Decía
que después de que el galeno de turno me aplicó la consabida inyección para que
me relajara, el sopor que produjo hizo que durmiera hasta el otro día. Nunca
había estado en un hospital antes . Ahora lo estaba. Las voces se habían ido, y
no podía concentrarme porque en mi florecían los recuerdos de mi angustia por
las calles. Y esa noche cuando quise salirme de aquella cama, una enfermera
hizo que me sentara en una silla de ruedas porque según el médico responsable
tenía algunas vertebras apachurradas y fracturadas. No puse
cuidado a esa orden, pero como quería salir y andar, al hacerlo el dolor no me
dejó. Anduve un buen trecho en uno de esos pasillos solitarios y fríos,
mientras las voces regresaron y fue cuando tuve la visión de aquella pesadilla
que digo. Estaba despierto. Mis deseos eran abandonar aquel infierno, pero
quedé por prescripción médica en una una de las habitaciones adonde
fueron llegando más y más pacientes, mientras sentía pánico con cualquiera que
me hablara. Era un temor terrible. Un paciente que llegó durante una de
esas noches murió en otra cama cerca de la mía. Otro, en otra estaba vigilado
por un policía mientras yo creía que no era por él, sino por mí. Qué me
perseguía. Era un recluso que habían llevado a que fuera atendido por estos
médicos que hacían lo imposible por atender a todos los que fueron llegando
durante varios días en una de esas habitaciones donde Ud. tiene que convivir
ellos, pero que dentro de mí creía que me perseguían. Así pasaron varios días
hasta que en aquel encierro podía ver cómo llegaban y salían pacientes sin que
yo tuviera una visita. Pude en alguna ocasión llamar a un familiar para que
supieran de mí, pues creía que de allí me irían a sacar subrepticiamente a otro
lugar para matarme. En esas visitas por las mañanas de los médicos y las
enfermeras revisando a sus pacientes, yo ya estaba diagnosticado. Tenían que
operarme de la columna vertebral y esperaban conseguir la sangre para poder
hacerlo. Sin embargo aquellos médicos parecían que me conocieran desde hacía
muchos años porque enseguida comenzaron a preguntar por mis negocios. Ni yo
entendía. Cuáles negocios. Si estaba sobreviviendo a una pesadilla en la que
los ladrones habían sacado sus mayores tajadas, mientras yo ya loco iba para el
cementerio.
Una de
esas mañanas supe que ese día ya no tendría que ser llevado como lo hacían
todos los días a que me bañara algún enfermero o enfermera. Aparecieron unos
médicos con sus ayudantes porque estaba programado con otros para mi operación.
Mi cerebro daba vueltas, y no sabía si estaba en este mundo. No pensaba en nada
ni nadie, pues el dolor ya me había sumido entre ese sopor de no saber qué va a
pasar de su vida. Una mascarilla que fue colocada por
una anestesista sobre mi rostro y en mi nariz no me dio tiempo de por
lo menos saber de qué se trataba. Estaba a disposición de ellos y de lo que
quisieran hacer conmigo. Ya otros lo habían hecho en las calles. Los
ladronzuelos habían salido a ver qué se conseguían conmigo; mientras en el
“Lago Timiza” los contratos que tenía con El Distrito de Bogotá habían quedado
suspendidos. De una cuenta que tenía en el banco Colpatria nunca más
volvería a saber de ella. Me la habían cambiado, y es muy probable que alguien
se hubiera quedado con algún dinero, pero el hecho es que la habían trastrocado
por otra que había sido robada. Aunque nunca volví a saber de ella, y por
el sometimiento nuevamente al regresar a la realidad después de aquella
operación tormentosa, los acosos y los ultrajes en las calles por cuenta
de losque continuaron saliéndome hasta el día hoy
impedirían que pusiera una denuncia o que averiguara sobre lo que había
pasado, ya que que
vivir otras pesadillas más escabrosas y más fútiles hasta
comenzar a entender que todo había sido un complot que venía desde niño y en el
que estaban participando familiares y policías, como si se estuvieran
disputando una herencia. Lo de "La
casa embrujada
no era más que un legado pingue porque ni siquiera el autor lo había pensado
así, pero aquellos canallas de vecinos, salieron a relucir su verdadero cobre:
No eran más que unos bandidos que ante los demás eran unas mansas palomas que
aunque no mataban a un mosco, sí se estaban disputando la posesión de la casa
en medio de esas extrañas labores de asociación entre ellos en una consabida
manguala de informantes y ladrones para conseguir algo en su provecho.
Habían puesto toda una caterva de vecinos y familiares del hijo adoptado
como si lo hubiera tenido para amedrentar. Y lo hicieron de maneras, e incluso casi salgo muerto; sin contar con los
daños físicos y sicológicos a que fui sometido. Aunque su perseguidora había
comenzado desde muy joven cuando tan solo tenía 23 años muchos años antes.
Sabían
usar la labia y sus argucias como verdaderos maestros en el arte de enloquecer;
y de usar el rumor y hacer que los ladronzuelos, las putas, los maricas
y…Demostrarían
que como verdaderos canallas cumplían con su deber.
Mataban
a punta de sustos y de amenazas. Y que los mismos que en apariencia son de
familia también lo hicieron, que son el resultado de una sociedad demasiado
enferma, porque no respeta hijos ni vecinos ya que todos trataron de labrarme
el mismo cementerio.
La
sociedad de los hambrientos de dinero.
Tal
vez por eso “El Embrujado” les sigue gritando a sus fantasmas perseguidores y
manipuladores, y sinvergüenzas de esta sociedad putrefacta:
-¡Devuelvan
a mi hija, secuestradores!
Porque
en cierta medida lo son. Mediante amenazas sibilinas se creen los dueños de las
calles.
Y
así…mientras me aplicaban el suero me colocaron un pequeños transmisor redondo,
que no llegaba al tamaño de una moneda, como para que cuando despertara
siguiera oyendo voces que no eran más de los que estaban en la
cocina de aquel hospital.
Una
mentalidad muy siniestra que no quería dejarme salir vivo ni cuerdo, a pesar de
la columna vertebral fracturada.
Y a
pesar de eso, todavía siguen con sus mismas siniestradas sicológicas.
Villanos,
les digo yo. “El
Embrujado“, seguramente los
sermoneara peor.
-¡Ladronzuelos! Les dirá.