En las garras de la delincuencia

No creo que a Ud. le haya pasado.  Que esté detenido en una especie de mazmorra policial al frente del colegio adonde estudia.  A mi  pasó en Bogotá,  justo al frente del antiguo D.A.S.(Departamento Administrativo de Seguridad). Estudiaba el último año de bachillerato en la sección nocturna, que hacía parte de la Universidad Gran Colombia en Bogotá adonde funcionó después la facultad de economía.
Todo comenzó de manera simpática. Un curita me hizo perder el año por  religión en Ibagué, mientras puso a mi mamá a orar para que  pasara el año, ya que esta materia era la salvadora para que pudiera salir bachiller del colegio de San Simón. Por cuenta de éste, y por otra situación vivida en un extraño complot que fui drogado in merecidamente en una noche que tenía cita con una joven que trabajaba en un sitio nocturno,  emigré a Bogotá; mientras  un amigo político de mi papá que trabajaba en el congreso por cuenta de los conservadores me levantó el cupo.
Ni hablar que yo haya sido un estudiante aventajado en estas lides del estudio porque en realidad sicológicamente era un joven que tenía serios problemas de comportamientos debido a mi extraña timidez, que incluso me apenaba cuando estaba en las clases, cosa que logré solucionar cuando anduve con amigos de colegio y otros con los que me sentía bien.
Y pare de contar,  porque además será tema de otro día.   El curita murió a manos de otros,  y yo a cambio tuve que vivir una odisea en aquel año(1.971 aproximadamente) donde casi muero en un extraño complot sucedido en las calles de Bogotá, y que ya conté en “Un autista en Colombia” cuando fuimos a un agasajo con unos amigos de una compañera recién egresada de la universidad Libre.
Antes, en el barrio el Galán había tenido unos problemas con un primo al que le decíamos traga balas, por su costumbre de coger en el sótano de una cacharrería que tuvo mi papá en la calle once, al frente de donde funcionó el teatro Ponce, a bala a todos los cuadernos que estaban en la estanterías y en las cajas, tal vez motivado por su alegría de recordar sus tiempos vividos en el ejército de Colombia.
Nos habíamos dado cita en un negocio lujoso  de la calle 26 en pleno centro de Bogotá unos puñetazos muy leves, mientras este sin más ni más haciendo su respectiva alharaca donde pisoteó mi saco haciendo bromas entre semejante frío, luego de una noche alegre que vivimos donde la “Garcha” y que trabajaba y  era una enamorada que le decía a este joven que se lo llevaría a vivir a Cúcuta si él quisiera. A un muchacho que en esos tiempos ganaba más que cualquier empleado del gobierno en esos tiempos en el que el negocio de la cacharrería daba muchos dividendos, y que a mi como recuerdo en esa noche sobrecogedora del frío de la madrugada, sin saco y en buso terminaría despertándome en un bus  que habiendo pasado el barrio Trinidad donde vivía, en el Galán.
Allí sería víctima de un posible atraco, adonde los dos delincuentes que  me salieron, y quedaron tan perplejos por verme en esas condiciones, que uno de ellos como en esas películas donde la ficción y la realidad se confunden, me dio unos pesos como consuelo para  que cogiera si lo lograba, una buseta para que llegara a donde iba porque a esas horas, además de extraviado, ya estaba muy lejos de la casa a donde vivía con una tía paisa.
Y tal vez, no me crean, pero es cierto: "Los ladrones dándole plata a sus atracados". ¿Cosa de risa, verdad?
Había ido adonde un amigo de un grupo político de izquierda para que me prestara los intereses que le debía a una prendería por un reloj que había empeñado tres mese antes.
Lo había llamado por teléfono para pedirle aquel préstamo, y al este decirme que si, cuando salimos de aquella organización juvenil adonde fui a buscarlo, en una cafetería cercana fuimos abordados por unos personajes que resultaron ser detectives del organismo que dije,  y que nos subieron en un jeep y nos pasearon por buena parte de la ciudad , mientras nos preguntaban qué hacíamos.  luego de ese largo proceso en aquel  automotor, además de no habernos podido tomar loes respectivos tintos que pedimos en una cafetería de la calle 22 con 15 en el barrio de Santafé , quedamos reducidos a una celda, al frente del colegio a donde estudiaba.
Imagínense, un muchacho que mantenía con comerciantes y compañeros de estudio, que jugaba ajedrez en el Capablanca de la calle doce con séptima en Bogotá y muchas más veces con Rodrigues que cursó estudios conmigo en dicho colegio, un amigo de aquellos años  que perdió un dedo como obrero en la fabrica  Corona, y a quien lo  incapacitaron todo un año entero, y que hasta ahora se enteraba que era un peligro para la sociedad, así como el amigo aunque este era un joven político.
Debo de decir, que antes en esos años tuve la costumbre de almorzar frecuentemente muy cerca de este organismo investigador en un restaurante que hubo cerca del colegio y casi que por la misma carrera donde quedaba.
Lo que no sabía, era que yo era un peligro social.
Ahora lo se, y lo puedo decir.
Se trataba de un extraño complot que estaba siendo ejercido por familiares, y me temo que esos paisas me estaban enredando. Me enredaron mejor dicho, porque tal y como seguiré contando, yo ya estaba marcado como un vulgar delincuente, aunque siempre estuve convencido que era por política, y no .
Esperen les sigo contando…

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