Vigilancias privadas y seguridades ciudadanas



Escrito por: jesusantog el 23 May 2011 - URL Permanente escrito en El País.com
Publicado en esa época en El País.es

Ahora que se habla de la seguridad ciudadana, y en la que el todo el país está metido en esta nueva panacea que nos protege a los ciudadanos de bien de los peligros que tenemos en nuestras ciudades, sin contar con el flagelo de la violencia en los campos, ya que el autor solamente puede escribir sobre lo que ha vivido, parece que ha valido la pena porque según nos cuentan las autoridades y los medios de comunicación nuestro país en apariencia es mejor en cuanto a calidad de vida respecto a las de otras épocas. Sin embargo, me temo que no. Porque el autor durante todos estos años ha visto menguada no solamente su integridad personal, sino que ha sido permanentemente amenazado de manera mordaz por cuenta de esos inquilinos de calles, o por cuenta de inescrupulosos comerciantes, de vecinos que parece se conocieran nuestras vidas personales, y de aquellos mismos a los que el Estado les paga para que a uno lo protejan. En lo personal he sido hostigado como si fuera el peor de los criminales y particulares de manera muy coordinada que solo caben en la cabeza de unos subrepticios imaginarios de mala fe que durante años han orquestado una extraña persecución no solo de carácter sicológico, sino que además han dañado la vida con el cuentico de un extraño melodrama de familia.
 
En San Victorino por esas calles del centro de Bogotá, en el Quiroga, Centenario y barrios aledaños, como si se conocieran mi vida personal se burlaron de lo lindo y trataron de enloquecerme de tantas maneras, que todavía me falta por contar muchas más. Y lo curioso, como para distraer la atención en otra ciudad, pues me vi obligado a abandonar una casa en la que viví durante más de treinta años sin pagar arriendo, me salieron otros a hacer lo mismo, y muchas veces he sido víctima de mendaces en las calles, sin siquiera decir que me han salido muchos personajes que pareciera que a uno lo conocieran tan bien, que hasta sus imaginaciones y sus aberraciones mentales son ciertas para ellos. Así se lo hacen creer a uno. Es una manera sutil de enredar y enredar con fines maquiavélicos, para desintonizarlo a uno de la realidad o mejor dicho: "Enloquecerlo".

Estando muy joven, precisamente en el centro de la ciudad, y después de haber llegado a aquella casa que seguramente ya tenía sus dueños por cuenta de otros, en la décima con 19 fui víctima de un atraco. Hay que decir que ya era la media noche, y que me había tomado unas cuantas cervezas con Cuchumina, un alegre y vivaracho amigo a quien por desgracia tuve la desgracia de conocer de niño en el Colegio Jiménez de Cisneros de Ibagué, y con el que a través de los años pudimos compartir amistades de familias y de amigos, e incluso de política. Y claro que ya éste andaba por esos caminos que deja la secuela del vicio, y  por el hecho de haber conocido a su padre, un señor muy trabajador que tuvo sus cultivos de arroz en el Espinal, y porque en realidad  no necesitaba de andar con ladronzuelos, supuse que a pesar de haberle insinuado que no anduviera por esos malos caminos de la vida, a pesar que en una que otra ocasión nos hubiéramos reunido a tomarnos unas pocholas. Y es que uno ya no frecuentaba a esos amigos de niñez porque además uno estaba en otros cuentos de la subsistencia y el estudio, negociando con mercancías que se conseguían a un buen precio en San Andresito, para revenderla en los barrios y en los pueblos vecinos de Bogotá.

En esas pocas ocasiones que compartimos y convencido que mis consejos le podrían ayudar a dejar su vicio como drogadicto, al dejar a éste en aquel establecimiento, y al ir a abordar un taxi para irme para la casa que he dado en llamar "La Casa Embrujada", fui objeto de un atraco en la que por la espalda un facineroso me percolló en el cuello, mientras me asfixiaba y lograba reducirme contra el suelo rompiéndome la cabeza. En esas condiciones se robó una maleta tipo ejecutivo, con el plante en mercancía, una mercancía que al día de hoy podría ser valorada en más de un millón de pesos. Unas Gargantillas de fantasías denominadas de Boston, y que se vendía muy bien por ser nueva en el mercado. El sujeto que salió corriendo tenía su comparsa al que en su momento se les decía campaneros que estaban pendientes en las calles a que no apareciera ningún policía. Y estaba ahí. Al que le salí muy dispuesto a que me dijera donde estaba el ladrón que se perdió entre esas calles nauseabundas. Una radio patrulla que estaba cerca y que apareció en ese momento, surgió en medio de la noche como si yo fuera el bienaventurado al que lograba que lo protegieran. Y no. Aquel energúmeno personaje, quien era en realidad el campanero me acusó ante aquellos agentes, y terminé en la radio patrulla paseando con ellos, mientras recorrieron calles y burdeles, hasta que me dejaron por una de ellas en el centro de Bogotá, mientras el ladrón hábilmente logró su cometido. Una historia que me sucedió frecuentemente, pero que yo no entendía. Con los años comprendería que el tal Cuchumina había sido seguramente el responsable, pero como en las buenas familias sucede de todo con este tipo de amistades uno no sabía que estaba siendo marcado por ladrones, pues en una ocasión cuando ya estaba trabajando con mi papá por algunos detalles entendí que éste no era el que había conocido de niño, y que con los años me fueron sucediendo otras y otras situaciones extremas y de peligro porque incluso en otra circunstancia en el club de ajedrez El Capablanca, en la calle 12 con carrera séptima un agente trató de intimidarme, y fue así como  comprendí que muchos de todos estos personajes creían que en realidad podrían conseguirse algún billetico conmigo.

Aunque no sé si lo consiguieron, al pasar los años en donde he tratado de contar estas historias tan cercanas y tan comunes en una ciudad adonde uno está tan vigilado, y a sabiendas de que uno se cree que es una persona de bien, le siguen sucediendo situaciones en las que es robado o amenazado tal y como lo he venido contando todos estos años no solo en mis blogs, sino también con los que he tenido que compartir estas historias.

En esas vigilancias privadas y seguridades ciudadanas hemos caído en otras historias, por lo menos para mí. Una vigilancia muy particular como si fuera perseguido por la ley, mientras los delincuentes han hecho de las suyas, en las que si me decidiera a contar las veces en que sido robado, no las terminaría de escribir fácilmente. Pero a lo que voy, será para la próxima.
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