Historias de desalojos (Parte 2)





Hace algunos años, Martín -un tío, hermano de mi papá- me comentaba algo acerca de un sobrino suyo, que había abandonado el apartamento donde vivía, pues había preferido hacerlo en vez de recurrir a la familia para que le ayudara. Me dio a entender que  la suya era de  comerciantes que  tenían buenas amistades policiacas, y que si lo hubiera pedido ellos habrían hecho hasta  lo imposible para que no abandonara lo que era suyo. Yo estaba, como decía grogui en un extraño surmenage mental que incluso arrojaba babaza cada que hablaba, pues una droga medicada por unos siquiatras del Hospital de la Hortúa en  Bogotá me hacía mantener como embobado y dormido, pues la pesadez en los ojos me obligaban a estar acostado en mi cama en "La casa embrujada", y que ha sido descrita en parte por “El Embrujado” en “Crónicas Gendarmes”.
La última vez que asistí a una cita a dicho hospital fue cuando quise que losgalenos revisaran el estado de mi columna vertebral, un vecino muy acucioso apareció allí haciendo fila para una cita médica, aduciendo que un hermano suyo estaba allí hospitalizado, y que lo quería visitar. Me dio miedo. Recordaba que en la última ocasión que tuve cita con el siquiatra en el mismo hospital casi no puedo salir de éste, y recorde que de allí había salido hábilmente despues de la operación de la columna vertebral con la ayuda de otra visitante a un enfermo. De allí me había volado empijamado en unos de los descuidos de los vigilantes privados que abundaban en esa institución. Querían llevarme para la parte donde encierran a los locos que llegan allí desquiciados. El vecino no tenía porque estar allí, pues en realidad su hermano trabajaba con la brigada del ejército, y éste también ya era pensionado de la F.A.C. Además tenían el hospital militar, si era cierto que en realidad su hermano estuviera allí. Desde que regresé a "La casa embrujada" que dice aquel escritor que ahora trata de publicar sus memorias, éste y otros vecinos hicieron buena gala en su comportamiento donde todo un vecindario actuó en concordancia con miembros policiales tratando de desquiciarme. Según mis cuentas yo sufri del Delirium Tremens por muchos acontecimientos que me han sucedido en la vida, pero que en este caso éstos creyeron que yo terminaría suicidándome. Y no.   Una y mil amenazas y muchas cosas me pasaron en aquellos once años que viví de nuevo allí no bastaron para que lo hiciera, fuera de los otros más que viví cuando la tía dueña de aquella casa estaba viva. Un trabajo al que ahora le dieron la vuelta de hoja, y continuaron con lo mismo aquí donde yo estoy escribiendo este blog.
La tía hermana de mi papá que también murió en aquel tiempo, me había contado muchas historias que yo no conocía de éste. Y el tío, ahora me contaba cómo su sobrino que no lo era porque la tía y su esposo lo habían adoptado haciéndolo aparecer como si lo hubieran tenido cuando rondaban en más de los 50 años.
En los tiempos que estuve loco, mucho antes los empleados de aquella urbanización ya me habían conocido, y sobre todo por mi estado de shock nervioso en el que anduve, y que he venido contando en “La Comunidad del País” y en “Un Autista en Colombia“; y por éso una de ellas despues de haber muerto la tía me contó que mi familiar adoptado había abandonado apresuradamente y  llorando  el apartamento de los Bosques de San Carlos,  como si lo hubieran obligado o lo hubieran secuestrado. Supongo que estaba íngrimamente solo, como fue el caso mío cuando estos bárbaros decidieron mediante todos los medios a que no solo desalojara aquella maldita casa, sino también  mi vida, porque incluso  hubo momentos en que intenté matarme, sobre todo cuando quise  dejar la medicina que formularon los médicos, después de soportar  el temor que mis perseguidores a diario provocaban y que hasta ahora he venido contando, pues faltan muchas más cosas del abuso a que fui sometido por estos secuestradores mentales que jugando con el miedo inducido muchas veces mi corazón fue aprisionado del susto por la adrenalina, y del desespero en una fijación mental que todavía otros no quieren dejar de usar en su provecho. Tal vez mi órgano vital todavía es muy fuerte, porque pude haber muerto de un infarto, sin contar con las amenazas y las provocaciones que han sido bien orquestadas.
El tío que digo, me nombró a un prestante guardián de ley de vieja data, mientras que en los barrios del sur de Bogotá, por esos mismos días otro me salió en El Tunal hablándome mal del que el familiar  había dicho; y solo así comprendí una historia que conté en”Un Autista en Colombia” cuando un policía medio drogado casi nos mata a un primo y a mi en Girardot en una casa de ésas adonde hay cantinas y bebidas por montones,  en un diciembre y a media noche. El primo moriría en un extraño accidente algunos pocos años después, cuando se subió a un techo a salvar a una niña que huyendo de un regaño de su papá se trepó al techo para evitar ser castigada. Este se descuajaría del techo. El golpe le zafaría  los riñones, y moriría sin que los médicos pudieran  hacer algo para salvarlo. Una extraña muerte. Incluso en esos días pensé que tenía algún micrófono en mi cuerpo, aunque sé que existen otras maneras para escucharlo a uno o hacer oír voces, pero que en esta ocasión sembraron en mí la duda.
Juntos, el tío y mi papá habían tenido negocios allí, y éste quería que yo me quedara trabajando en aquel puerto del río de la Magdalena. Por eso mi memoria de manera confusa me trajo a colación lo sucedido en Girardot, y yo a pesar de aquel susto, y por otras cosas no quise suicidarme. Las realidades de aquellos recuerdos se sucedieron en el año que acababa de cursar 5 año de bachillerato en  el colegio San Simón de Ibagué.
Mi primo, cuando yo ya estaba recuperándome de todos los daños físicos y psíquicos  que vengo diciendo en la casa que digo, lo vería algún tiempo después todo ido de si mismo y gordo, igual a como salen las personas enfermas de algún hospital psiquiátrico, como si las drogas que les aplican los engordaran o les afectaran las tiroides.
No me reconoció. Y solo por la historia que me comentó aquella empleada supe que lo habían desalojado de la propiedad que le correspondía. Yo también sería víctima de otro desalojo, después. Pero ya antes, en un apartamento que mi papá como parte de la  herencia  me dejó, tuve que abandonarlo por una hipoteca en un cambiazo que hice con un tal Aldana por una casa en Bellavista que resultó con problemas legales, como si los que participaran en estos entuertos fueran unos aventajados abogados y diestros en esas artes sutiles de las persecuciones.  En aquel barrio a los veinte días de estar residenciado tuve también que abandonar dicha casa porque casi me matan. Fueron esos tiempos en que los ladrones hicieron de las suyas como si en verdad yo estuviera en las garras de la delincuencia. Y no parecían. Parece que querían por todos los medios posibles provocarme el delirium tremens, y además matarme. Una manera muy sutil de asesinato que no deja ninguna huella. Asesinatos perfectos que pasan en este país con la complacencia de muchos, tal vez por la ignorancia que existe, o porque así son estos imaginarios que hemos venido forjando a través de los años.  Incluso pueden mofarse ante los demás de lo bien que lo hicieron.
Fueron muchos atracos y muchas provocaciones que viví, que  incluso los contratos que hice con el estado no eran más que parte de todo lo mismo que vengo diciendo.
Si hubiera tenido más bienes o dinero, tal vez no estaría contando estas historias que a muchos les disgusta.
La Leyenda del Dorado  

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