucho menos la buena honra que uno en un momento puede presumir, porque en estos casos uno resulta siendo el delincuentico por cuenta de otros. Y claro, que en esos estados paranoides, como al que llegué, uno se mata. Y si no, le dan una ayudita. Cuando salí después que el amigo policía del del primo que tenía su oficina en San Victorino, y del que dije anteriormente, y que resultó ventrilucuo en aquella oficina cuando entre sus labios y mediante un discurso largo y amedrentador me hipnotizó y me dijo hasta de qué me iba a morir, y mediante esa inducción casi lo hago arrojándome desde aquel 4 piso o 5. Los ojos llorosos del tío, y del que en algún momento he llegado a creer que estaba actuando de alguna manera presionado por otros, me indujeron por otras razones a escribir en "Crónicas Gendarmes" las historias de un extraño secuestro de familia, porque en cierta medida actuaron como obligados. Escuchar esos discursos largos y coherentes después de haber vivido esa situación, y de haber leído esos libros, no son exactos. Las voces de esos discursos también  fueron impuestas mediante las ondas hertzianas a determinadas frecuencias, o simplemente en la operación de la columna vertebral con las varillas metálicas que me colocaron, me convirtieron en una especie de receptor de determinadas frecuencias que casi me enloquecen, sino fuera porque me resistí a creer que lo que querían era que tomara la medicina de aquellos galenos que me operaron, y que sin distinguir si era o no ezquizofrénico, se decidieron porque estaba loco.
-¡Y Zas! 

No consultaron si en realidad estaba drogado por alguna substancia sicótica, y que al resistirme, actué como era lo correcto. Hasta donde recuerdo me llegaron a cambiar una cuenta de ahorros en Colpatria, y muy a pesar que dicha cuenta era mía, resulté manejando otra, tratando de evitar que dejara de tomar licor mediante la cual estaba siendo anestesiado por el miedo, abruptamente. Al que está en esas circunstancias, como al drogado que se le quita sin más ni más su vicio, con miedo decide matarse. O una ayudita claro está que no queda de demás. Recabando en ésto que estoy diciendo...

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