Inviernos bogotanos


Inviernos bogotanos
En esta ciudad, como en otras, los inviernos pueden ser exasperantes. Una lluviosidad permanente. Un frío que cala los huesos. Una neblina que congestiona el aeropuerto y las calles, mientras las inundaciones no dan a basto sobre todo en la parte sur de la ciudad, pues su crecimiento tan desmesurado muchas veces ha impedido que tengan sus redes de desagüe, lo que hacen que se empantanen; mientras los transeúntes como en la fotografía que vemos tengan que hacer su odisea para poder movilizarce.  Los rayos y los truenos son permanentes. Y a veces pareciera que desde el cielo las nubes de desgajaran como piedras, pues el cambio climático ha hecho que lo que antes no se daba ahora se suceda frecuentemente. Unas granizadas totales en las que a veces la multitud sale a divertirse, igual a lo que han visto en los periódicos o en la televisión en aquellos países que tienen las tres estaciones, que nos recuerdan las antiguas caricaturas con que nos criamos de niños, que nos mostraban cómo construían sus muñecos en las largas temporadas invernales en el polo norte, y que aquí por ese cambio de la naturaleza tan drástico, el invierno se convierte en estos casos en  una diversión.
O también, paradójicamente mientras éstos se divierten, muy cerca se ven a otros en aprietos porque los carros han quedado estancados o sumergidos por el granizo en los parqueaderos, o como en la fotografía del anterior artículo la calle 26 se ha inundado debajo de los puentes que la atraviesan, y posiblemente mientras hay jolgorios para unos en otros la desesperanza trata de aniquilarlos por la muerte de algún vecino o un familiar en estos percances que nos produce la naturaleza, y que solo se comparan con los desastres que a diario vivimos por estos días a raíz del cambio climático y del fenómeno de la niña en el océano Atlántico.
Los inviernos bogotanos pueden ser terribles, ya que en ocasiones cuando el granizo cae uno puede  resultar escalabrado, ya que estos guijarros a veces son tan grandes, que nos recuerdan aquella vieja historia de Moisés y los israelitas cuando el maná llovió del cielo.
Unos inviernos que hay que vivirlos para saber lo que pueden ser en otras partes del mundo e incluso en nuestro país, como el que probablemente se puede dar en los llanos orientales, en las selvas del Chocó, o del Amazonas.
Tan diferentes como las tempestades de arena en los desiertos del Sahara.

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