Un capuchino en Bogotá


Así como en España pueden sucederse cosas parecidas, aquí en Colombia también. Bogotá tiene fama de ser la ciudad adonde sus habitantes hablan el mejor español, incluso que los mismos que nos colonizaron y  dejaron este hermoso idioma como su legado. Rufino Cuervo y Miguel Antonio Caro,  así lo demostraron. Una ciudad donde la caballerosidad hace parte de los antiguos cachacos en el que las mujeres con sus costumbres y su manera de actuar ante la sociedad hicieron fama en nuestro continente, sin nombrar siquiera la antigua constitución que nos legaron desde el Cabrejo con Rafael Nuñez,  y toda una historia de personajes que como buenos gramáticos también fueron presidentes ilustres y dueños del poder estatal en Colombia,
tanto, que  escritores como Victor Hugo la elogiaron por su acerbo gramatical y por ser una 
constitución para ángeles, y que los que nos la legaron ante el triunfo de los centralistas
-conservadores-  en sus triunfo sobre  los que se llamaron en su tiempo los impíos liberales
-federalistas- a pesar que en la década de los 30 del siglo anterior los  presidentes Olaya Herrera, y Alfonso Lopez Pumarejo que con su “Revolución en marcha” encarnaron cambios sociales. Incluso, hasta hace pocos años  esta ciudad era conocida por el común de los habitantes terráqueos como “La Atenas Suramericana”.
Y en medio de esas situaciones sociales nuestro país se convirtió después de la explotación y exportación de la  Quina, en el país mono-exportador del mejor café del mundo por la excelencia de su contextura y el suave aroma de su sabor  que ha embrujado el paladar de más de uno en otros rincones del mundo, a donde Juán Valdez y su mula son los más reconocidos por los amantes de esta peculiar bebida . Hay que decir que seguramente cualquiera se puede confundir ya que Bogotá desde su fundación ostenta por ser la urbe  que en América Latina   más posee  iglesias construidas desde sus fundación, incluyendo a “La  Catedral” que está 
en la plaza de Bolivar donde están  los restos óseos de su fundador don  Gonzalo Jimenez de Quesada; y de otros  que hacen gala de nuestro catolicismo tan acendrado que incluso la iglesia católica fue considerada como un estado dentro del estado colombiano mediante el concordato que nos rigió hasta hace unos pocos años.  Y todo ésto, en pleno centro de Bogotá que se sumerge en el tiempo de un pasado donde las calles originalmente tuvieron nombres, y cada una de ellas en esta urbe reflejan casi toda la historia de nuestra 
idiosincrasia.
Unas calles que en otrora representaron para nuestros antepasados todo el legado histórico y colonial, que han trascendido por que escritores como  el caso de Fanny Buitrago, han hecho que lo que hoy es “La Candelaria” muy cercana a los cerros orientales, sea conocida en muchas partes del mundo por que en ellas abundan los fantasmas de antiguas historias, las universidades que han sido merecedoras de las mejores exponentes de nuestra formación cultural y científica, las iglesias que también  hacen eco de la influencia que han ejercido en nuestro desarrollo social, las construcciones urbanísticas que reflejan los cambios que hemos tenido desde nuestra independencia, y  unas calles que en  pleno centro de una ciudad han sido la fuentes de lo que hoy somos porque en ellas han habido rebeliones y sublevaciones como lo fue de la independencia, la casa del Veinte de Julio donde por el préstamo del florero de Llorente en 1810 se inició el proceso de independencia, y a su vez fue testigo mudo de los hechos acaecidos en la toma del palacio de justicia por cuenta del M-19. Si quiere vivir los años en que fue asesinado Jorge Elicer Gaitán también podrán encontrar el sitio infausto donde cayó a manos de un demente que seguramente fue utilizado por otros para su crimen perfecto, en la carrera 7 casi llegando a la avenida Jimenez de Quesada.
Para cualquier persona que quiera conocer nuestro origen, se encontrará con todo un museo histórico en unas pocas cuadras, pero que si se exploran no terminarán de estudiarlas, así como cualquier ciudadano no puede darse el lujo de decir que conoce palmo a palmo esta metrópoli.
El café ha sido por excelencia nuestro anfitrión para todos los que la quieran conocer. Y tras de sí conocerán gran parte de nuestra cultura. Y alrededor de esta bebida, se han tejido otras que también la han engalanado. No se trata de los hermanos Capuchinos como vertiente de los franciscanos, que me hacen recordar el colegio adonde de niño estudié e Ibagué, una ciudad intermedia de Colombia. Ni tampoco de los capuchinos que encontramos en pleno centro de Bogotá con su historia que hace parte de nuestra cultura católica, sino de aquella bebida que ha aglutinado a muchos, que haciendo parte del café es tan solo por que con el surgimiento de la greca express, permitió que esta bebida que es mezcla de café y leche salida a vapor, y que fue construida por un italiano, se entronizará en esas tertulias que han sido centro de toda una serie de seguidores que la hacen tan importante como en la bota itálica, o en otros países europeos.
El capuchino, como su nombre lo indica, nos refleja el capuchón de esta vertiente benemérita franciscana, que aunque algunos dicen apareció en nuestro país, en los años 79 del siglo anterior, muchos la conocimos en el 70 en algunos cafés del centro de la ciudad, como el que queda en un sótano en una callejuela aledaña al edifico Murillo Toro en la séptima entre calles 11  y 12 , que en otro tiempo adyacente existiera  la zona postal más importante del país cuando los telegramas existían, y el Internet con la fuerza del correo electrónico y otras formas de comunicación no habían dado al traste con este servicio de correo nacional e internacional, y donde los filatelistas podían conseguir las estampillas para sus colecciones.
Y claro que lo del capuchino es el pretexto para que otros conozcan lo que hoy es, o ha sido el centro de Bogotá, una ciudad con muchas historias.

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