En las garras de la delincuencia (Parte 2)


Aunque no es común, yo presumo por lo que he vivido, que si. Es difícil que alguien le crea a uno. La entelequia de estos desaforados personajes, solo la entienden quienes han tenido que lidiar con ellos.  Lo disimulan muy bien. Parecen no serlo, pero…  Los que caen en sus redes terminan mal. Yo lo he vivido.
Estaba muy joven cuando viví circunstancias en la que mi vida peligró de tal manera que a cualquiera pudiera haber pasado inadvertida.  Para mi, no.  Sus recuerdos me atormentan. ¿Cómo conciliar esos recuerdos  con las vivencias personales, sin que atropelle a otro? En Argentina los jueces acaban de condenar a Videla por su participación en el robo de niños por parte de los militares a sus padres que estos mismos mataron.  Se criaron con ellos sin saberlo, convencidos que eran los verdaderos, pero las madres de “La Plaza de Mayo” terminaron por convencer y demostrar a los jueces, esa verdades siniestras. Estos padres participaron en el holocausto que les quitó las vidas a sus verdaderos padres en la época de la dictadura militar, y por primera vez en la historia, la ley hizo lo que tenía que hacer. Unos jueces ejemplarizantes,  porque además han terminado por enmendar las atrocidades de  estos, y a su vez sirven de ejemplo para el mundo entero.
Sin embargo, muchos de ellos han perdonado, y terminaron por entender que mientras los ayudaron y solventaron en sus años de niñes en sus precarias vidas, participaron sin quererlo,  y a sabiendas de la  política de Estado que trató de acallar a sus contradictores mediante la muerte, incluso arrojándolos desde   helicópteros al mar.
Y sin embargo…
Como en esas dudas filosóficas del ser humano, cuando a Ud. le salen actores que pertenecen a las filas del gobierno, o sus familiares participan en tropelías que van desde el amedrentamiento personal hasta canalladas en que  lo enredan  y lo sumen en esos destierros psicológicos donde aparentemente se puede ser un villano, cuando en realidad no lo es. Ante los demás resulta siendo el abanderado de lo peor que cualquiera puede pensar.
Esta delincuencia es la más soterrada. Aparentan una cosa y en realidad son otra.
En su perfil los ve como los mejores servidores de la ley. Pero cuando los conoce tanto, que hasta puede distinguir sus perversiones con solo una mirada o un pequeño trato con ellos, que incluso para sus más cercanos colaboradores o amigos pasan desapercibidos, Ud. ya sabe quiénes son.
En “La casa embrujada” el imaginario del “Embrujado” los distinguió. A veces escuchó por las calles cómo uno de estos personajes le  contaba a otro compañero, cuando esperaba que su vecino saliera de la casa, cómo lo amedrentaba a pesar que uno de ellos, un ejemplar ciudadano de bien en el barrio Bellavista de Bogotá le había dicho que cuando necesitara de su auxilio, no dudara.
Y resultó lo contrario. Desde que llegó a aquella casa todos estos  se organizaron de tal manera, que lo que dijera se lo repetían amenazantes, en esos trabajos de sicología a donde participó más de un trasfuga.
Unos jóvenes que estando extraviados por el vicio, se les hacía creer que eran los reyes de aquel sector. Y según parece, así lo comprobé en esos tiempos, más de uno permanecía drogado, y en los negocios de aquel barrio adonde habían jugaderos de billares y de maquinitas traga monedas, lo que tenían era otro. Y sus dueños…
No hay que decirlo.
Estaba muy joven cuando comencé a sentir toda esta serie de atropellos.
Aquí en Ibagué,  para no ir muy lejos se me hizo creer por cuenta de unos aventajados muchachos que buscaban realizarse en sus sueños  con un mundo mejor. En sus protestas uno los veía como los defensores de una democracia y una igualdad sin límites.
Tanto que en esa admiración por su defensa de los desposeídos los hicieron acreedores de los mejores halagos de los que los conocieron.
Así cualquiera caía en sus redes. Con los años, en otras vivencias del autor, semejantes a la del imaginario que vengo contando, fui descubriendo que no eran lo que pintaban.
Los años me han dado la razón. Yo perdí el juicio y casi que la vida. A estos nada les ha pasado, y creo que todavía hablan de persecuciones. Unas persecuciones que seguramente son imaginarias o creadas por ellos mismos,  mientras yo tengo varillas en la columna vertebral, y más de un transfuga me ha salido a ganarse algo por cuenta de otro. Una marca terrible, porque hasta donde van mis pensamientos, además de haber sido los mejores servidores de un Estado, ahora gozan con sus pensiones, mientras en una casa casi que se desgañitan por matarme no solo de sustos, sin contar por supuesto la marca en Venezuela, y que he venido contando en “Un autista en Colombia”   donde parecía ser un fugitivo de mi país.
Allí, en los Corsarios, en Catía la Mar, un perseguidor de la guardia nacional, muy disimuladamente se convirtió en uno de mis verdugos psicológicos, cosa que uno no termina de entender, porque cómo en otro país Ud. puede ser enemigo de otro o de un Estado cuando se es un autista que nadie lo conoce. Ni la misma familia.
