Los misterios de los asesinatos perfectos 3



Escrito por: jesusantog el 08 Mar 2012 - URL Permanente en El País.com
Hace algunos años yo recordaba el libro de "El Lobo Estepario", que me sugirió Clavijo y que por una extraña coincidencia a la vuelta de los años me lo encontraría en el parque de las Cruces en Bogotá en un día en que yo bien ido de la cabeza no sabía de mi mismo. Sin embargo, podía dilucidar lo que me quiso contar. Era hijo de un judío, tal y como lo dije en otro blog, que fue negociado por sus familiares, y resultó siendo el hijo putativo de un afamado fotógrafo de la Bogotá antigua en el barrio Santa Bárbara. Esa historia transformaría parte de mi vida. Además de estar medio alucinado por las provocaciones de los esbirros de los imaginarios en las calles, supuse que algo tendría que pasar con esa historia. Un muchacho que fue socio en esos trabajos que  inventaba, Lozano, para no ir tan lejos, cuyo padre resultó ser un abogado pensionado de Telecom, decía junto con Clavijo, "que  qué más querían los clientes con un estuche para fantasías" que para ellos no valían un peso, a pesar del arduo trabajo que representaban para elaborarlos. Es decir que ni valían nada y querían que los compraran por miles. Unos trabajos tan idos de la misma realidad porque éstos no comprendían que el valor de dicha mercancía sólo tenían precio para aquellos que los necesitaran. Algo parecido a lo de las esmeraldas que en bruto no valen nada, pero que si se tallan y son de aceite valen más por su gota que está adentro de ellas, tan intrínsecas que para cualquiera no podrían valer nada. Recordé lo que Memín, un Espinoza que su familia y sus trabajos estuvieron alrededor de una notaría del centro en el pasaje Hernándes, y adonde registré a uno de mis hijos. Y es que alrededor de éste y otros amigos que me surgieron durante todos esos años, se formó una extraña conspiración que en su momento no entendía, pero que con el correr de los años, después de haber sido obligado en dos ocasiones a abandonar la casa con la que viví con una tía que fue como mi hermana, me hicieron caer en cuenta que algo se había tejido alrededor de mí. Habia sido mordido por un perro muy parecido al que tenía Clavijo, y cuyo nombre era Damián, precisamente idéntico al del personaje de la novela de Hernan Hess que justamente por esos tiempos me había prestado como advirtiéndome lo que me sucedería. Nunca supuse que pudiera ser el mismo que me mordió ni lo entendí muchos años después, solo cuando regresé de nuevo a aquella casa. El perro era de unos policías y supuestamente me mordió casi para castrarme cuando intenté defender a una mascota que teníamos y que habíamos traído desde Ibagué. Con los años, y al sucederse muchas otras cosas me fui formando una idea que solo los paranoicos lo pueden entender, aunque sean reales, pero que para otros es locura: "Me habían querido matar muy sutilmente".
Algo parecido a lo que viene contando "El Embrujado" en Crónicas Gendarmes.
Por alguna razón en su momento no entendí que fuera precisamente éso de lo que se trataba. Para no ir más lejos, ya me habían sucedido muchas cosas con policías y con amigos. Con el correr de los años, cuando es costumbre en estas tierras decirle a otro, en estos países adonde la vida no vale nada, por la edad: "Tiene la lapida pegada". Y a pesar de haber comenzado a razonar, entendí parte de mi situación. Siendo desde niño un autista, haber tenido problemas sicológicos que otros trataron de exarcerbar, y en los que muchos se creyeron que yo no valía ni muú, en mi cerebro se fue formando una idea de lo que estas malas gentes pueden ser:
"Unos asesinos que para enmendar sus bestialidades, pretenden hacerle creer a uno que se es un desgraciado, y un pobre diablo que no merece vivir". Son tan canallas que usan a sus mismos familiares, lo marcan a uno en las calles y les arrojan a los peores granujas que puedan haber". Y así Ud. va conociendo la calidad de estas personas:
"Son asesinos encubiertos".
Que no nos hablen descaradamente de política y de otros sigmas que se inventan para justificar. Y son una red en la que todos pretenden taparse con la mismas cobijas.
Así es este país. Y mucho más en esos años que vengo comentando.
Hubo una cliente, pues sabrán que tengo clientes desde hace más de treinta años que me conocen y saben quién he sido. No el pelafustán ni el vividor ni el esquizofrénico que no es capaz de conseguirse un peso. Por el contrario, los ladrones han sido muchos, y los viperinos han sido abogadillos de malas muertes, y un vecindario que en su momento me recuerda aquella película de Martin Scorsee que nos cuenta sobre la época en que el nazismo con Mussolini se tomo al imaginario de una sociedad, en el que la mafia se entroncó, y los amigos que antes fueron por la guerra se fueron distanciando y provocaron toda esa marea social de guerra y de muerte que desencadenó la segunda guerra mundial. Amigos que nunca volvieron a ser los mismos. Muchos murieron, y como en el caso de Deniro, el personaje principal termina suicidándose.
Una sociedad de locura. Así como la vivimos hace pocos años cuando después de esas violencias que venían desde los años 50 del siglo pasado, otros para contrarrestar las infamias cometidas en esas violencias, decidieron que también ellos serían los garantes y los mejores de los que antes estaban amenazados. Y solo así, nuestra sociedad se convirtió en otra aparentemente peor:
"Una violencia descarada y cetril, donde el dinero y la droga era la única que a su antojo daba rienda suelta a sus anhelos subterfúgeos y maldadosos". Hasta que sucedió lo que sucedió.
A muchos nos intentaron matar sin saber por qué muy disimuladamente, y las aristas de la avaricia se fueron apareciendo en unos rebuscadores que aprovechando el momento, resultaron delincuentes. Una sociedad putrefacta que hasta ahora anhela salir de esas escorias que todavía nos amilanan.
Ha sido una pesadilla. Todavía no salimos. Sobre estas situaciones bien valdría la pena contar algunas historias sobre esos asesinatos perfectos. Porque fui víctima.

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