Aquí, hace poco, muy al estilo de esas películas que tanto nos divierten, en la plaza de la 21 fui objeto de algunas provocaciones y persecuciones, sin contar con los delincuentes y drogadictos, y vigilantes privados y rebuscadores de todo género. En una cafetería que queda al frente de Mercacentro,  en una de esas tardes estelares en que uno decide tomarse una cerveza para calmar la sed, y después de sentarme, mientras otros vendedores y dueños de negocios de plaza también degustaban su paladar, aparece otro desconocido que luego de haber estacionado su carro último modelo, y como si fuera rey, los invita a tomar.
-Los invito, dice.
Y lo hace a propósito en una silla aledaña de donde me encuentro.
Nadie le acepta nada. Viene como borracho y medio ido por cuenta del licor. Así lo parece.
Y en realidad, más bien parecía que quería entablar un dialogo conmigo.
-Tómese una por cuenta mía.
Y lo dice como en tono obligante donde no existe el no.
Su carro está fallando, y él como buen soldado ahora tiene que divertirse, hasta que alguien se lo arregle.
Y así y todo uno tiene que irse, porque además se está volviendo inaguantable, y cualquiera conjetura que el que ande con este, puede tener un problema.
Aunque creo, que era una persona decente, sin embargo a mi me llegan otros recuerdos.
Son aquellos de las persecuciones en Bogotá por cuenta de unos vecinos, que recién llegado después de varios años de haber estado viviendo en Venezuela, y adonde aquel teniente coronel de la guardia nacional me pedía favores y favores respecto del mantenimiento de las piscinas en aquel condominio, fuera que le tenía que colocar agua en horas donde había restricción, o le tenía que prestar el baño para que se bañara en el apartamento donde vivíamos con mi familia, y recibir los tormentos de todo su pelotón que pisoteaba los pisos que antes estaban limpios, y que dejaban ratones muertos en aquellos sitios donde uno tenía que ir a mirar lo que arrojaban por los conductos donde arrojaban las basuras en aquel condominio, y que disfrutaba con su tormento sicológico como si fuera su enemigo.
Yo había huido de "La Casa Embrujada", en la creencia que en otro país, no seguiría viviendo la misma situación. Y no.
Casi me matan una noche, mientras un tal Erwin en un carro se me aparecía en un negocio a la orilla del mar en Catia La Mar, en Playa Verde para ser más exactos, y no vaya a ser que alguien diga que soy un embustero porque con los años se me puede haber olvidado su verdadero nombre, y me decía que lo esperara un momento. Un amigo que con su mamá se aparecieron en mi vida y en la de mi familia como si en realidad fueran los mejores venezolanos que conocí en su momento. Ella arreglaba jardines y contratos con el gobierno venezolano, pues era agrónoma, y él un muchacho hijo de un italiano que no lo  quiso reconocer, y se fue para Italia del todo.  Aunque se que muchos de ellos me ayudaron en aquellos momentos aciagos en un país desconocido adonde tuve trabajo y vivienda.
Y al oscurecer y no conseguir un carro particular ni público, pues todos los bañistas se fueron yendo, tuve la tentación de subir una pequeña loma en una carretera solitaria adonde dos granujas con una mujer me estaban esperando.
Era como si aquel encuentro con la muerte hubiera sido prefabricado por aquel amigo. Había llegado desde muy temprano a conocer aquella playa adonde mucho turista no solo venezolano llegaba a disfrutar de su estancia en el mar.
-¡Hey, venite!
Tenían una  camioneta blanca, pequeña. De esas que se utilizan para transportar a estudiantes aquí en Colombia. La tenían parqueada a la orilla de la carretera como esperándome dos hombres y una mujer que estaban acostados sobre la grama.
Una camioneta que antes había visto probablemente  en los Corsarios, donde antes había trabajado, y a donde su dueño me provocó un domingo en medio de un escándalo.
Y cuando aquel personaje en medio de la oscuridad se para y se viene detrás de mí corriendo, yo también hago lo mismo sin devolverme.
Me alcanza y me pega un puño en la parte derecha del rostro, mientras según pude ver o intuir ya los otros se habían parado, y en cuestión de segundos quedé como bobo en la mitad de la carretera adonde el pitar de un jeep de un ecuatoriano que a esa hora estaba haciendo el trabajo de recoger pasajeros, para en frente mío, mientras los otros se ven obligados a alejarse.
El peligro pasa, y aquel chófer que me reconoce, dice:
-Súbete Colombia.
Me salvó la vida, pero con los años a uno le queda la impresión de que me querían matar.
Y es entonces cuando recuerdo a aquel personaje de teniente coronel de la guardia nacional, y jefe en el aeropuerto de Maiquetía del servicio antidrogas.
Lo curioso, es que recién llegado a trabajar a aquel condominio, en el apartamento donde estaban viviendo estos servidores estatales pertenecía a un colombiano, cuyo rostro probablemente lo había conocido de joven, pero que en el transcurso de los años al verlo, solo su recuerdo llegaba a mi.
Aquellos personajes, tal vez sabrían la verdad.
Y como en esas historias que cualquiera no cree, a mi se me ha metido que uno ha estado en las garras de la delincuencia. Un poco tiempo después, alguien me contó que aquel militar había sido castigado por su comportamiento en el aeropuerto, y que lo habían trasladado como castigo
Historias que a uno del vulgo como yo, todavía no entiende, mucho menos en un país desconocido.

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